1. MASCULINIDADES VARIAS
El poder del perro es la vuelta de la directora neozelandesa Jane Campion a las grandes ligas. Desde La lección de piano (1993) no se sabía mucho de ella, aunque cierto es que su actividad nunca menguó: luego de unas cuantas películas decentes y de una tibia recepción, pasó la mayor parte de la última década abocada a su celebrada serie policial Top of the Lake. Ahora Campion se arroja al western, género masculino por antonomasia, adaptando una novela de Thomas Savage. Y lo hace poniendo de relieve un universo patriarcal que, en su dinámica, promueve un intenso conflicto entre los personajes que lo habitan.
Lo cierto es que a nivel de crítica la aprobación de la película fue casi unánime, y de cara a las inminentes premiaciones (Oscar, Globo de Oro) se presenta como una de las favoritas. Pero esto no quiere decir que no tenga detractores, desde quienes encontraron la narración lenta y aburrida hasta quienes cuestionaron su desenlace como una celebración de la venganza y la justicia por mano propia. Diego Maté, del sitio argentino A Sala Llena, la tacha de «una revisión progresista de la vida en el campo estadounidense en la primera mitad del siglo pasado. El momento (no el de la ficción, sino el nuestro) impone este tipo de ejercicios, más todavía desde que Hollywood se puso al frente de la ola woke y llevó este cambio de imagen […]. Se trata de tomar un terreno más o menos señalizado por el cine (en este caso, el western) para barrerlo con la grilla moral del presente y obtener así un puñado de anacronismos que aseguren la indignación». El crítico señala como improbable la existencia de uno de los personajes principales: «¿De dónde salió Peter, cómo pudo ese entorno inhóspito, incluso ese tiempo (1925), producir un adolescente tan exageradamente delicado y meditabundo? […] Una figura extemporánea que se inserta a la fuerza en la ficción, necesaria para iniciar el cuento sobre la discriminación».
Otra vehemente detractora es la crítica Eileen Jones, de Jacobin, quien señala ciertas exageraciones en el personaje de Phil, encarnado –brillantemente– por Benedict Cumberbatch: «Tan tóxica es su masculinidad que Phil no puede hacer un movimiento ni decir una frase que no sea agresiva, hostil, amenazante, menospreciadora. Su primera línea, a propósito de nada y dirigida a través de la puerta del baño a su hermano regordete es: “Entonces, ¿ya lo has descifrado, gordo?”».
Correspondería señalar que la película explora la masculinidad expresada no de una única manera, sino de tres diferentes, y es asertiva, además, en la forma en que ellas oprimen a la mujer, sea mediante el desprecio o la anulación sobreprotectora. Asimismo, la originalidad del planteo radica en exhibir a estos hombres desligados de todo heroísmo y en su reverso más trágico: el peso de la heteronormatividad condiciona sus comportamientos, impidiéndoles la posibilidad de una vida libre y plena. La vuelta de tuerca final es de las más inesperadas e impactantes de los últimos años, una que, además, resignifica la anécdota en profundidad.
2. LIBERTAD Y LIBERTINAJE
Sexo desafortunado o porno loco, del rumano Radu Jude, es una película que parecería diseñada para incomodar y que, entre otros exabruptos, arranca con la exhibición de una escena porno casera de tres minutos. Por fortuna, ya estamos lejos de los tiempos en que esto podía ser un escándalo y, de hecho, la aprobación crítica se volcó mayoritariamente a favor de la película, que ganó el Oso de Oro del Festival de Berlín. La anécdota se centra en una maestra de escuela primaria y su escarnio público cuando las escenas de porno casero que mencionamos –en las que ella tiene relaciones sexuales con su marido– se vuelven virales.
