Mohammed bin Salman, el heredero del trono saudita y gobernante de facto, ha logrado venderle al mundo una imagen suya de renovador moderno y liberal. Pero las dádivas simbólicas y monetarias que ofrece tanto en su país como en el exterior no convencen a los militantes de derechos humanos presos y perseguidos por el régimen.
Al primer rey de Arabia Saudita le gustaba presumir de su generosidad. Hacia 1940, Ibn Saud salía a pasear en su Packard por las polvorientas estepas árabes con un bolso lleno de dinares de oro, de los que regalaba un puñado a los miserables beduinos que tenían la suerte de cruzarlo. Para un nómade de ese rincón olvidado del mundo, esa era una prueba de la riqueza y la bondad inagotables de su majestad.
Hoy no alcanza con unas pocas monedas para demostrar la vocación filantrópica del absolutismo. El actual gobierno de Arabia Saudita ha debido prometer cientos de millones en contratos en el Primer Mundo, donde se lo cuestiona por las atrocidades de la guerra en Yemen. La empresa ha dado sus frutos. Cenas en el Louvre, hospedaje en el palacio de El Pardo y galas en Hollywood amenizaron la reciente recorrida por Occidente (en marzo y abril pasados) del novel príncipe heredero, Mohammed bin Salman. Los anfitriones británicos, estadounidenses, franceses y españoles destacaron el compromiso del invitado con los derechos humanos y los avances democráticos.
El desagradable ruido de los crímenes de guerra saudíes fue ocultado por los aplausos a “las genuinas reformas” lideradas por Bin Salman en su propio país. Los gobiernos de Occidente celebraron que el príncipe diera permiso a las mujeres saudíes para conducir, ir al estadio y salir a la calle sin la obligación de usar la larga túnica conocida como abaya. El hijo del rey incluso legalizó los cines. Y todo ello mientras habla de tolerancia y antiterrorismo.
Previo a la llegada de Bin Salman, la prensa internacional se esforzó en dar a conocer la buena nueva. A comienzos de marzo, The Washington Post publicó una columna del escritor David Ignatius donde se destacaba el avance de Arabia Saudita “hacia una sociedad más moderna, más emprendedora, menos rígida y más orientada a los jóvenes”, gracias al “enfático mensaje modernizador del príncipe heredero”. El país vive “al fin” su propia “primavera árabe”, escribía meses atrás en The New York Times el tres veces ganador del Pulitzer Thomas Friedman. Se trata de “el proceso de reforma más significativo que se lleva a cabo actualmente en Oriente Medio”.
Friedman se maravillaba ante la posibilidad de escuchar conciertos de country y música clásica occidental en Riad. Aunque el público estuviera, claro, rigurosamente segregado por sexo. Tras entrevistar a Bin Salman, el veterano periodista estadounidense señalaba que el heredero al trono habla el lenguaje de la alta tecnología y de los jóvenes, y concluía: “Puede que su mayor pecado sea querer ir demasiado rápido” en la liberalización del país. Si el príncipe tiene éxito, escribía, “no sólo cambiará el carácter de Arabia Saudita, sino el de todo el islam a lo largo del mundo”.
VÍCTIMAS DEL RÉGIMEN. Poco después de publicado ese artículo, la saudí Nuha al Balawi estuvo detenida sin cargos durante unos 29 días. Según la organización de derechos humanos Al-Qst, la joven puede enfrentar unos cinco años de cárcel y una fianza de 800 mil dólares. Su crimen fue defender en las redes sociales el derecho de sus congéneres a conducir y cuestionar la política exterior del gobierno. Aunque en sus videos Al Balawi aparece cubierta con un piadoso niqab que apenas deja ver sus grandes ojos negros, no fue precaución suficiente para evitar la represión estatal.
La mujer no criticó directamente a la monarquía. En ese caso podría haber terminado como Issa al Nukhaifi, condenado el 28 de febrero a seis años de prisión, o como Essam Koshak, a quien le dieron cuatro. Al Balawi tampoco fue arrestada por fundar una organización de derechos humanos, como sí sucedió con Mohammed al Oteibi, Issa al Hamid y Abdulaziz al Shubaily, para quienes la justicia saudí confirmó en enero penas de 14, 11 y ocho años de prisión, respectivamente.
