Cruz diablo - Semanario Brecha
Macron-Le Pen y las falsas alternativas

Cruz diablo

En una Francia sacudida por los recortes, la represión y el macartismo en la educación, luce improbable la reedición de la tácita alianza que derrotó al fascismo en las urnas. Pero ¿quién abre paso a la bestia?

Guardia policial durante el encuentro entre la ministra francesa de la Enseñanza Superior, Frédérique Vidal, y estudiantes universitarios, en Poitiers, el 23 de febrero Afp, Guillaume Souvant

Imagínense una elección presidencial uruguaya en la que la opción en un balotaje fuera entre, pongamos, Luis Lacalle Pou y Guido Manini Ríos. Llegados a un caso así, seguramente una buena parte –si no la mayoría– de quienes se reconocen, se dicen, se ubican en la izquierda se inclinarían por el mal menor, se taparían la nariz con una mano y se resignarían a poner con la otra en la urna una boleta bien planchadita, sonriente, bronceada, humedecida con pompitas en favor del blanco bagualero. Se dirían, sobre todo, que habría que parar el fascismo.

Algo así sucedió en Francia en dos ocasiones y puede perfectamente darse una tercera el año próximo. En 2002, la gran mayoría de las organizaciones políticas del país, desde la derecha clásica hasta una parte de la izquierda llamada «radical», convocó a votar por el neogaullista Jacques Chirac. Jean-Marie Le Pen, fundador y líder del ultraderechista Frente Nacional, había dado la sorpresa y superado a otras fuerzas de derecha y a socialistas, comunistas, liberales y ecologistas. La segunda vuelta fue una paliza: uno de cada ocho franceses decidió sacarse de encima a un cuco demasiado cuco, con ideas de troglodita, pinta de troglodita y pasado de troglodita, y llevó a Chirac al Elíseo.

Quince años después fue la hija de la bestia, heredera de la jefatura del partido del padre (véase «Un ángel pasa», Brecha, 12-II-21), quien dio el batacazo. Marine Le Pen era más presentable que Jean-Marie, aparentemente menos troglodita, pero las apariencias engañan y otra vez funcionó el llamado a un «frente republicano» para cerrarle el camino a la ultraderecha. No lo hizo tan bien como en 2002 –la hija duplicó los votos del padre en la segunda vuelta–, pero la diferencia fue, de todas maneras, muy grande y un Emmanuel Macron que se presentaba a la cabeza de un partido recién creado, La República en Marcha, que captaba fácilmente votos en filas de una socialdemocracia en ruinas, llegaba a la presidencia con promesas de moderación y progresismo, y apoyado por un aparato de propaganda y promoción pocas veces visto.

En abril de 2022 los dos rivales de 2017 pueden verse otra vez las caras en un balotaje presidencial. Le Pen está hoy a la cabeza de los sondeos, con el 24 por ciento de la intención de voto. Macron la sigue con el 23. El único que por el lado de la derecha clásica y el liberalismo podía hacerle sombra a Macron era Nicolas Sarkozy, pero el expresidente acaba de ser condenado por un caso de corrupción y le espera otro juicio, por sospechas de financiamiento ilegal de su campaña electoral de 2007. Es más que probable que quede fuera de carrera. En la izquierda las discusiones entre socialistas, comunistas, Francia Insumisa y ecologistas parecen no llegar a ningún lado y la posibilidad de un programa y un candidato común, que sería su única vía para constituirse en alternativa de gobierno, está cada vez más lejana. En este contexto, Le Pen-Macron se dibuja como el duelo cantado para abril del año que viene.

YA NO

Pero algunas cosas han cambiado. Por lo pronto, en la izquierda pesan cada vez más quienes dicen en voz alta que si esa es la disyuntiva en 2022 (Macron o Le Pen), prefieren abstenerse a votar nuevamente por el hoy presidente. Y entre ellos no sólo hay «radicales» ligados a Francia Insumisa –que en 2017, tras dudarlo, finalmente se decidió a seguir a su principal referente, Jean-Luc Mélenchon, y «no dar ningún voto a Le Pen»–, sino también exelectores del hoy desmembrado Partido Socialista.

