«El Prado en las calles», en la peatonal Sarandí: Diálogo transatlántico - Semanario Brecha
«El Prado en las calles», en la peatonal Sarandí

Diálogo transatlántico

La llegada a Montevideo de una exposición de reproducciones de 50 pinturas del Museo del Prado de Madrid invita a pensar en la selección como muestra representativa del patrimonio artístico de España, así como en el lugar de la pintura española en los museos de Uruguay.

Los hijos del pintor en el salón japonés, de Mariano Fortuny. Óleo sobre lienzo, 44 x 93 cm, 1874. MUSEO NACIONAL DEL PRADO

En el año 2010, el director del Centro Cultural de España de Santo Domingo escribió al Museo Nacional del Prado en Madrid planteando la posibilidad de llevar a República Dominicana una muestra de reproducciones de sus obras maestras, a semejanza de lo hecho el año anterior por el Museo del Louvre.1 La exposición se concretó al año siguiente en paneles que se ubicaron en la verja perimetral del Parque Independencia de Santo Domingo, donde fueron exhibidas reproducciones a escala real de pinturas enteras, con sus marcos, y de fragmentos de otras, en los casos de obras cuyas dimensiones superaban a las de los paneles. El objetivo: que el visitante tuviera una vivencia lo más parecida posible a la que tendría si estuviese recorriendo las salas de la principal pinacoteca española, que cuenta con 8.200 pinturas en su acervo.

En 2015, el proyecto fue retomado ya como «El Prado en las calles», con una muestra de 50 obras, con el objetivo de hacerla circular, en principio, por Hispanoamérica. Comenzó en Tegucigalpa, y siguió por numerosas ciudades, desde La Habana hasta Asunción. También estuvo en Albuquerque (Nuevo México, Estados Unidos), Manila (Filipinas) y Malabo (Guinea Ecuatorial), siguiendo las huellas del Imperio español en los distintos continentes. En 2019, circuló dentro de la propia España en el contexto de los festejos por el bicentenario del museo. Finalmente, a fines de 2023, llegó a Montevideo, donde permanecerá hasta el 29 de febrero para luego recorrer otras ciudades del país.

Según se anuncia, la muestra ofrece una selección representativa del acervo del Prado, cubriendo un arco temporal que va de la pintura mural Cacería de liebres, del siglo XII, al óleo Chicos en la playa (1909), de Joaquín Sorolla. Producida desde el área educativa del museo, es evidente su objetivo didáctico, con la inclusión de textos relativos a la historia del museo y cartelas explicativas de cada pintura que contextualizan la pieza y su autor. Las reproducciones a escala real permiten una aproximación honesta a cada obra, evitando mostrar en un mismo formato y tamaño pinturas de dimensiones muy distintas. La calidad de la imagen favorece la contemplación de la factura pictórica, con pinceladas que delinean el dibujo al tiempo que imprimen su contundencia matérica (invito al lector a admirar este doble efecto en el fragmento escogido de La familia de Carlos IV, de Francisco de Goya).

Las 50 pinturas son presentadas de un modo tradicional, agrupadas por escuelas. Se empieza por la escuela española, la más importante en el Prado, con 5 mil pinturas, que está presente con 22 obras. Le siguen la escuela italiana (13 obras), la flamenca (8) y «otras escuelas» (7), sección que incluye pinturas francesas y alemanas, y obras de artistas de territorios colonizados, como el quiteño Andrés Sánchez Galque y el filipino Juan Luna Novicio. De los 39 creadores que integran la muestra, cuatro son mujeres: Sofonisba Anguissola (nacida en 1532), Artemisia Gentileschi (1593-1653), Clara Peeters (nacida hacia 1588) y Rosa Bonheur (1822-1899).

