«Mantenete a salvo, por favor.» Desde la semana pasada, Salma recibe a diario este mensaje de sus parientes en el exterior, parte de la extendida diáspora libanesa. En Beirut, donde vive, el 17 y el 18 de setiembre miles de personas fueron afectadas por dos atentados israelíes contra los dispositivos de comunicación de Hezbolá que dejaron en todo Líbano más de 3.500 heridos y 42 muertos, entre ellos dos niños y otros civiles. Hasta Beirut, más de 80 quilómetros al norte de la zona fronteriza con Israel, ha llegado desde este lunes la campaña de bombardeos masivos israelíes que, al cierre de esta edición, ya había matado a más de 680 personas y herido a más de 2.500. Beirut ya había sido golpeada desde el aire el viernes 20, cuando un bombardeo de «precisión» mató a 30 civiles junto a un alto comandante de Hezbolá.
Mientras los aviones de Israel descargaban sus bombas en los cuatro costados de su vecino del norte, el primer ministro Benjamin Netanyahu envió un mensaje televisado a los ciudadanos del país bajo ataque: «Nuestra guerra no es contra ustedes. Es contra Hezbolá», enfatizó. De acuerdo a la prensa internacional, la mayoría de los afectados por la campaña aérea tanto en términos de vidas como de infraestructura son civiles, pero esto no parece contradecir la lógica del mandatario israelí en su mensaje a los libaneses: «Hezbolá les ha puesto cohetes en sus salas de estar y misiles en sus garajes. Para defender a nuestro pueblo de los ataques de Hezbolá, debemos eliminar esas armas». Las bombas israelíes no han discriminado entre las diferentes comunidades que se comparten Líbano: aunque arrojadas sobre todo en poblados de mayoría chií, donde Hezbolá tiene su base social más fuerte, han llovido también sobre pueblos cristianos como Kartaba, Mairuba o Ehmej, una localidad donde varios de sus habitantes afirmaron este lunes al matutino L’Orient-Le Jour que Hezbolá no estaba desarrollando actividad militar alguna. El jueves, los libaneses desplazados por estos ataques sumaban 90 mil, una cifra que viene a sumarse a los 100 mil que habían tenido que abandonar sus casas desde el 8 de octubre, cuando comenzó el intercambio de proyectiles entre Hezbolá e Israel en la frontera, que en Israel ha dejado 60 mil desplazados, según cifras oficiales.
Entre los mensajes del exterior que le enviaron en los últimos días, a Salma aún no le llegó ninguno como el recibido por sus primos, el lunes, en un árabe de dudosa ortografía: «Si estás en un edificio con armas de Hezbolá, alejate de tu pueblo hasta nuevo aviso». Según la agencia de telecomunicaciones libanesa, unas 80 mil personas en todo el país recibieron ese día SMS y llamadas telefónicas con mensajes de ese tipo. Entre ellas, el ministro de Información, Ziad Makary.
Este miércoles, el portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel, Daniel Hagari, dijo que los suyos ya llevaban atacados, en tres días de campaña aérea, más de 2 mil objetivos en todo Líbano. Cuando Salma recibe los mensajes de sus familiares pidiéndole que se mantenga en un lugar seguro, mira la pantalla y asiente con una expresión resignada: ¿dónde está ese lugar?
Israel reitera desde hace meses que sufre una agresión unilateral y no provocada a manos de Hezbolá, la poderosa organización armada chií libanesa que surgió a partir de las primeras invasiones israelíes en Líbano, en 1979 y 1982. Tel Aviv reclama que la organización armada cese sus ataques con misiles y se retire al norte del río Litani, en cumplimiento de lo acordado en Naciones Unidas tras la quinta y hasta ahora última invasión israelí a su vecino del norte, en 2006. Según analistas internacionales, libaneses e israelíes incluidos, ni Hezbolá ni Israel han respetado ese pacto en los 18 años que han pasado desde su aprobación. Hezbolá, además, insiste en que sus disparos hacia Israel son en solidaridad con la resistencia palestina y que cesará sus ataques de inmediato apenas exista un alto el fuego en Gaza.
Al cierre de esta edición, Netanyahu acababa de rechazar una propuesta de tregua entre Hezbolá e Israel ofrecida por Francia y Estados Unidos: «Se trata de una propuesta a la que el primer ministro ni siquiera ha respondido», ha dicho la oficina del mandatario, luego que la Casa Blanca y el Elíseo plantearan la posibilidad de una tregua de 21 días. En la víspera, el jefe del Estado Mayor, Herzi Halevi, se había dirigido a las tropas israelíes desplegadas en la frontera norte, que en las últimas horas han sido reforzadas con batallones adicionales. Según afirmó, la ola de ataques aéreos de esta semana está diseñada para «preparar el terreno para su posible entrada y continuar así degradando a Hezbolá». El mismo día, mientras las bombas caían sobre Líbano, el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, había dicho que «Israel tiene un problema legítimo» con Hezbolá. «Israel, comprensible y legítimamente, quiere un entorno seguro», explicó, y luego dijo que «la mejor manera» de resolverlo era «a través de la diplomacia».
