Del fervor popular al anonimato - Semanario Brecha

Del fervor popular al anonimato

El letargo de los CDR, el movimiento que impulsó la independencia catalana.

Manifestante catalana durante la protesta, organizada por los Comité de Defensa de la República (CDR) en Barcelona, a la visita del Rey Felipe en Marzo de 2018 / Foto: Afp, Luis Gene

A poco de que el Tribunal Supremo español dicte sentencia sobre el juicio al procés catalán, los Comités de Defensa de la República, el potente movimiento social que apoyó la realización del referéndum de autodeterminación, se repiensan sumidos en un clima de hostilidad y frustración.

Los Comités de Defensa del Referéndum (Cdr) fueron la expresión popular del proceso independentista en Cataluña. Hace dos veranos, las ciudades y los pueblos de esa región europea estaban en ebullición. Las plazas de los barrios y los pueblos rebosaban de vecinos que se concentraban alrededor de estas agrupaciones, organizadas para garantizar la realización de la consulta de autodeterminación, anunciada para el 1 de octubre de 2017.

La idea era empujar al gobierno catalán para que realizara el referéndum al existir a nivel popular cierto escepticismo de que lo hiciera. A diferencia de la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural, grupos independentistas más institucionales y cercanos a partidos políticos, los Cdr surgieron con una estructura horizontal, asamblearia y barrial, sin líderes ni voceros. Es más, incluían también a no independentistas que sólo defendían el derecho de Cataluña a elegir su destino político. Se estima que llegaron a crearse más de 300 comités, con implantación en todo el territorio catalán, pero también con una red solidaria fuera de la comunidad autonómica. Se pueden encontrar en ciudades como Valencia, en territorios como las Islas Baleares y el País Vasco, e incluso en París y Londres.

En los días previos a la consulta, las jornadas fueran festivas y de gran optimismo frente a la posibilidad de alcanzar la independencia. Los Cdr centraron su trabajo en motivar la participación del electorado por medio de pegatinas, pancartas en las calles y la difusión de información en redes sociales. Luego, fueron los que defendieron los colegios electorales el día de la votación, actuando incluso de barrera humana frente a la represión que las fuerzas de seguridad cargaron contra la población.

Pero este movimiento amplio e inclusivo, de gran raigambre popular, parece hoy sumido en una especie de letargo. Casi no tiene actividad en las calles. La organización pasó de convocar grandes asambleas en espacios públicos a concertar sus encuentros de manera cerrada y cuidando la identidad de sus integrantes.

DESOBEDIENCIA CIUDADANA. Héctor (nombre ficticio) tiene unos 40 años, integra el Comité de Defensa de Barrio de Poble Sec y pidió a Brecha mantener el anonimato. Según cuenta, la persecución que experimentan por parte del Estado español los ha llevado a realizar “un máster en medidas de seguridad”. “Un poco inútil, pero es así”, señala. También dice que rápidamente los Cdr comenzaron a funcionar en condiciones de clandestinidad. “En democracia es algo un poco raro. Ahora estoy hablando contigo, no digo mi nombre, pero tengo mi móvil en el bolsillo, y no debería estar ahí, por si están escuchando a través de él.”

Luego del referéndum, el movimiento pasó a llamarse Comités de Defensa de la República (o de Barrio) y comenzó a realizar diferentes acciones de desobediencia civil no violentas, como cortar carreteras, levantar las barreras de peaje u ocupar estaciones. El objetivo era “paralizar la economía”, como vía para obtener “la materialización de la República”.

Desde entonces, están en la mira de los servicios de seguridad del Estado español, que los persigue por los delitos de terrorismo, rebelión y sedición. Hay quienes incluso establecen cierto paralelismo con la estrategia con la que se buscó criminalizar y disciplinar a los movimientos de la izquierda abertzale por su solidaridad con el pedido de traslado de los presos de Eta a centros penitenciarios cercanos al País Vasco.

En abril de 2018, agentes de la Guardia Civil detuvieron a Tamara Carrasco, del Cdr de Viladecans, por haber cortado una autopista. En ese mismo operativo había una orden de captura contra un joven llamado Adri, que al enterarse logró escapar a Bruselas. Tamara estuvo un año sin poder salir de su municipio, hasta que una jueza consideró desproporcionada la acusación de terrorismo en su contra y cambió la carátula por “desórdenes públicos”.