El conjunto testimonia el origen de las colecciones del Museo del Prado y sus mecanismos de ingreso. Creado en 1819 a partir de las colecciones reales, tiene un acervo que da cuenta del sostenido mecenazgo artístico y del coleccionismo practicado por la monarquía española a lo largo de los siglos. Sin ellos, no se explica la presencia de obras de Diego Velázquez o de Goya, los dos artistas más representados en la muestra. También da cuenta del devenir del Imperio español, su Siglo de Oro (el más representado en el acervo del Prado) y su historia de conquistas y dominios. Así, la predilección de la realeza española por la pintura italiana, con significativas compras y encargos, explica que sea la segunda escuela presente en el museo, con firmas como Sandro Botticelli, Andrea Mantegna, Tiziano, Caravaggio o Giambattista Tiepolo. El dominio sobre los Países Bajos y la fascinación que ejerció en monarcas como Felipe II la pintura flamenca permiten, a su vez, comprender el peso de esta otra escuela en el acervo, en la que destacan las 90 pinturas de Pedro Pablo Rubens, así como la presencia de obras famosas, como El triunfo de la muerte, de Pieter Brueghel y El jardín de las delicias, del Bosco, ambas incluidas en la exposición. La llegada de los Borbones al poder en el siglo XVIII permitió incrementar la colección de pintura francesa (cuarta escuela en importancia), mientras que la histórica rivalidad entre España y el Reino Unido está detrás (o delante) de la marginal presencia de la pintura británica en el Prado.

DE ACERVO A ACERVO

En su circulación por el mundo, «El Prado en las calles» tuvo distintos aterrizajes, con estrategias de apropiación e interacción que buscaron no limitar la experiencia a la mera exhibición. Hubo diversidad de actividades educativas y también artísticas, desde visitas guiadas hasta prácticas performáticas a cargo de artistas locales que dialogaron en clave contemporánea con la selección del Prado.

En Uruguay, una posibilidad es propiciar conexiones con las obras de los museos locales, donde la pintura española tiene un lugar destacado, siendo la segunda nacionalidad con mayor presencia luego de la uruguaya. Basta caminar unas cuadras por la peatonal Sarandí hasta el Palacio Taranco para encontrar el óleo Al agua (1909), que Sorolla pintó en la misma época que Chicos en la playa, la pintura más moderna de la muestra del Prado. Al agua fue adquirida directamente al pintor valenciano por Félix Ortiz de Taranco en 1919 y se encuentra en la residencia de este empresario de origen español –hoy Museo de Artes Decorativas–, junto a otras dos obras del artista: el imponente Retrato de Alejandra de Signorini y el Retrato de mujer. De hecho, el Palacio Taranco puede ofrecer al visitante un interesante diálogo con el Museo del Prado, por albergar una selección significativa de la colección de pintura española que posee el Estado uruguayo, gracias a donaciones y legados de varios coleccionistas. Allí está una de las copias atribuidas a Vicente López Portaña del Retrato de María Isabel de Braganza, segunda esposa de Fernando VII, a quien se la recuerda como fundadora del Prado por haber impulsado su antecedente: el Real Museo de Pinturas y Esculturas. Allí se encuentran también obras de exdirectores del museo madrileño, como Francisco Pradilla o Fernando Álvarez de Sotomayor, un San Roque atribuido a José de Ribera (idéntico a uno de los que tiene el Prado) y un tapiz de La rendición de Breda, de Velázquez (pintura que integra la muestra de la peatonal Sarandí), realizado por la Real Fábrica de Tapices de Madrid. Los diálogos son muchos no solo por la importancia de la pintura española en el acervo museístico nacional, sino también por la influencia de los plásticos españoles en los modernistas uruguayos. Es difícil no apreciar una de las obras más hermosas y conmovedoras de la muestra que trae el Prado, Los hijos del pintor en el salón japonés, de Mariano Fortuny (1838-1874), sin asociarla en su modernidad y referencias culturales con Retrato del Sr. Juan Carlos Muñoz (Museo Nacional de Artes Visuales), pintado por Carlos Federico Sáez (1878-1901), quien en su estadía formativa en Roma se vinculó con discípulos del español; entre otros diálogos posibles.

1. La muestra «Grandes obras maestras del Louvre» se exhibió en la rambla de Montevideo en 2009.

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