Libération, un diario que supo ser otra cosa (véase «Érase una vez Libération», Brecha, 25-V-18), hoy representa, en gran parte, a esta última sensibilidad: gente de mediana edad tirando a joven, con formación universitaria, cool, ubicada más bien en la centroizquierda. El periódico consultó la semana pasada a sus lectores sobre su opción electoral para 2022. Tuvo «centenares» de respuestas, presentadas y comentadas en la edición del 28 de febrero. «Un año antes de las presidenciales un número creciente de electores de izquierda […] que jamás dudaron en bloquearle el paso a la extrema derecha lo afirman: en la segunda vuelta no votarán por el actual jefe de Estado, cada vez más anclado en la derecha. Y están determinados a provocar un electroshock», resumió.

En 2017 Libération llamó desde su portada a votar por Macron para derrotar a Le Pen. Si hoy lo hiciera nuevamente –reconocen responsables del diario–, sería probable que hubiera un cortocircuito con una franja considerable de sus lectores. Uno de ellos, mencionado como Hervé, apunta que el titular de portada de su diario de cuatro años atrás («Hagan lo que quieran, pero voten por Macron») hoy le sonaría «terriblemente cínico». Otro evoca que en 2002 se peleó con su padre porque él quería votar a Chirac para frenar a Le Pen padre, y el veterano, «socialista de los de antes», se rehusaba a hacerlo. Ahora los dos coinciden en que por Macron no votarán. Son muchos los «nunca más», los «me arrepiento» y los «da igual uno que otro» que aparecen en las cartas de los lectores, remarcó el matutino.

La explicación es sencilla: las políticas que implementó Macron justifican que se le dé la espalda desde el lado zurdo del escenario político: represión brutal de las protestas sociales, leyes que han ido reforzando el autoritarismo institucional, reformas de tinte neoliberal de las pensiones y la seguridad social, apoyo fiscal a los más ricos, ataques frontales a los sindicatos, privatizaciones, tolerancia al fraude de los grandes empresarios, recortes en los presupuestos de salud y educación… «Con mi voto de 2017 terminé reforzando las injusticias sociales», dice Claire, de 25 años. «Finalmente, no necesitamos a una Marine Le Pen para que se acabara instalando un Estado policial al servicio de los más ricos», observa Lucien. Casi todos citaron las declaraciones del ministro del Interior, Gérald Darmanin, que el 11 de febrero, durante un debate televisivo con Le Pen, le dijo a la líder de la Agrupación Nacional: «Finalmente, yo soy más duro que usted [en referencia a las políticas de seguridad]». Y también las de Frédérique Vidal, una oscura ministra de la Enseñanza Superior que se hizo conocer por haber «encargado» a mediados de febrero, nada menos que al Consejo Nacional de la Investigación Científica (CNRS, una prestigiosa institución académica pública), el lanzamiento de una «investigación sobre el islamoizquierdismo» que estaría reinando en las universidades francesas.

MACARTISMO, BURREZ

Lo de la ofensiva contra la entelequia del islamoizquierdismo (véase «Temporada de caza», Brecha, 6-XI-20), en la que coincidieron el gobierno, los partidos de la derecha clásica, Le Pen, medios de peso como Le Figaro y CNNews, y algunos intelectuales liberales, fue lo que desbordó el vaso y terminó de convencer a esta franja de la izquierda a inclinarse por «nunca más caer en la trampa del frente republicano en estas condiciones», según dijeron varios lectores de Libération. «Suena a aquellas referencias al judeobolchevismo de los nazis y los fascistas de antes de la Segunda Guerra Mundial», señaló Hervé.

Fue muy fuerte lo de Vidal: en diálogo con un periodista tan ultraconservador como ella, Jean-Pierre Elkabbach (CNNews, 14-II-21), dijo que en la universidad «hay muchos radicales» que quieren «dividir a los franceses» exaltando las ideas de raza, género y clase. «Hay un islamoizquierdismo que gangrena la sociedad» en general y la universidad en particular, afirmó, retomando y amplificando un título de portada del diario Le Figaro. «¿Una suerte de alianza entre Mao y el ayatolá Jomeini?», le preguntó Elkabbach. «Sí, claro», contestó la ministra, y anunció que iba a «investigar» para «separar» a los «verdaderos académicos» de los que «se valen de su aura, de su prestigio», para hacer «militancia».