Crónica desde Sidón, en Líbano
«Es una pesadilla. No sabemos a dónde ir»
En el sur libanés, las autoridades municipales y provinciales no dan crédito a la magnitud del desastre causado por los ataques israelíes. Solo en el primer día de bombardeos, los ataques mataron a casi tantas personas como en un año de combates, con lo que revivieron recuerdos de la guerra de 2006.
Hélène Sallon y Laure Stephan
El lunes 23 de setiembre, a primera hora de la tarde, Jawad y Zeina (no quisieron dar sus apellidos) aparcaron su cuatro por cuatro negra cerca de una escuela primaria en las afueras de Sidón, el punto de entrada al sur de Líbano. Permanecieron sentados en la camioneta hasta que recuperaron el ánimo. Su huida de la región fronteriza con Israel, cuyo ejército mató en solo un día a casi 500 personas en su ataque más mortífero en un año, ha sido agotadora. La escuela, situada en el suburbio chiita Haret Sidón, acaba de ser reacondicionada por las autoridades locales para acoger una oleada sin precedentes de desplazados. El tumulto de la guerra finalmente ha alcanzado a la ciudad costera, paralizada por monstruosos atascos en el tráfico que han reavivado los recuerdos del éxodo de la guerra de 2006.
La pareja tardó cuatro horas en llegar a Sidón desde su pueblo, Borj el Chmali, cerca de Tiro, más al sur. Normalmente, el viaje de 40 quilómetros dura poco más de una hora, pero decenas de miles de libaneses como ellos huyeron hacia el norte tan pronto como Israel comenzó su bombardeo masivo de la región fronteriza, el lunes por la mañana. Como en el resto de Líbano, en las ciudades del sur no hay dónde refugiarse.
«Los israelíes comenzaron a bombardear nuestra aldea al amanecer. Todavía había cadáveres bajo los escombros cuando nos fuimos, incluso cuerpos de niños. Estábamos muy asustados», dijo Jawad, un mecánico de 43 años, con el rostro demacrado y todavía en estado de shock. Él y su esposa, una enfermera de 42 años, nunca habían abandonado Borj el Chmali, que ha permanecido relativamente ajeno a la violencia en los meses desde que Hezbolá lanzó una guerra de baja intensidad contra Israel y en apoyo a Gaza el 8 de octubre, tras el ataque de Hamás contra territorio israelí y los subsiguientes bombardeos al enclave palestino.
CUENTA REGRESIVA
Mientras su esposa Zeina amamantaba discretamente a su hijo, nacido hace 20 días, cubriéndolo con su velo negro, Jawad hacía una serie de llamadas telefónicas. Preguntó por la suerte de sus seres queridos. Sondeó a los que vivían en el valle de la Becá para saber si era posible refugiarse con ellos. La pareja no tenía dinero para alquilar un apartamento. Las noticias en todas partes eran espantosas. Durante todo el día, el sur de Líbano y el valle de la Becá fueron bombardeados masivamente.
Israel anunció que durante el lunes había atacado «alrededor de 1.600 objetivos terroristas», incluidos «cientos de objetivos de Hezbolá», durante una operación que denominó Flechas del Norte. El Partido de Dios tomó represalias disparando más de 100 proyectiles, especialmente alrededor de Haifa y hacia las posiciones israelíes en la Cisjordania ocupada. El primer ministro saliente de Líbano, Najib Mikati, denunció «un plan para destruir» su país.
El Ministerio de Salud lanzó un primer balance a medida que llegaban los informes sobre el terreno: 492 muertos, entre ellos 35 niños y 58 mujeres, y más de 1.645 heridos (la cifra de muertos y heridos durante ese día iría subiendo más tarde). En tan solo un día, los bombardeos israelíes ya habían cobrado casi tantas vidas como en un año de combates.
«Israel está cometiendo crímenes de guerra en Líbano», dijo el ministro de Salud, Firass Abiad. «Tanto en Líbano como en Gaza, la comunidad internacional no está adoptando las medidas necesarias para proteger no solo a los civiles y a las personas inocentes, sino también sus propias leyes: el derecho humanitario y los Convenios de Ginebra.» Israel ha atacado ambulancias y centros de salud. El lunes por la tarde, 16 socorristas resultaron heridos y dos conductores de ambulancia murieron.
Varias familias preocupadas esperaban en el patio del Hospital Universitario Hammoud, en el centro de Sidón. Los médicos de urgencias hicieron breves descansos en la entrada de las ambulancias. A los hospitales de Sidón, como a todos los del sur del país, se les ha ordenado reprogramar operaciones no esenciales para hacer frente a la afluencia de heridos. «Hemos entrado en modo de crisis. Recibimos un gran número de heridos», dijo estupefacto un médico de urgencias que se negó a decir más. Los médicos no tienen ni el tiempo ni la autorización, en este momento, para comentar este trágico día.
