Crisis de intensidad - Semanario Brecha

Crisis de intensidad

Bohemian Rhapsody. Bryan Singer, Reino Unido/Estados Unidos, 2018.

Bohemian Rhapsody. Bryan Singer, Reino Unido/Estados Unidos, 2018.

Muchos fueron los problemas ocurridos durante el rodaje de esta película,1 pero el principal fue el despido por parte de la Fox del director acreditado Bryan Singer (Los sospechosos de siempre, Operación Valkiria). Según varias declaraciones, Singer tuvo grandes diferencias creativas y encontronazos con el resto de la producción, a los que se sumaron sus llegadas tarde, desapariciones del set, problemas de salud de uno de sus familiares y, por si fuese poco, un juicio por haber abusado sexualmente de un menor. Como sea, Singer abandonó la filmación y fue sustituido en determinado punto por el menos experiente Dexter Fletcher. Este dato no tendría importancia si no fuese algo que, en cierto punto, parece haber tenido su efecto en los resultados. Una película que comienza poniéndonos en los zapatos de Freddy Mercury (lo seguimos de cerca con un notable plano secuencia al ritmo de “Somebody to Love”), pero que en varias ocasiones pierde la perspectiva empática y la cercanía, tanto con el protagonista como con el resto de los personajes.

El guion sigue una historia bastante manida en el que se suceden algunos lugares comunes de las biopics. Poco falta en este recorrido de 134 minutos: están las referencias a la familia y a la vida previa del vocalista Freddy Mercury, los inicios de la banda, su romance, los intercambios con productores, los procesos creativos, las fiestas descomunales, la crisis egomaníaca, el sida, las peleas, la homosexualidad. Varios microconflictos van siendo desperdigados a lo largo del relato con desigual eficacia; como en tantas otras biopics, impera la sensación de abarcarse mucho apretando poco, aunque varias licencias narrativas dan impulso a la historia tomando distancia de los hechos reales.

La banda británica Queen nunca sufrió una separación tal como se plantea en la película. Cerca de 1983, luego de haber estado de gira durante una década, todos los integrantes habían perdido un poco el entusiasmo y acordaron tomarse un descanso, centrándose varios de ellos en sus carreras como solistas. Por tanto, no existió ese gran conflicto entre los integrantes, ni tampoco esa “reunión” previa al concierto Live Aid. De hecho, cuando ese recital tuvo lugar, ya habían grabado y lanzado, el año anterior y en relativa armonía, su disco The Works. Asimismo, lo relativo a la enfermedad de Mercury también diverge: si bien el vocalista se enteró de haberla contraído en 1987, no lo reveló oficialmente hasta un día antes de su muerte, en 1993.

Pero el mérito fundamental del accidentado libreto es que los grandes clímax no acontecen en esta progresión dramática ficcional, sino en los momentos musicales. Y es allí que esta película, repleta de altibajos, adquiere verdadero vuelo e intensidad: en esos momentos en que la música estalla y, como en un buen videoclip, poderosas imágenes se suceden en un tour de force frenético, visceral y luminoso. La esmerada reproducción de ese toque monumental en Wembley (de unos quince minutos de duración) suponen una inyección de energía lo suficientemente contundente como para dejar a la audiencia inevitablemente conforme y con más ganas de seguir escuchando a Queen.

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