Para el militante saudí por los derechos humanos Yahya Assiri, no hay en curso una reforma verdadera. El director de Al-Qst afirmó a Brecha que los anuncios de Bin Salman festejados por la prensa occidental son “una campaña de propaganda”. Cuando el año pasado el gobernante declaró el fin de la norma que impedía a las mujeres conducir vehículos, Friedman lo consignó en The New York Times como una prueba del compromiso modernizador de Bin Salman. En cambio, para Assiri la medida llega “luego de un trabajo real y continuado del activismo”, que generó suficiente presión sobre el gobierno. “La monarquía ni siquiera se ha disculpado con las saudíes por privarles de un derecho por más de 30 años”, agregó.
Además, el disidente exiliado en Londres se refirió a la paradoja que significa mantener presos a defensores de esa causa, como los activistas Waleed Sami Abu al Khair, Mohammad Fahad al Qahtani y el periodista Alaa Brinji. Según Assiri, el gobierno llamó además al resto de los militantes sociales a no emitir comentarios sobre la reforma introducida. Mientras tanto, Manal al Sharif, una de las líderes de la campaña por el derecho de las mujeres a conducir, permanece exiliada en Australia, alejada por la fuerza de su hijo de 12 años.
La semana antes de que se diera a conocer el fin de la prohibición, más de 20 prominentes figuras religiosas, escritores, periodistas, académicos y militantes fueron arrestados por motivos políticos, de acuerdo a Amnistía Internacional. Además, en 2017 fueron ejecutadas más de 140 personas, varias de ellas por motivos políticos, como en el caso de cuatro militantes por los derechos de la minoría chiita.
“La verdadera reforma debe comenzar por la transparencia, la tolerancia a las instituciones de la sociedad civil, la participación popular y medios independientes”, insistió Assiri, quien también argumentó contra la retórica moderada del nuevo gobierno. “Ellos financian al extremismo”, apuntó, y recordó que la dinastía de los Al Saud mantiene su apoyo al wahabismo, la variante más fundamentalista y sectaria del islam sunita, que sirve de inspiración a Al Qaeda, el Talibán y el Estado Islámico. “Primero deben permitir la libertad de expresión y de conciencia para que la sociedad pueda sacudirse de encima esa versión de la religión”, reclamó.
LA GRAN ILUSIÓN. Del bolso con regalos que Bin Salman sacó a pasear en su gira no sólo asoman sus reformas y sus contratos millonarios. El nieto de Ibn Saud sacó a relucir la joya de la corona y esta vez serán los centros del poder financiero mundial, no los beduinos del camino, quienes se disputen el favor real: en el correr de este año, prometió, el gobierno pondrá en el mercado de valores a la petrolera estatal, Saudi Aramco.
Aunque sólo el 5 por ciento del capital de la empresa estará en juego, sería la mayor salida a la bolsa de la historia. El reino saudí no destaca por la claridad en sus números, pero se estima que el valor total de la compañía ronda los 2 billones de dólares, el doble que Exxon, Rosneft, Petrobras y Pdvsa juntas, algo que estimula la imaginación de muchos líderes internacionales.
“Apreciaría mucho que Arabia Saudita hiciera la salida de Aramco en la Bolsa de Nueva York. ¡Importante para Estados Unidos!”, twiteó hace poco el presidente de ese país, Donald Trump. Por su parte, la primera ministra británica, Theresa May, adelantó que habrá cambios en la legislación para que Saudi Aramco pueda cotizar en la Bolsa de Londres. “Hay mucha presión desde diferentes direcciones”, sostuvo a Brecha el profesor de negocios internacionales de la Universidad Tufts y experto en finanzas del mundo islámico Ibrahim Warde, quien recordó que “existen varias condiciones que deben cumplirse antes de que una empresa salga a la bolsa, por ejemplo separar sus activos de los del gobierno y tener cierta transparencia en las reglas de contabilidad. No estoy seguro de que los saudíes estén listos para eso”.
Además, por grande que sea el entusiasmo de Trump, los petrodólares saudíes corren peligro en Nueva York. Warde señaló el obstáculo que representa para los planes de Bin Salman la llamada ley Jasta (sigla en inglés de “justicia contra los patrocinadores del terrorismo”), que en la práctica permite a ciudadanos estadounidenses llevar a juicio a Arabia Saudita por financiamiento del terrorismo. La norma se aprobó en 2016 gracias a la lucha de las familias de víctimas del atentado contra las Torres Gemelas y debió superar el veto del presidente Barack Obama. Cuando todavía se encontraba en campaña electoral, Trump fue uno de los principales defensores de su promulgación. Según Warde, Jasta es “aterradora para los inversionistas”, quienes podrían asistir a un alud de demandas contra Saudi Aramco en Nueva York.