«YA HAN PASADO 11 MESES»
Los servicios municipales y provinciales se vieron sorprendidos por la afluencia de desplazados. En el consejo provincial de Sidón, unos 15 empleados de la unidad de crisis respondían llamadas frenéticamente. «Las morgues de Tiro están llenas», dijo uno de los voluntarios. Sus homólogos en Tiro y la vecina Zahrani se estaban poniendo en contacto con ellos para enviarles a familias de refugiados. Algunas no encontraban lugar en sus instalaciones locales, mientras que otras preferían huir de las dos grandes ciudades del sur, ahora bombardeadas, hacia al norte.
Una pantalla mostraba, en tiempo real, el número de desplazados registrados en los servicios provinciales. El contador no dejaba de sonar. En menos de media hora, había pasado de 30 mil personas registradas (el total acumulado de los primeros 11 meses de la guerra en Sidón) a casi 40 mil a media tarde. «La situación es una locura. Estamos en la fase de evaluación, luego podremos calibrar las necesidades. Puede que al principio tengamos que apretar un poco a la gente, pero podemos abrir todas las escuelas públicas si es necesario», dijo Mirna Fawaz, oficial de enlace del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en el Consejo Provincial del Sur.
Algunas de las familias desplazadas tienen parientes con quienes refugiarse, mientras que otras están repartidas entre las cinco escuelas requisadas de la región. El gobernador de la provincia sureña, Mansour Daou, no se inmutó. «No es la primera vez que nos encontramos en esta situación en Líbano. Hemos tenido casi un año para prepararnos. Estamos movilizados, tenemos la capacidad de hacer frente a la afluencia de varias decenas de miles de desplazados hoy», dijo.
Durante la invasión de Israel de 2006, que duró 33 días, la provincia acogió a casi 200 mil personas desplazadas del sur de Líbano. «En 2006 fue difícil, pero eso ya pasó. Lo de ahora ya lleva 11 meses y ahora estamos en la segunda ola de desplazamientos. Los desplazados han llegado de más de 100 aldeas, mientras que el enemigo, Israel, ha estado bombardeando a niños, mujeres y ancianos. Es criminal», denunció el teniente de alcalde de Haret Sidón, Hassan Saïd Saleh. Después de cinco años de crisis económica y un año de guerra, su equipo lucha por encontrar la ayuda necesaria para acoger a las 80 familias que se presentaron en el municipio el lunes. «Nos falta de todo: medicinas, alimentos, botiquines sanitarios… Estamos llamando a todos los donantes posibles de la ciudad, pero de momento no hay mucha cooperación», lamenta Nour Ezzein, un empleado municipal. Se inició una recaudación de fondos y las ONG locales comenzaron a organizarse.
«NI SIQUIERA SABEMOS ADÓNDE IR»
En Haret Sidón, como en todos los cruces de la ciudad costera, los jóvenes eran parte del tráfico. La afluencia de personas desplazadas no había disminuido incluso al final del día, lo que congestionaba la ciudad y aumentaba la tensión. Se necesitan más de dos horas para cruzar. Las familias, con enjambres de niños, se amontonaban en viejos Mercedes destartalados o en coches asiáticos nuevos. Algunos tuvieron tiempo de empacar colchones y algunas pertenencias, otros apenas lograron llevarse una jaula para pájaros.
Frente al capó de un auto abierto al borde de la carretera, una docena de mujeres y niños esperaban ser auxiliados. Ghadir se derrumbó y las lágrimas brotaron lentamente de sus ojos enrojecidos. «Es una verdadera pesadilla. El auto nos ha dejado a pie. De todos modos, ni siquiera sabemos adónde ir. No tenemos parientes en ninguna parte y mi hermano tiene discapacidad», dijo esta treintañera de pelo negro espeso y rizado. Ningún bombardeo ha alcanzado su aldea en la provincia vecina Nabatieh, pero la familia ha huido con el único objetivo de buscar refugio más al norte.
La escasez de combustible, los motores sobrecalentados y simplemente el cansancio de deambular sin rumbo frenaron el éxodo al final del día. Al caer la noche, a lo largo de la autopista que une Sidón con Beirut, los autos estaban aparcados en fila india al costado de la carretera. Las noticias llegadas de la capital libanesa no eran nada tranquilizadoras.
Los residentes recibieron advertencias israelíes en sus teléfonos móviles y fijos. El ministro de Información libanés, Ziad Makary, quien recibió uno de estos mensajes en su oficina, denunció una «guerra psicológica» de Israel. Al final del día, otro ataque en el suburbio Bir el Abd, en el sur de Beirut, tuvo como objetivo a un oficial militar de alto rango de Hezbolá. Aunque el hombre escapó del ataque, según el partido chiita, muchos libaneses temen que, como en 2006, la guerra vuelva a devastar ese bastión del Partido de Dios.
(Publicado originalmente en Le Monde. Traducción de Brecha.)