Meena Keshwar Kamal, una estudiante feminista de 21 años, fundó junto con un grupo de compañeras la Asociación Revolucionaria de las Mujeres de Afganistán (RAWA, por sus siglas en inglés) en 1977. Eran tiempos de gobiernos seculares con intención progresista, pero también de golpes de Estado y purgas en las altas esferas que presagiaban el caos en el que se sumiría el país poco después, cuando las potencias de la Guerra Fría lo convertirían en un campo de batalla de sus planes regionales. Meena, como se la recuerda popularmente en su país, sabía que, más allá de las promesas que los hombres del gobierno hacían en nombre de las mujeres afganas, era imperiosa la autoorganización de las propias mujeres. Las integrantes de RAWA, que ya entonces se oponían no solo a los fundamentalistas religiosos, sino también a la intervención soviética en el país, eventualmente se vieron obligadas por la represión a instalar su base de operaciones en el vecino Pakistán, donde finalmente Meena fue asesinada en 1987 con la complicidad de las fuerzas prosoviéticas y los muyahidines.
El martirio de Meena no impidió que la organización que fundó continuara operando hasta hoy de forma ininterrumpida y semiclandestina en Afganistán y Pakistán. En ambos países RAWA dirige escuelas, hospitales y proyectos culturales y de apoyo a mujeres violentadas, tanto en los campos de refugiados como en comunidades rurales. A 20 años de los sucesos que desencadenaron la última invasión de Afganistán y a menos de un mes de la vuelta del Talibán al poder, Brecha habló de la realidad afgana con Salma, una de las voceras de la organización.
—Con la reciente toma de posesión de los talibanes, la mayor parte de la atención se centra en las terribles características de este grupo, pero muy poca en los 20 años de invasión y ocupación de Estados Unidos y la OTAN. ¿Cómo ven en RAWA el legado de esta intervención y la forma en que ha llegado a su fin?
—Los gobiernos de Estados Unidos y la OTAN ocuparon Afganistán bajo bonitos eslóganes sobre la democracia, los derechos de la mujer y la guerra contra el terrorismo, y luego agregaron términos aún más hermosos, como construcción de la nación y lucha contra el extremismo. Pero, como buena potencia imperialista, instalaron en el poder a los elementos más impopulares, corruptos y misóginos del país. Al mismo tiempo, jugaron al gato y al ratón con el Talibán y, en última instancia, les obsequiaron a estos salvajes nuestro destino.
Los principales culpables de la tragedia afgana son los gobiernos de Estados Unidos y los otros miembros de la OTAN, junto con las potencias regionales Pakistán, Irán, Turquía, Arabia Saudita y Qatar, que echaron leña al fuego infernal de Afganistán. Por supuesto, no podemos ignorar al gobierno títere afgano, compuesto por yihadistas, señores de la guerra, criminales de guerra, capos narcos, secuestradores y violadores. Y tampoco podemos olvidar que los talibanes han sido, en buena medida, fuerzas mercenarias al servicio de los poderes regionales.
—¿Reconocen una mejora en la vida de las mujeres afganas gracias a la intervención militar occidental de estas dos últimas décadas?
—No, no vemos ninguna mejora real en la vida de las mujeres afganas gracias a la ocupación de Afganistán por las fuerzas estadounidenses y occidentales. Está muy claro que ninguna fuerza de ocupación construye un país mejor. Valores como la independencia, la libertad, la democracia, la justicia social y los derechos de la mujer no le son regalados a una nación por sus ocupantes. El pueblo de ese país tiene que luchar y sacrificarse él mismo para alcanzar esos valores. Incluso los derechos más básicos requieren sangre y sacrificio en Afganistán, y esto solo pueden hacerlo las fuerzas progresistas y democráticas locales.
Es cierto que tras la ocupación se hicieron aparentes cambios a favor de los derechos de las mujeres como forma de endulzar el régimen y venderlo mejor al mundo. Estados Unidos usó y abusó de la consigna de los derechos de las mujeres para ocupar nuestro país, pero lo cierto es que instaló en el poder a figuras tan misóginas como los propios talibanes: la llamada Alianza del Norte. Usaron a un grupo de muñequitas a cuerda como símbolo de la libertad que se supone habían alcanzado las mujeres afganas, pero no eran más que portavoces a sueldo del gobierno de Estados Unidos para allanar el camino de las sucias políticas de la ocupación en Afganistán. Cuando Estados Unidos salió del país, evacuó a la mayoría de estas señoras, que no se quedaron para defender los derechos de las mujeres.