Las respuestas del medio académico fueron contundentes: del propio CNRS, que se negó a servir de «mandadero» de Vidal y menos aún para una caza de brujas; de los presidentes de las distintas universidades públicas; de cientos de intelectuales que denunciaron a la ministra y pidieron su renuncia. «El islamoizquierdismo es un eslogan político que no corresponde a ninguna realidad científica», apuntó el CNRS en un comunicado. Y condenó la «deslegitimación de diferentes campos de la investigación, como los estudios poscoloniales, los estudios interseccionales y los trabajos sobre el término raza o cualquier otro campo de investigación». La Conferencia de Presidentes de Universidades, «habitualmente muy medida en sus consideraciones», consignó el portal Mediapart (18-II-21), esta vez quiso dejar las cosas claras: «El islamoizquierdismo no es un concepto. Es una pseudonoción de la cual se buscaría, en vano, cualquier comienzo de definición científica y que convendría dejar en manos de los animadores de CNNews y, más generalmente, de la extrema derecha, que la ha popularizado». En cuanto a la pretensión de la ministra de «instrumentalizar al CNRS» con fines de delación y caza de brujas, los rectores se dijeron «sorprendidos». La «misión» de ese organismo, dicen, «no consiste, en ningún caso, en producir evaluaciones de los profesores e investigadores ni en determinar qué es militancia y qué es opinión».

Macartista y burra fue lo menos que le dijeron otros intelectuales. El economista Thomas Piketty escribió en Twitter que con Vidal el gobierno de Macron «concretó su sueño» de «rodear a Le Pen por la derecha». Mediapart destacó la influencia en el gobierno de un grupo de alrededor de 100 intelectuales –algunos otrora prestigiosos, como el nonagenario historiador Pierre Nora– que en los últimos tiempos han denunciado «la infiltración» de la universidad por pensadores del «poscolonialismo, el indigenismo y el racialismo» que incitan al «odio a los blancos» y al «odio a Francia», según afirmaron en una columna aparecida en octubre en Le Monde. Pero poca atención ha prestado, en cambio, el Ejecutivo, señala el portal, a las numerosas contracolumnas aparecidas luego; entre ellas, una firmada por más de 2 mil investigadores de primera línea y publicada en el mismo diario en noviembre, que responden con solvencia, negando cualquier incitación al odio y explicando a qué corresponden hoy en las ciencias sociales nociones como la de raza, lejos de la caricatura hecha por Vidal.

Samuel Hayat, investigador en el CNRS especializado en el mundo obrero, afirmó que lo de Vidal, lo del islamoizquierdismo, lo de las críticas a los estudios poscoloniales, etcétera, «sigue la lógica de la gestión autoritaria de la enseñanza superior y de la investigación» que lleva a cabo el actual gobierno. «Es una ofensiva contra el discurso crítico, contra el pensamiento crítico», dice. Y otros apuntan que esa ofensiva se cubre a menudo bajo las banderas de una laicidad «mal entendida». Subyace en toda esta gente, desde la extrema derecha hasta la derecha clásica, remarca Hayat, una idea de que «la universidad debe situarse en “la excelencia” y la rentabilidad, y que haya resistencias a estas políticas les es insoportable».

Lectores de Libération vincularon en sus mensajes la caza de brujas en los medios universitarios con los recortes presupuestarios en la educación y la precarización cada vez mayor de los estudiantes, incluidos los de ciencias básicas, disciplinas tan levantadas de la boca para afuera por el gobierno durante la pandemia pero abandonadas en los hechos. ¿Suena conocido?

EL CORREDOR

En las cartas al diario, las críticas van dirigidas también a los partidos de izquierda. Por su desunión, por ser incapaces de plantear una alternativa franca («ecosocialista», dice uno) a la derecha y la extrema derecha, por sucumbir a los cantos de sirena, a los embrujos, del liberalismo. Por permitir en los hechos que Macron –o antes Chirac– pueda decir que es él quien encarna el «No pasarán», cuando, en realidad, es «el corredor» por el cual la ultraderecha se cuela, según ilustró uno. Dicen algunos que, llegado el momento, la abstención puede ser un revulsivo más eficaz que votar por alguien que se diferencie del perro sólo por su collar más bonito y presentable. Otro se aventuró a sugerir que también la izquierda institucional ha servido de colador a Le Pen, con su tibieza, su moderación, sus renuncias. No parece ser sólo el caso francés. Los corredores por los que se coló Manini, ¿no tienen, acaso, contornos de ese tipo, más allá de los más evidentes de brillo multicolor?

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