Con ese escollo en Estados Unidos y el Brexit inconcluso en Reino Unido, la salida podría ser hacia el este. “Existe la posibilidad de una venta privada a inversores chinos, que generaría un ingreso sustancial”, manifestó el economista. Esta última opción no es la preferida de la monarquía, pero al menos cubriría la necesidad apremiante de llevar liquidez al tesoro saudí.
PLAN DE REFINANCIAMIENTO. “En estos últimos años hay una gran desaceleración de la actividad económica, y el precio del petróleo aún no es lo suficientemente alto. No diría que la situación saudí sea buena. El déficit va en aumento y se suma a varios otros indicadores que no lucen muy bien”, comentó Warde. De acuerdo a cifras del Ministerio de Finanzas publicadas por Bloomberg, en 2017 la economía se contrajo un 0,5 por ciento, y la recesión llega ya a su cuarto año consecutivo.
Con su lujo y sus compromisos armamentísticos, la corona saudí logró algo que parecía irrealizable: gastar por encima de sus posibilidades. Este año Arabia Saudita trabajará con Hsbc, J P Morgan y Mitsubishi Ufj Financial Group en la refinanciación de una deuda de 10.000 millones de dólares (de un total de 116.000 millones), y espera continuar con la emisión masiva de bonos, luego de que el año pasado hiciera un lanzamiento por 17.500 millones (Reuters, 6-II-18).
Estos compromisos no amedrentan al trono saudí. Bin Salman presentó en 2016 el ambicioso plan Visión 2030 contra la dependencia petrolífera y encaminado al desarrollo de los sectores público y privado. El proyecto incluye una megaciudad en medio del desierto, la futurista Neom, cuya primera etapa de construcción costaría medio billón de dólares. Una huida hacia adelante de dimensiones faraónicas, con el príncipe heredero como corredor destacado.
Mientras se demora la salida a la bolsa de Aramco, este improvisado deportista de riesgo explora fuentes alternativas de recaudación. En noviembre pasado sorprendió al mundo con la detención de casi 200 empresarios y miembros de la nobleza. En una operación publicitada como la mayor campaña anticorrupción de la historia del país, los hombres más ricos y poderosos del reino fueron encerrados en el majestuoso hotel Ritz-Carlton de Riad, convertido entonces en cárcel de lujo. Pero lo más insólito fue la forma en que recuperaron la libertad: debieron pagar rescates que sumaron unos 106.000 millones de dólares, según cifras oficiales.
La operación pudo tener un efecto simbólico en la masiva corrupción que afecta al país, reconoció Warde. Pero sobre todo “fue un intento del príncipe heredero de consolidar su poder”. “Primero, se trató de eliminar las amenazas más directas a su dominio, en especial las que puedan venir de otras ramas de la familia real. Además, Bin Salman quiso mostrar quién manda a nivel económico. Mostrar que no sólo tiene el control político total, si no que puede remodelar la economía de acuerdo a sus deseos”, subrayó el académico.
Warde hizo hincapié en que la corrupción en Arabia Saudita es endémica y estructural. “Si sos un extranjero que quiere invertir, tenés que tener un patrocinador local”, explicó Warde. Por definición, ese sponsor recibirá “un montón de pagos” que no necesariamente se corresponden con el valor que le agrega a la operación. “En otras palabras”, recapituló, el sistema ha sido diseñado de tal manera que “no vas a ser capaz de hacer negocios si no estás dispuesto a sobornar a diestra y siniestra”. El economista no cree que esto se elimine con meros gestos simbólicos.
PROPAGANDA. Assiri está de acuerdo en este punto. En su opinión, para frenar la corrupción lo primero es contar con un sistema judicial independiente. Algo incompatible con un Estado donde la única Constitución es el Corán y se concentra todo el poder político en las manos del monarca. El disidente insistió en que la pretendida lucha contra la corrupción y las supuestas reformas realizadas por Bin Salman son “un enorme despliegue de propaganda y relaciones públicas”, que no sólo no encara un cambio real de las instituciones del país, sino que se continúa con la represión de cualquier iniciativa popular.