—¿Cuáles creen que eran los objetivos reales de la ocupación, sus verdaderas metas?
—Estados Unidos y la OTAN ocuparon nuestro país para usarlo como su campo de batalla contra sus rivales China, Rusia e Irán. Afganistán estaba lleno de recursos naturales que permanecían casi intactos. Así que la ocupación se dedicó a extraer estos minerales, especialmente uranio y litio, en secreto. Además, Afganistán comenzó a producir –y lo sigue haciendo hasta hoy– hasta el 93 por ciento del opio mundial. La CIA y el MI6 ganaron más de 500.000 millones de dólares del tráfico de drogas afgano. Además, por supuesto, en una guerra ambos bandos necesitan armas. Según un estudio reciente, de 2,6 billones de dólares gastados por Occidente en Afganistán, 2 billones se gastaron solo en armamento.
—¿Cuáles son los principales desafíos humanitarios que enfrenta ahora el pueblo afgano?
—El gobierno imperialista estadounidense regaló Afganistán y el destino de su pueblo al salvajismo talibán. A pesar de los miles de millones de dólares que llovieron en forma de ayuda en los últimos 20 años, la mayor parte de la población afgana sigue viviendo por debajo de la línea de pobreza: ese dinero lo único que hizo fue llenar los bolsillos de los señores de la guerra y los hombres poderosos.
Cuando los talibanes tomaron el control de Kabul, desde el primer día la gente corrió al aeropuerto para ser evacuada del país. Las imágenes horribles del aeropuerto de Kabul de estos días, en las que se ve cómo las personas se cuelgan de los aviones, nos muestran que la gente no quiere vivir bajo el gobierno del Talibán y prefiere morir en lugar de vivir en el infierno afgano, un infierno creado por los talibanes y otros fundamentalistas apoyados por los países imperialistas y los poderes reaccionarios de la región.
Todo se ha detenido tras la toma del poder por los talibanes. La mayoría de los empleados públicos, a los que ya no se les pagaba desde hacía dos meses, han perdido ahora su trabajo. Todas las organizaciones no gubernamentales y la mayoría de las empresas privadas están cerradas. Los bancos estuvieron cerrados las dos primeras semanas y ahora los clientes solo pueden retirar 20 mil afganis o unos 200 dólares por semana. Los precios de los productos alimenticios básicos se han incrementado al menos en un 20 por ciento. Todos los proyectos de desarrollo están cerrados. El pueblo afgano huye de su país no solo debido a la inseguridad y el miedo a la guerra, sino también por la pobreza y el desempleo. Cientos de miles de personas se dirigen hacia Irán, Pakistán y Tayikistán, y miles de desplazados internos de las provincias del norte se encuentran en Kabul.
—¿Cómo es ahora la situación en Afganistán para las mujeres que trabajan, estudian o estaban en cargos públicos o en medios de comunicación?
—Ya desde antes de esta toma del poder por los talibanes Afganistán estaba clasificado como el lugar más peligroso del mundo para vivir siendo mujer. Ahora la vida de las mujeres afganas es todavía más peligrosa. A las empleadas públicas no se les ha permitido ingresar a sus oficinas, algo que el propio portavoz talibán ha confirmado a los medios de comunicación internacionales.
En los primeros dos o tres días de la toma de la capital, pocas presentadoras de televisión y periodistas volvieron a ser vistas en los medios y desde entonces la mayoría de ellas ha escapado al extranjero. Algunas periodistas de las provincias han recibido amenazas de muerte de los talibanes y han escapado a la ciudad de Kabul o abandonado el país. Todas las universidades y las escuelas secundarias están cerradas y no es seguro que el Talibán permita que las mujeres y las niñas continúen sus estudios. Las activistas han escapado del país o viven en la clandestinidad. Incluso mujeres reaccionarias como [las dirigentes políticas] Habiba Sarabi y Jamila Afghani, y [las activistas] Malalai Shinwari y Mary Akrami, que formaron parte de las conversaciones de paz de Doha entre el gobierno y el Talibán, y más tarde hablaron a favor de los talibanes, han abandonado el país o pasado a la clandestinidad.
