Consenso de guerra - Semanario Brecha
Tanques para la paz

Consenso de guerra

Las opiniones públicas europeas están siendo metódicamente preparadas para aceptar la inevitabilidad de un enfrentamiento directo con Rusia.

Protesta contra la militarización y la compra de armamento en Europa, en Roma, Italia, el 15 de marzo Afp, Nurphoto, Tommaso Stefanori

Así como hace una década y media las maquinarias de medios de comunicación, opinólogos, «expertos» y buena parte de la academia fueron puestas a rodar, en todo el llamado Occidente, para que la «opinión pública» aceptara sin chistar los ajustes que se venían tras la crisis financiera, ahora, especialmente en Europa, esas mismas maquinarias funcionan a pleno para intentar lograr que lo que se acepte sea la inevitabilidad de una guerra con Rusia. Quince años atrás, en 2008, se trataba de tragarse los sapos de que a los bancos que habían quebrado había que rescatarlos para impedir que «la economía» estallara, aun si eso significaba la aceptación, por los mismos de siempre, de recortes en sus salarios y de tijeretazos a los programas sociales de los gobiernos, a las jubilaciones, al sistema de previsión social. «Vale la pena, ya verán, saldremos más fuertes», repetían al unísono responsables políticos de variadas tendencias reclamando sacrificios abajo para que el arriba se aceite y derrame mieles y goces. Unos poquitos años después, en 2015, en la periferia inmediata de esos países centrales, los griegos se saldrían del consenso, gritarían «con nosotros ya no» y terminarían aplastados.

Los mismos señores y señoras que hace dos o tres lustros hacían de la «austeridad» un credo hoy proclaman el rearme como consigna única. Todo el dinero disponible, que hasta hace no tanto se insistía en que iría hacia la «transición ecológica», ahora enfilará hacia los llamados presupuestos de defensa, hasta que alcancen, globalmente, en toda la Unión Europea (UE), unos 800.000 millones de euros, tal vez más. En paralelo, varios países han reinstaurado el servicio militar obligatorio y otros van en ese camino, incluida Alemania, algo impensable hasta hace no tanto. Los jóvenes aparecen en ese sentido como uno de los blancos principales de las campañas de comunicación guerreristas.

En el coro coinciden centroderechistas y centroizquierdistas, liberales y progres. Los que en esa alianza dicen estar más a la izquierda, lo que sea que ello signifique hoy, juran que el rearme no se hará en detrimento de los programas sociales. Así lo machacó, por ejemplo, la semana pasada, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, tras reunirse con el primer ministro de Finlandia, Petteri Orpo. Pero Orpo desmintió al ibérico cuando admitió, en una conferencia de prensa, que él había debido amputar «dramáticamente» la inversión pública para poder duplicar el presupuesto militar de su país. «No hubiera podido de otra manera», dijo.

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En un artículo publicado el viernes 14, Acrimed, un portal francés de análisis crítico de los medios de comunicación, destaca cómo, desde que el 5 de marzo el presidente Emmanuel Macron pronunciara un discurso llamando a sus compatriotas y a todos los europeos a prepararse para la perspectiva de un enfrentamiento directo con Rusia para «frenar el avance de Vladimir Putin» sobre el continente, la mayor parte de las televisiones, las radios y los grandes diarios y revistas del país tomaron un aire marcial en sus editoriales. Algunos lo hicieron abiertamente, como el diario conservador Le Figaro, propiedad del grupo Dassault, con fuertes intereses en el sector militar; otros, con algunos matices, como el progre Le Monde. Habrá que elegir «entre pensiones o municiones», «entre cañones y subsidios», sentenciaron sin ambages editorialistas del diario económico Les Echos y la radio RTL. «Trabajar más será la mejor manera de financiar los esfuerzos que deberemos hacer en favor de nuestros ejércitos», apuntó el primero. En Le Figaro, uno de sus principales comentaristas dijo que para cumplir con el «imperativo» de aumentar el gasto militar habrá que resignarse a «afectar al fin seriamente el gasto del Estado», mientras otro proclamó que había llegado la hora de «afrontar la cruda realidad: […] nuestro sacrosanto modelo social […] está arruinando conscientemente al país y privándolo de todo margen de maniobra financiero», entre otras cosas, para «reorientar los gastos del Estado providencia […] hacia la defensa». En Le Monde, un escribidor apuntó, en el tono de quien comenta la actualidad desde fuera sin tomar partido pero tomándolo, que «el rearme […] coloca al Poder Ejecutivo en la muy delicada posición de reestructurar por completo el gasto del Estado» y «hacer comprender a los interlocutores sociales la gravedad del momento». El portal ha dado cuenta también de cómo la aplanadora belicista y (neo)liberalizante se ha llevado por delante las voces disidentes, que encuentran cada vez menos espacio en los medios, a pesar de que los sondeos de opinión muestran que la mayoría de los franceses rechazan el desguace en marcha del Estado.

