En estos días coinciden en América Latina tres cumbres internacionales que en su conjunto ilustran los cambios políticos en la región, los principales problemas en ciernes y la forma en que los perciben y abordan los líderes políticos de Uruguay y los países vecinos. A comienzos de esta semana se celebró en Antigua (Guatemala) la XXVI Cumbre Iberoamericana, con la ausencia de muchos de los principales mandatarios de la región y en la que Uruguay estuvo representado por la vicepresidenta, Lucía Topolansky. A mediados de semana tuvimos en Buenos Aires el Primer Foro Mundial de Pensamiento Crítico, del que participaron varios ex presidentes y autoridades, y en el que se esperaba la presencia estelar de José Mujica, cancelada a último momento invocándose una recomendación médica. Por último, la semana que viene, también en Buenos Aires, está prevista la 13a Cumbre del G-20, organización que Uruguay no integra, no obstante lo cual, se ha visto involucrado en condición de base militar alternativa para el aparato militar de seguridad del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Los dos eventos realizados ya aportan elementos para plantear algunas reflexiones sobre el modo en que estas cumbres se articulan con el panorama regional actual, en el que confluyen la ola de derecha, la implosión del bloque bolivariano, la crisis del regionalismo latinoamericano y el opacamiento de los movimientos sociales por la persistencia de los liderazgos político partidarios de ex mandatarios, quienes se continúan presentando como la solución para la izquierda latinoamericana.
LA SOCIALDEMÓCRATA CUMBRE IBEROAMERICANA. Estas reuniones de cúpula suelen ser un evento anodino, cuya agenda se centra en la cooperación iberoamericana, esto es, en las oportunidades de dádivas que las ex colonias de esta región pueden obtener de las ex metrópolis y, a través de su digna intermediación, de la Unión Europea. A su vez, la decisión de que, a partir de 2014, la Cumbre Iberoamericana pase a celebrarse bianualmente también da cuenta de un descenso en las expectativas de los propios organizadores, ante la evidente tendencia a una disminución en la asistencia de mandatarios.
A nivel político es un evento permeado por un aura de socialdemocracia y centrismo eurocéntrico que le imprimen españoles y portugueses. En el contexto del actual giro a la derecha de la región, parecía difícil que se repitieran escenas como la del famoso episodio del “¿Por qué no te callas?” de Hugo Chávez. Más bien se esperaba que fuera una oportunidad para redoblar el aislamiento de Nicaragua y Venezuela, no necesariamente a través de la condena (pues para eso está el renaciente ámbito interamericano), pero sí a través de la denuncia de las crisis humanitarias que atraviesan la región y que suelen asociarse al declive de estos dos países.
SIN EMBARGO, NI PARA ESO DIO. Entre los líderes latinoamericanos asistentes, apenas se destacaron los más dignos remanentes del bolivarianismo (Evo Morales y Lenin Moreno), frente a la ausencia de Daniel Ortega y Nicolás Maduro. La presencia de los presidentes de las mayores potencias de la región, Michel Temer, de Brasil y Enrique Peña Nieto, de México, contrastó con su carácter de mandatarios salientes y duramente cuestionados. Por último, las circunstancias por las que pasa el anfitrión guatemalteco, Jimmy Morales, hicieron que tampoco la prédica contra la corrupción asumiera un lugar destacado en la agenda, a diferencia de lo que sucedió en la última Cumbre de las Américas.
Además de la omisión de las crisis políticas de Nicaragua y Venezuela, también llama la atención la falta de decisión para discutir abordajes conjuntos de las crisis migratorias que campean la región, en pleno aluvión de centroamericanos llegando al muro de Trump, con miles de venezolanos cruzando Sudamérica y otros tantos nicaragüenses intentando refugiarse en Costa Rica. El liderazgo que el gobierno de Pedro Sánchez en España pretende asumir ante la crisis migratoria europea parece no haber sido proyectado hacia el nuevo continente. En ese sentido, parece justificarse plenamente el bajo perfil hacia el que viene tendiendo, en los últimos años, el espacio iberoamericano: ¿para qué un ámbito de cooperación si es omitido en forma flagrante uno de los mayores desafíos que enfrenta la región, la migración, cuya solución justamente pasa en forma necesaria por la cooperación internacional?