Las mujeres afganas, como todas las mujeres y los seres humanos del mundo, quieren vivir libres, con prosperidad y en paz. Quieren ir a la escuela, trabajar y disfrutar de su vida. Los talibanes no tienen una implantación sólida entre las masas afganas, mucho menos entre las mujeres. No existe en el país una masa de mujeres pro-Talibán, pero sí algunas que, tras haber sido parte de las conversaciones de paz de Doha, todavía están aquí y esperan que les den algún puesto. Pero es evidente que no desempeñarán ningún rol en el futuro régimen talibán. A pesar de todo esto, las mujeres de Afganistán no se callan. En estos últimos días ha habido protestas y marchas de mujeres que piden por sus derechos en las ciudades de Herat y Kabul. Tenemos la esperanza de que esas sean las chispas del futuro movimiento de masas de las mujeres.
—¿Cómo afronta RAWA esta situación?
—RAWA siempre ha sido la opositora declarada de los poderes gobernantes y de otros criminales religiosos y no religiosos de Afganistán. Por lo tanto, nosotras siempre hemos estado en riesgo. Nuestras integrantes y simpatizantes han sufrido la cárcel, la tortura y las amenazas desde siempre, bajo los diferentes regímenes. Nuestro trabajo y nuestras actividades se realizan de forma semiclandestina. Nosotras seguimos con nuestra lucha, aunque no podamos entrar en detalles, por razones de seguridad.
—¿Qué valoración hacen de estas tres semanas de control talibán en el país?
—El régimen títere que había gobernado hasta ahora se derrumbó tan fácilmente que su caída tomó por sorpresa incluso a los talibanes. Sin embargo, era obvio que colapsaría, porque los gobiernos imperialistas nunca permiten que sus títeres sean lo suficientemente fuertes e independientes como para levantarse contra sus propios creadores. La idea es que puedan ser fácilmente sustituidos por otro grupo de sirvientes.
Ahora que los talibanes se han apoderado del gobierno, no tienen ningún plan serio para sacar el país adelante. El gobierno paquistaní está tratando de arreglar las cosas para ellos, y el propio canciller de Pakistán está visitando diferentes países de la región para ayudar a los talibanes. Pero estos son apenas un grupo de clérigos educados en centros religiosos y la mayoría de sus seguidores son analfabetos. Ahora se están haciendo pasar por moderados, pero, en realidad, no han cambiado en absoluto. Son hombres de mentalidad primitiva que intentan llevar Afganistán de vuelta a la Edad de Piedra.
Es difícil hacer un análisis claro de lo que acontece que contemple exactamente todo y prediga qué sucederá en el futuro. La situación es, en gran medida, un caos, y cada grupo y cada Estado, como China, Rusia, Irán y Pakistán, intenta lograr en Afganistán sus propios objetivos económicos y geopolíticos.
—¿Cuáles son las fuentes de apoyo para los talibanes dentro del país? ¿Qué actores, a nivel de clase, etnia o región, apoyan su dominio?
—Los talibanes representan la clase y la mentalidad feudales de Afganistán, apoyadas por los gobiernos imperialistas y los poderes regionales reaccionarios. Es una clase minoritaria. Los talibanes están gobernando ahora no por su popularidad, sino gracias al miedo que han infundido en la población a través de su brutalidad y sus métodos fascistas religiosos. Si la gente estuviera a su favor, su gobierno no se habría derrumbado en una semana en 2001, el pueblo afgano se habría mantenido firme y habría luchado junto con ellos. Sus miembros y simpatizantes, tanto combatientes como no combatientes, no superan los 50 mil, pero gobiernan a más de 35 millones de personas.
—¿Cuál es ahora el estado de la resistencia popular contra los talibanes?
—Aunque la mayoría absoluta del pueblo afgano está en contra de ellos, todavía no ha comenzado una resistencia popular prominente. La serie de protestas de mujeres que vimos recientemente en Herat y Kabul está aún en sus etapas iniciales.
Un grupo de señores de la guerra que forman parte de la Alianza del Norte, que estuvieron disfrutando de la buena vida en los altos puestos oficiales durante los últimos 20 años, se reunieron ahora en el valle de Panjshir, 150 quilómetros al norte de Kabul, y están luchando allí contra los talibanes. Pero para nosotras no se trata de una resistencia popular, dado que tienen la misma mentalidad que el Talibán. Se oponen simplemente porque quieren el poder para ellos. Se autodenominan luchadores por la libertad y fuerzas de la resistencia, pero lo cierto es que si los talibanes les hubieran dado participación en su gobierno, serían felices hermanos religiosos los unos de los otros.
¿Por qué no hay un movimiento popular fuerte contra el Talibán? En buena medida, porque en las últimas cuatro décadas la mayoría de los líderes y de las organizaciones populares, progresistas e izquierdistas fueron aplastados por el régimen títere de la Unión Soviética primero y por los fundamentalistas dirigidos y apoyados por la CIA después, con el fin, en ambos casos, de implementar fácilmente sus políticas en Afganistán. Por lo tanto, tenemos ahora un movimiento de resistencia debilitado que aún no logra recuperarse de esos golpes.
