En 1942, desde el balcón de su casa en 18 de Julio y Juan Paullier, Domingo Tortorelli ofrecía a los transeúntes, y a algún curioso que se arrimara, encendidos discursos electorales hacia las nacionales. Era un candidato a la presidencia muy particular. En caso de llegar, instalaría inmediatamente canillas de leche en cada esquina, construiría una carretera en bajada de Rivera a Montevideo para ahorrar combustible. Pero no fue lo único en el folclore de las promesas electorales de aquellos tiempos. Se comprometió a bajar a la mitad el precio de los productos de la canasta básica: el azúcar, los fideos, la yerba…
El fin de semana pasado, el precandidato blanco Juan Sartori comenzó a repartir la tarjeta MedicFarma. El lunes 17 hizo el anuncio oficial en su búnker de la plaza Independencia: los pasivos podrán acceder a los medicamentos gratis en cualquier farmacia, a partir del 1 de marzo de 2020, fecha de asunción de su hipotético gobierno. En principio, los beneficiarios serían los usuarios de Asse. Cuando se le dijo que ya tenían acceso gratis a los fármacos que tienen indicados, Sartori no vaciló y extendió la gratuidad a los socios del sistema mutual.
La especialista en anestesiología Clarisa Lauber, asesora de Sartori, intentó explicar que, en todo caso, la tarjeta les ahorraría a los usuarios de Asse el traslado hacia los centros asistenciales, cosa que no siempre podían hacer debido a sus carencias económicas. Además, agregó, en las dependencias públicas no siempre cuentan con los medicamentos indicados por el médico. Luego argumentó que los socios de las mutualistas no pueden “completar sus tratamientos por el costo de vida y luego los atendemos descompensados en las emergencias”.
La senadora Verónica Alonso aportó un ejemplo: “Mi mamá hoy recibe una jubilación de 11.250 pesos. Como está en un prestador privado, no está en Asse, no recibe los medicamentos y un porcentaje importante de su jubilación se le va en medicamentos para la presión. No es justo” (El País, 17-VI-19). El costo para solventar las prestaciones de la MedicFarma, estimado por Sartori y su equipo, estaría entre los 150 y 154 millones de dólares anuales.
La tentación de relacionar el plástico MedicFarma con las promesas de Tortorelli es grande. En particular, no queda claro cómo se implementaría, cómo será la negociación con las farmacias, cuál será el mecanismo de financiación de las tarjetas, más allá de la acostumbrada lógica de la oposición, de que los dineros salgan de ajustes en los gastos del Estado. Tampoco se establece un límite al universo de los beneficiados, más allá de su condición de jubilados y pensionistas.
En su programa (mas no en su discurso), Sartori plantea un subsidio gradual para el acceso a los medicamentos, en función del monto de las pasividades: a menor ingreso, mayor aporte estatal. Esos apoyos no son una novedad en el mundo. Se aplican en los sistemas de salud de Portugal y España; en el primero de los países el subsidio alcanza el 90 por ciento del costo en el caso de pasividades mínimas. Sartori (él, no su programa) va un paso más allá: con la MedicFarma extiende la gratuidad para las personas que reciben jubilaciones o pensiones, sin límite alguno.
Tortorelli no obtuvo ningún éxito con las canillas de leche: su colectividad (Partido de la Concordancia) obtuvo 50 votos. El precandidato blanco, según las encuestadoras, podría tener mejor suerte; al menos hoy aparece segundo en la intención de voto del Partido Nacional. Algunos de quienes ya recibieron las tarjetas se preguntan si ya están en condiciones de concurrir a las farmacias, a pesar de que, en su reverso, se advierte que el beneficio será posible después del 1 de marzo de 2020.
La interrogante es por qué vender la piel del oso antes de cazarlo. Y la respuesta, más allá de la concepción demagógica de la propuesta de Sartori, es la recolección de información personal al momento de la entrega de la MedicFarma. Por tanto, además de la intención de seducir a un posible electorado (según han contado a Brecha, el precandidato no pide el voto directamente, sino que afirma que la tarjeta se activará si él gana la elección nacional, lo cual obviamente puede predisponer a su favor en la contienda), el complemento es recopilar datos personales sobre los votantes para luego hacer una campaña dirigida, segmentada, como la ensayada en otros países. Tal es el caso de la intervención de Cambridge Analytica en Estados Unidos con relación a la elección de Donald Trump. Todo lo cual permite sospechar que no se trata de un “tiro al aire”, sino de una estrategia bien pensada que muestra el desembarco en Uruguay de nuevas modalidades para captar votantes a la hora de competir por el premio mayor.