El anuario que Brecha presenta hoy está inevitablemente teñido por las implicancias sociales, económicas y políticas de esta crisis global desatada por un nuevo coronavirus: la exclusión de los ya excluidos; la represión y el control social que recae sobre los siempre vigilados y castigados; el desempleo que crece –qué raro– por el lado de los más vulnerables; los sistemas de salud que colapsan y dejan morir a quienes no pueden pagarse un balón de oxígeno. Porque la pandemia no vino a inventar nada, sino a reforzar las brechas y desigualdades existentes en el interior de cada país y entre los países ricos y pobres. Así está dicho en estas páginas que les presentamos.
No fue lo único que sucedió en el mundo, claro. A Uruguay le tocó enfrentar la pandemia con un gobierno de derechas, que apuró en el Parlamento toda la legislación que pudo para hacer necesaria su gestión y no dudó en hacer un reajuste económico a la medida de su ideología apenas asumió. La izquierda, por su lado, sigue errática en sus pasos.
La esperanza no está ausente de estas páginas. Llega desde Chile, por ejemplo, donde las protestas iniciadas el año pasado culminaron con el inicio de una reforma constitucional que pretende derribar el legado de Augusto Pinochet. O por la cultura, esa bocanada de aire fresco, tan pisoteada durante todo el año, que, sin embargo, se resiste a desaparecer.