El cine de los países latinoamericanos suele ejemplificar cómo películas hechas con escasos recursos pueden llegar a ser mucho más interesantes, divertidas, profundas o emotivas que la mayoría de las que llegan a nuestras salas. Así, notables producciones argentinas recientes como La utilidad de un revistero, de Adriano Salgado, La noche del chihuahua, de Guillermo Grillo, ¡Grasa!, de Pablo Parés, o La larga noche de Francisco Sanctis, de Francisco Márquez y Andrea Testa, son muestras de cómo con creatividad pueden compensarse las carencias económicas. Esto es doblemente válido en el terreno de los documentales, ya que estos últimos suelen tener presupuestos muchísimo menores a las ficciones; sus carencias a menudo se compensan con un trabajo desmesurado por parte de los responsables de llevarlos adelante, como ocurrió en el caso de esta película.1
Básicamente dos personas sacaron adelante Las cinéphilas. La directora argentina María Álvarez filmó con una cámara portátil y luego fue editando el material, mientras su marido Tirso Díaz-Jares se ocupó de la fotografía y de la producción, a lo largo de tres años. Recién en los trabajos de corrección de color y en la posproducción trabajaron un par de personas más, pero el equipo creativo estuvo compuesto por ellos dos. Algo más bien impensable durante el visionado de la película.
Como se señala desde el título (la “ph” parecería designar un nombre científico en latín), el objeto del documental es una subespecie humana muy peculiar y reconocible: señoras ancianas y solitarias que llevan a cabo un acto ceremonial que parece tener tanto de religioso como de compulsivo; se emperifollan, arman un programa y van al cine siempre que pueden. Está claro que para los personajes seleccionados (seis señoras de Buenos Aires, Mar del Plata, Madrid y Montevideo) la ida a las salas es mucho más que un pasatiempo: es verdaderamente una pasión. Lo sentimos en la forma en que nombran a sus autores favoritos, en la disposición para conversar de lo que sienten ante una pantalla, en el cuidado con el que planean un itinerario de festival (“No contesto los llamados durante los festivales”, dice una de ellas, subrayando que no entiende por qué insisten en llamarla si saben que está “ocupada”). Lucía Aguirre, una de las cinéfilas uruguayas, se roba la película, no sólo por una honestidad brutal que mueve constantemente a la carcajada, sino porque efectivamente es la que ocupa más metraje de todas. En un momento determinante, habla con seriedad a la orilla del mar de los “400 golpes” que se obtienen en la vida, y que también le tocaron a ella. Y le creemos.
Poco más puede pedírsele a un documental (y a cualquier película) si logra hacer pensar, entretener y emocionar, y este cumple todo ello con creces. Pero además logra conectar con la verdadera dimensión humana de las cinéphilas, evitando los típicos estereotipos maniqueos (la “viejita encantadora”, la “vieja malhumorada”) indagando en sus inquietudes, en su vitalidad y en su actitud frente a la soledad y la inminente muerte, logrando plasmar así un reflejo posible de nosotros mismos.
- Las cinéphilas. María Álvarez, Argentina, 2017.