Ciertamente, en las últimas tres décadas, mucho se ha publicado sobre Alejandra Pizarnik. En 2000, una selección de sus Diarios que se reeditó 13 años más tarde, ampliada a más del doble de su tamaño inicial. Lo mismo sucedió con su correspondencia, editada por Ivonne Bordelois, que, con 16 años entre sus dos ediciones, expandió sus corresponsales de 23 a 40 (además de publicarse, separadamente, la que mantuvo con su psicoanalista, León Ostrov). Sus papeles –cuadernos, dibujos, borradores– sufrieron un itinerario por lo menos curioso: primero pasaron por las manos de la poeta Olga Orozco, luego por las de Julio Cortázar y, finalmente, por las de la primera esposa de este, Aurora Bernárdez, que los depositó en Princeton, lo que permitió a los investigadores acceder a ellos. Lo mismo pasó co...
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