La estructura narrativa se divide en tres grandes partes; la segunda es un extrañísimo interludio titulado «Breve diccionario de anécdotas, signos y maravillas», una especie de collage audiovisual en el que se suceden definiciones y representaciones gráficas loquísimas, en muchos casos sin relación aparente, pero con muchas ácidas e hilarantes referencias al machismo, el militarismo, la Iglesia ortodoxa, la educación, la violencia y la herencia social de la dictadura de Ceaucescu. Y, como no podía ser de otra forma, visto el carácter libérrimo y caótico de esta película, no es de extrañar que algunos detractores cuestionen su falta de unidad o su incapacidad de dar algún mensaje más concreto. Pero lo interesante es que, a pesar de este carácter anárquico, la película es coherente en su espíritu irreverente.
En determinadas escenas en las que se filma a la protagonista caminando por la calle, la cámara se dispersa y se da el lujo de ascender y filmar los edificios circundantes, enfocando las ruinas de Bucarest como una metáfora de una idiosincrasia rancia y decadente. No es algo común ver este tipo de libertades en el cine: en tiempos en que los cineastas se esfuerzan por desaparecer y disfrazar sus historias de una austeridad y una objetividad imposibles, Jude impone su propia subjetividad como pocos.
3. COLAPSO Y DESACUERDO
Pero, de los tres títulos aquí reseñados, el que más indignación viene despertando hasta el momento es Don’t Look Up. El director, comediante y guionista Adam McKay, quien ya se dio a conocer de manera masiva gracias a películas notables como Anchorman, La gran apuesta y Vice, se despacha esta vez con una propuesta multimillonaria y con actores de primer orden, como Leonardo Di Caprio, Jennifer Lawrence, Cate Blanchett, Timothée Chalamet, Meryl Streep, Jonah Hill, Ron Perlman y hasta la cantante pop Ariana Grande, de modo que su exabrupto no pase desapercibido. Con un registro y un espíritu bastante cercanos a los de Kubrick en Dr. Strangelove, la película arranca en un tono bastante serio y grave, se va adentrando crecientemente en los terrenos de la comedia y finalmente en el delirio más disparatado. Así, se despliega una sátira que orbita en torno de la política, los medios y las redes sociales, y su reacción ante la certeza de un inminente apocalipsis.
Por supuesto, los sectores más conservadores de la crítica se han hecho oír y, en general, cuestionan de la película ciertas premisas totalizadoras y de corte grueso, con las que se representan medios de comunicación que idiotizan y desinforman, una clase dominante que solo piensa en sí misma y redes sociales que reproducen sin reparos la opinión de una infinidad de infradotados. Pero es evidente que McKay se desquita con una caricatura y no con una radiografía cabal del universo político y mediático estadounidense. En este sentido, no es muy entendible tanta indignación cuando normalmente se celebra este mismo tipo de humor en South Park o en Los Simpsons. Más allá de esto, es innegable el acierto de la película al representar algunas de las demencias más terroríficas de nuestra coyuntura reciente, como la desavenencia enfermiza respecto a verdades que rompen los ojos –llámese calentamiento global o covid-19– o el troleo furibundo a quienes expresan esas verdades con contundencia –a Greta Thunberg, por ejemplo–. En este sentido, Don’t Look Up es un divertido exabrupto, muy representativo de nuestros tiempos.
De todas formas, citemos, a modo de cierre, una opinión contraria sumamente interesante publicada por Holly Tomas en CNN: «El objetivo de defender los hechos científicos debe disociarse del de afirmar la superioridad moral. La insinuación constante de que quienes dudan en aceptar nuevas evidencias, ya sea la seguridad de las vacunas o el impacto del cometa, son estúpidos, corruptos y se encuentran del lado “equivocado” políticamente solo añade otro obstáculo que la ciencia debe superar […]. Hacia el final de la película, cuando uno de los mítines claramente trumpianos celebrados por el personaje de Streep se convierte en un caos, Jonah Hill, quien interpreta al hijo y secretario general de Streep, grita “rednecks” por encima de su hombro mientras escapa. El mensaje que se pretende transmitir –que los políticos “malos” que intentan engañar al público no tienen más que desprecio por ellos– se ve empañado por el hecho de que los “buenos” que hicieron la película tampoco parecen pensar mucho en ellos».