A pesar de los anuncios de la corona, 15 millones de mujeres saudíes aún viven bajo el sistema de guardia masculina, que las despoja de sus derechos ciudadanos más básicos. Unos 3 millones de chiitas enfrentan discriminación sistemática en materia religiosa, educativa y laboral. Cientos de miles de trabajadores inmigrantes sufren detenciones, torturas y deportaciones, cuando no condiciones de trabajo similares a la esclavitud. “La represión no silenciará a la gente, sino que incrementará la rabia. La debilidad del gobierno es mayor con las redes sociales y las nuevas generaciones. La resistencia continuará y estará en todas partes”, arriesgó Assiri.
[notice]Animal trepador
Joven y carismático, Mohammed bin Salman trepó a la cima en poco más de dos años. En 2015 fue coronado su padre, el rey Salman, quien le allanó el camino con varios cargos y misiones. Antes del 21 de junio de 2017 acaparó los puestos de secretario general de la Corte, ministro de Defensa y presidente del Consejo para Asuntos de Economía y Desarrollo. Ese día blindó su posición al secuestrar a su primo más veterano, Mohammed bin Nayef, y usurparle el título de príncipe heredero.
La decrepitud de Salman, de 82 años, ha convertido de facto a su benjamín, de 32, en el rey. La prensa árabe está llena de diagnósticos de demencia e incapacidad del monarca padre. Por el contrario, Mohammed bin Salman es puro ímpetu y ambición. A poco de comenzar su ascenso, el servicio de inteligencia alemán Bnd hizo circular un documento en los medios donde lo calificaba de temerario y “capaz de extralimitarse”. Con el crecimiento de su poder, “la postura diplomática cautelosa” de la elite saudí tradicional sería remplazada “por una política de intervención impulsiva”, advirtieron desde Berlín.
No es de extrañar que este enfant terrible haya logrado congeniar bien con Donald Trump, que comenzó en Riad su primer viaje de Estado al exterior. El estadounidense quedó encantado con padre e hijo, y les dio su aprobación públicamente en los momentos críticos del conflicto con Qatar y al comenzar la purga anticorrupción; según Trump, Salman y Mohammed “saben exactamente lo que están haciendo”.
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Acercamiento a Israel
Además del fin de la abaya compulsiva, la apertura saudí promete más sorpresas en materia de moda. Uniformes del Tzofim, el movimiento scout de Israel, hicieron su aparición a comienzos de enero en comercios de Jizan y Riad. Las fotos de prendas caquis, con bandera israelí y logo en hebreo, inundaron los escaparates para desazón de varios clientes. No faltaron quienes los confundieron con uniformes militares y enviaron quejas al Ministerio de Inversión y Comercio (Akhbaar 24, 7-I-18).
A nivel de Estado, Riad no tiene relaciones diplomáticas con Israel. Su política oficial aún es la de apoyar la solución de “los dos estados”, con las fronteras previas a 1967 y la capital palestina en Jerusalén Este. Sin embargo, ambas capitales tienen en común su furiosa enemistad con Irán y su debilidad por Donald Trump. A este último nada lo complacería más que aparecer como el padrino de una alianza árabe-israelí.
Por eso no es sorpresa que Bin Salman haya dicho que “ha llegado el momento de que los palestinos acepten las propuestas (de paz) y acuerden llegar a la mesa de negociaciones, o que se callen y dejen de quejarse”. El fin de semana pasado el portal Axios reveló que, en una reunión con organizaciones judías de Estados Unidos a fines de marzo pasado, el príncipe sostuvo que Palestina ya no era prioridad para su gobierno: hay “asuntos mucho más urgentes y mucho más importantes, como Irán”, explicó.
Meses atrás, el jefe del Estado Mayor de las fuerzas de defensa de Israel, Gadi Eisenkot, confirmó al portal saudí Elaph la voluntad del Estado hebreo de “intercambiar información de inteligencia con las naciones árabes moderadas”, y la existencia de “un completo acuerdo en ciertos temas entre Israel y Arabia Saudita” (16-XI-17). Según Assiri, estos acercamientos son parte de una estrategia de Riad para “obtener la satisfacción de Trump”, mientras que “Israel trata de usar a los saudíes” en su combate regional contra Irán.
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