—Después de la toma del poder por el Talibán, ¿cuál es la situación en el vecino Pakistán y en la región para las mujeres y las masas populares?
—Los gobiernos reaccionarios de Pakistán e Irán siempre han alimentado, armado y financiado a las fuerzas terroristas fundamentalistas en Afganistán. El ISI [Dirección de Inteligencia Inter-Services, la agencia de inteligencia de Pakistán] tuvo un rol fundamental en la creación de los talibanes, y estos últimos años los gobiernos de Pakistán e Irán los apoyaron abiertamente. Los partidos fundamentalistas e, incluso, los liberales de Pakistán han celebrado públicamente la «victoria» del Talibán en Afganistán. Pero las mujeres y las masas oprimidas pakistaníes están en contra de los talibanes. Ellas también han sufrido su brutalidad y sus masacres, especialmente en las regiones fronterizas de Pakistán con Afganistán.
—En materia de relaciones públicas y patrocinadores internacionales, ¿hay algún cambio en la táctica o la estrategia de los talibanes respecto de la década del 90?
—Actualmente los talibanes intentan aparentar moderación y ser reconocidos por la comunidad internacional y aceptados por la ciudadanía afgana. Sin embargo, el pueblo afgano –especialmente las mujeres– no confía en ellos, porque conoce su oscura historia y sus crímenes. Las afganas no han olvidado las restricciones contra las mujeres ni la ejecución de Zarmina en el estadio deportivo de Kabul durante su primer período de gobierno [Zarmina fue una mujer asesinada en 1999 frente a 30 mil espectadores, acusada de matar a su esposo, que llevaba años ejerciendo violencia contra ella y sus siete hijos; la filmación de su ejecución fue filtrada por RAWA al exterior y se convirtió en un símbolo de la brutalidad del Talibán]. Las afganas saben muy bien que todas las escuelas de niñas –y en algunas áreas también las escuelas de niños– fueron cerradas en las áreas que los talibanes controlaban y que estos llegaron a quemar muchas de ellas. Saben que los talibanes han matado a muchas militantes sociales e, incluso, a enfermeras y vacunadoras. Las afganas han visto cómo en los últimos años los talibanes han asesinado y azotado a mujeres.
—¿Cuál es en este momento el papel que juegan Pakistán, las monarquías del Golfo y China en Afganistán?
—Pakistán y las monarquías del Golfo, en particular Arabia Saudita, siempre han actuado como padrinos de los talibanes y otros fundamentalistas islámicos y grupos terroristas. Pakistán fue y es un refugio para los talibanes, especialmente para sus líderes. Muchos de ellos han estudiado en las escuelas religiosas pakistaníes y han sido formados militarmente por el servicio secreto ISI. En los combates de estos últimos años ha sido habitual que los combatientes heridos del Talibán fueran tratados en Pakistán.
Por su parte, China quiere reemplazar a Estados Unidos como potencia dominante en la zona, porque su interés son las minas y los recursos subterráneos de Afganistán. Aunque no tiene ningún vínculo ideológico con los talibanes, los apoya por intereses económicos y geopolíticos.
—¿Hay algo más que les gustaría comentar?
—Hacemos un llamado a la solidaridad de las fuerzas populares y progresistas de todo el mundo. Las mujeres del resto del mundo no deben olvidar a sus hermanas esclavizadas en Afganistán. Ellas pueden ser nuestra voz más fuerte, porque los talibanes ya han comenzado a reprimir aquí la voz de las mujeres y los medios de comunicación. Pueden presionar a sus gobiernos para que no continúen su trato con los salvajes talibanes. Es muy importante que no los reconozcan oficialmente como gobierno.
Por otro lado, nos gustaría expresar nuestro agradecimiento a quienes aman la libertad y luchan contra el imperialismo en todo el mundo, en particular a las personas de Latinoamérica que han mostrado su solidaridad con el pueblo afgano en contra de los tejes y manejes del gobierno de Estados Unidos con el Talibán. Los partidos, los movimientos y las personas progresistas y amantes de la libertad que a lo largo del último siglo ha alumbrado Latinoamérica han sido una gran fuente de inspiración para nosotras. Contamos a nuestras niñas y niños sobre su legendaria vida y sus luchas. ¡Les enviamos nuestros saludos revolucionarios!