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Y hubo –cómo no– fiesta callejera celebratoria de una Europa que por fin estaría marchando –esa es la lectura oficial en las capitales continentales– hacia la independencia del amigo americano y encontrando una nueva unidad en el esfuerzo guerrero. En la romana Piazza del Popolo, unas 30 mil personas se dieron cita para festejar la nueva dinámica. Hubo pancartas de apoyo al plan de rearme que conduciría a la paz, banderolas de la UE, de Ucrania y hasta de la OTAN, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, alucinantemente presentada como instrumento pacificador. Los grandes medios auspiciaron esa concentración, convocada por el periodista y escritor Michele Serra. No demasiado lejos, quienes rechazan los planes militaristas y de desmantelamiento del Estado social se dieron cita en la Piazza Barberini, en medio de la mayor indiferencia mediática.

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Ayer, jueves, dos días después de que, vía telefónica, sin consultarlos en lo más mínimo, Vladimir Putin y Donald Trump pactaran una minitregua en Ucrania (no un cese el fuego, sino una pausa de un mes en los ataques a las infraestructuras energéticas de un lado y otro), los otanistas abandonados por Washington se reunían en Londres. Había allí altos jerarcas militares de la UE, de Canadá, de Australia, de Turquía, todos los países de la llamada «coalición de los dispuestos», el nombre que Keir Starmer, el laborista que dirige el gobierno británico, eligió para designar a quienes están dispuestos a «aumentar la presión» sobre Rusia, incluso enviando tropas «de paz» a Ucrania. Gran Bretaña, Francia y Turquía están por la labor militar. Otros frenan. Algunos (Alemania) dicen que ningún esfuerzo de defensa autónomo europeo será suficiente para «contener a Putin» si no se cuenta con el apoyo de Estados Unidos, que Europa necesitará muchos años más y muchísimo más que 800.000 millones de euros para poder hacerle frente a Rusia, sobre todo si sus ejércitos no se coordinan, como los convoca a hacerlo la presienta de la Comisión Europea y guerrerista en jefe de la UE, Ursula von der Leyen. En una nota publicada en el español Diario Red (15-III-25), el jurista y politólogo Miguel Ángel Llamas apunta: «Tengo la impresión de que, en puridad, ningún gobernante de la UE ha tenido la iniciativa de disparar el gasto armamentístico, simplemente los líderes acatan la decisión del soberano difuso: OTAN, industria armamentística, poder económico-mediático». Y luego destaca: «No parece descabellado inferir que ReArm [el plan de rearme de la UE] es el resultado de la captura que la industria armamentística ejerce sobre la política europea». Trabajos recientes de la Red Europea contra el Comercio de Armas y del español Centro Delàs de Estudios por la Paz muestran cómo el lobby militar ha aumentado en los últimos años su capacidad de influencia en las esferas políticas de la UE, hasta el punto de condicionarlas. 

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