Héctor cuenta que cuando se enteró de que la habían detenido decidió quemar todo el material que tenía en su casa vinculado con su actividad en el Cdb de Poble Sec. “No estaba tirando las armas que tenía guardadas, sino papeles de lo que habíamos hablado en la reunión, donde convocábamos a charlas. Vivir con esa paranoia cuando lo que estás haciendo son paellas y cortar una carretera es muy triste”, señala.

Carmen (nombre ficticio), de unos 50 años, que también participa en un comité de barrio, dice que estas denuncias le quitaron espontaneidad al movimiento. “Lo de Tamara y Adri fue una medida muy eficaz. No es lo mismo ‘Voy y pego un cartel, abro un peaje, y lo peor que me puede pasar es una multa por vandalismo de 300 euros’ que una lotería macabra en la que te pueden acusar de terrorismo. Fue una medida que no les costó nada y tuvo un efecto muy desmovilizador.”

EN BAJADA. Los Cdr nacieron exitosos. Desde que surgieron, la participación fue masiva, y para Héctor también era natural que un movimiento social que se inició con un pico tan alto de convocatoria luego atravesara un proceso descendente. “Yo nunca vi tanta gente en Barcelona. Nunca, nunca. Era un subidón absoluto. Y digamos que hasta allí llegó esa energía bestial. Luego fue otra cosa.”

Para Carmen, otro de los factores que explican la actual desmovilización es que el gobierno catalán haya declarado la República e inmediatamente la suspendiera. Esto, considera, generó mucha decepción, ya que para muchos terminó demostrando que no había una intención real de implementar la declaración republicana. “No estábamos haciendo una protesta, como se dijo después, ni una movilización masiva. Era un referéndum de autodeterminación. Un compañero perdió un ojo, y podrían haber pasado cosas más graves. Hubo mil heridos. Estábamos ahí por la independencia, porque nos habían dicho que era vinculante.”

También señala que se pensaron movilizaciones en apoyo a los presos políticos, que en su mayoría no se hicieron. Carmen explica que aquí de nuevo influyó la decepción, dado que la estrategia de las defensas en el juicio al procés se basó en argumentar que la intención no era declarar la independencia. “Respeto mucho a los que están en la cárcel, que tengan su estrategia para defenderse de la represión. Pero colectivamente es un poco feo decir que no hicimos nada. El único que está diciendo que sí lo hicimos, y que lo volveríamos a hacer, es Jordi Cuixart” (presidente de Òmnium Cultural, en prisión preventiva desde octubre de 2017).

Por otro lado, para Héctor, a esta frustración se le debe agregar una especie de negación del colectivo a la hora de evaluar las posibilidades que tenía el proceso independentista de implementar la República. “Todos hicimos una trampa, que era no mirar lo que no cuadraba. Algo pasará. Ya lo habrán pensado. Creer que alguien tenía una varita mágica que resolvía todos los problemas. Pero no creo que eso se hiciese por tontos, o naíf, sino como con una fe religiosa. Uno cree porque quiere creer, no porque tenga sentido lo que cree.”

El futuro incierto de los Cdr también está marcado por la diversidad de perfiles y expectativas de quienes los integran. La mayoría sigue esperando y exigiéndole al gobierno catalán que implemente el resultado del referéndum y que algún hecho clave reactive el impulso que caracterizó al movimiento en sus inicios. “Creo que cuando haya una mínima posibilidad de que las cosas vuelvan, la gente saldrá. Ahora está como dormida, pero despertaría en nada. De hecho la gente en las elecciones sigue votando independencia”, indica Carmen, en referencia a los resultados en Cataluña de los últimos comicios españoles.

Por su parte, Héctor, que se acercó al Cdb de Poble Sec motivado por la obtención de poder popular que habilitó este tipo de espacio, espera que la experiencia del movimiento permita que la ciudadanía se cuestione el tipo de democracia y Estado que quiere construir: “Nos han dicho que sería mejor que el que tenemos hoy. Entonces, aunque no se tenga Estado, trabajemos para el papel que queremos que tenga. Creo que ese es el eje principal”.

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