La intervención de Topolansky parece haber mostrado un gran sentido de ubicación en una de las primeras cumbres en las que le toca representar a Uruguay. Su discurso se enfocó en tres temas. Primero, la defensa del espacio iberoamericano como un ejemplo de “unidad en la diversidad”, que puede leerse como un intento por atenerse al tono centrista europeo para salvaguardar los restos del giro a la izquierda de las jaurías de la derecha vernácula. Segundo, un llamado a luchar contra el racismo y la xenofobia que amenazan a las oleadas de migrantes, y tercero, un reclamo sobre los nuevos topes que limitan el acceso de países como Uruguay a la cooperación internacional, en línea con el último discurso de Tabaré Vázquez ante la Asamblea General de la Onu.
LA CONTRACUMBRE POPULISTA DE LA ARGENTINA. La segunda cumbre mencionada es el Primer Foro Mundial de Pensamiento Crítico, organizado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), en coincidencia con la Octava Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales. Quitando el componente estrictamente académico, el grandilocuente título de este foro (el primero en su tipo) hace parecer que uno está viendo Fox Sports Argentina anunciar la final máxima de la historia del universo entre River y Boca. El punto de la comparación no es criticar la grandilocuencia de los vecinos –pues, después de todo, ya los conocemos y queremos así–, sino ilustrar la sensación con la que uno se queda de que el foro más bien se tornó en una previa del lanzamiento de Cristina Fernández con vistas a las próximas elecciones argentinas. Sensación que quizás haya compartido Mujica (o su médica), el gran ausente de la ocasión. Es posible que el ex presidente uruguayo no quisiera sumarse a un ataque tan frontal al gobierno de Mauricio Macri en un momento en que el péndulo de la política exterior uruguaya parece necesitar nuevamente de Argentina, ante la barbarie brasileña.
En ese sentido, a pesar de que su numeración como el “primer” foro mundial ya promete una secuencia, parece tratarse más bien de un evento de ocasión, organizado a medida para una doble coyuntura: protestar contra el ajuste que están sufriendo las sociedades latinoamericanas (resultado de la hegemonía neoliberal que el G-20 representa) y movilizar fuerzas de izquierda en vista de la próxima elección presidencial argentina. Justamente, los medios y la gente ya lo han bautizado como “la contracumbre”: “contra” en su condición de respuesta a la cumbre del G-20, “cumbre” por reunir a varios ex presidentes y autoridades que han gobernado países de la región en la última década (Dilma, Haddad, García-Linera y, en el medio, Cristina). La noción de contracumbre remite al contrapunto simbólico antiglobalización neoliberal sobre el que periódicamente vuelven algunos movimientos de izquierda latinoamericana, del tipo Foro Económico Mundial/Foro Social Mundial, Alca/Alba, o la Cumbre de los Pueblos, paralela a la Cumbre de las Américas de 2005 en Mar del Plata, en la que tuvimos la oportunidad de ver a Maradona abrazado a Chávez saltando al ritmo de “la barra quilombera”.
Desde una perspectiva de izquierda, toda esta lógica de movilización populista no es mala per se. De hecho, a priori, toda movilización que apunte a acumular fuerzas es positiva. Y, por supuesto, está muy bien apostar por la trasnacionalización de las fuerzas de izquierda, en un momento de judicialización de la política en todo el continente y, en particular, de la judicialización de la persecución a líderes de izquierda.
El problema que cabe cuestionar es si el protagonismo que asumen los políticos ligados a los gobiernos del giro de izquierda no acapara la resistencia antineoliberal y debilita a los movimientos sociales y a la propia gente. Entre los participantes destacados ajenos a la política partidaria, solo se destacó a Estela de Carlotto y Adolfo Pérez Esquivel. En tal sentido, la diferencia con el espíritu del Foro Social Mundial que este evento pretende invocar resulta significativa. En esta misma línea, cabe cuestionarse también, así como fue señalado para la Cumbre Iberoamericana, qué aporte hizo el “pensamiento crítico latinoamericano” para el problema de las masas de migrantes venezolanos, caribeños y centroamericanos que circulan por la región.
LA NEOLIBERAL CUMBRE DEL G-20. Por último, la región se prepara para la Cumbre del G-20, en la que confluyen los líderes de las principales potencias mundiales, medias y regionales. Más allá de la dramática perspectiva que presenta la oposición argentina, posiblemente no pase mucho, ante la ausencia de las principales figuras emergentes de América Latina (Andrés Manuel López Obrador y Jair Bolsonaro), así como la breve estadía de Donald Trump. De todos modos, habrá que esperar hasta la semana próxima para ver en qué medida la ocasión es propicia para sondear las posibilidades del nuevo alineamiento interamericano que se esboza en la región.