El color de la memoria - Semanario Brecha
197 artistas homenajean a 197 detenidos desaparecidos

El color de la memoria

«Encontrarte con ellos» es una exposición en la que convergen el pasado reciente y el arte, que marca un mojón en la memoria uruguaya. Más de 1.000 personas concurrieron a la inauguración de la muestra, en la que 197 artistas homenajearon a 197 detenidos desaparecidos.

Mary y Fredy, obra de Claudio Álvarez sobre María Asunción Artigas Nilo y Alfredo Moyano Santander Héctor Piastri

El arte es expresión: tiene mil técnicas y mil formas diferentes de ver la misma cosa. Es maravilloso que los artistas se apropien de esto. Desestructuraron la imagen de siempre del desaparecido», dijo Martina Callaba, hija de José Pedro Callaba, militante uruguayo detenido y desaparecido en Argentina el 8 de febrero de 1977. Tenía 24 años. El testimonio surcó la sala del museo Juan Manuel Blanes el jueves 18 de noviembre, cuando se inauguró «Encontrarte con ellos». Federico Veiga y Damián Ibarguren, organizadores y curadores de la muestra, llenaron el edificio de color y memoria. La muestra consta de 197 obras, realizadas por 197 artistas, en homenaje a los 197 uruguayos detenidos desaparecidos entre 1970 y 1982.

Más de 1.000 personas asistieron a la inauguración. Las puertas se abrieron al público a las seis de la tarde. Pero Martina, por ejemplo, llegó una hora antes y la fila para entrar ya rodeaba todo el jardín delantero del edificio. Hacía calor, pero no faltaban los termos y los mates debajo de los brazos. Claudia y Silvia Martínez, con tapabocas de la organización Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, fueron a ver los retratos de todos, pero en especial los de sus cuñados: Alfredo Bosco, secuestrado el 21 de diciembre de 1977, y Hugo Méndez, secuestrado el 15 de junio de 1976, ambos en Argentina. Tenían 24 y 31 años, respectivamente. Las dos afirmaron lo mismo: hay que mantener el tema presente, hay que mantenerlo vivo.

«Pensando en algo para el 20 de mayo, surgió la idea de crear un telón gigante con las caras de todos los desaparecidos. Un compañero propuso sumar a otro y así se fue armando la red», explicó Veiga. La idea fue pasando de boca en boca entre los artistas uruguayos y, al final, lanzaron una convocatoria para participar hasta que llegaron a los 197 artistas. «Desde mayo del año pasado hay gente pintando», contó, alzando la voz por sobre el bullicio. De pie, junto a la puerta, varios asistentes mantenían el orden en el ingreso para respetar el aforo. «Al principio era difícil de tragar: nadie hablaba de cosas lindas. Pero la idea del proyecto es enfocarse en el amor y no tanto en lo que todos ya sabemos», añadió Veiga. A cada artista se le asignó un desaparecido para plasmar en la obra. Los enlaces se concretaron mayormente al azar, aunque en algunos casos se tomaron en cuenta los vínculos, como en el del padre de Martina. El artista Angelo Bogni eligió pintar a Callaba. «Un poco porque es de Paso de los Toros, como papá, y también porque amigos de sus padres habían sido compañeros de liceo de él», contó Martina, quien asistió con su madre y su tía. Uruguay es diminuto: «Todos somos familiares».

Homenaje a Julio Oscar Rodriguez del artista Pedro Abdala Héctor Piastri

Cristina Baucero, directora del museo Blanes desde 2013, contó: «Desde el momento uno, cuando preguntaron si podían hacer la exposición acá, les dije que disponían del museo. Estábamos hablando de una exposición gigantesca, que iba a abarcar todos los espacios, y así fue». Está orgullosa, y se nota. Desde el hall del edificio se pueden ver las entradas a varias salas. Los colores se salen de los cuadros, y esa es una de las cosas que más le llamaron la atención a Baucero. Cada cuadro va acompañado de un epígrafe con la foto de la persona desaparecida, la del artista y un código QR que conduce a la página web del proyecto. Baucero contó que el momento de montar la exposición, a principios de noviembre, fue duro para todos en el museo: fue reencontrarse con esas caras que ya no están, de personas que fueron asesinadas cuando eran muy jóvenes.

La gente recorre el museo sola, en parejas o de a tres. Hay mayores y muy mayores, pero también muchos niños, adolescentes y veinteañeros, lo que da esperanza, al igual que el involucramiento de artistas jóvenes. La directora del museo explicó que los curadores decidieron ordenar las obras por el orden cronológico de las desapariciones. «Esto significa muchísimo. Es una categoría diferente. Los desaparecieron, no desaparecieron solos», dijo mientras miraba alrededor y traía a Mario Benedetti a la conversación. Las salas, numeradas del uno al nueve, están llenas de gente, parada delante de esa otra gente que ya no está, pero regresa en cada cuadro para recordar que ellos también fueron alguien, alguien más que la cara del cartel en blanco y negro, alguien más que el militante, alguien más que el cuerpo torturado, alguien más que el desaparecido.

«Ella, por ejemplo, daba clases de biología a gurises, pero también a adultos. Le motivaba especialmente brindarles herramientas a esas personas que, de alguna forma, se habían quedado atrás», contó Sebastián Santana, el artista que trabajó con el retrato de María Catalina Benassi, argentina detenida y desaparecida en Uruguay el 29 de setiembre de 1978. Tenía 31 años. No hay mucha información sobre ella. Se sabe que nació en Santa Fe, que era docente y militante de Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo, que se exilió en Paraguay luego del asesinato de su esposo, Ricardo Franco, y que tiene una hermana melliza, María Cristina, con quien Santana intentó comunicarse, sin resultados. Después de buscar por todos lados, encontró un relato que contaba un poco más sobre su vida cotidiana, y de eso se agarró para dibujar su historia. La obra es un retrato coral con pequeñas escenas de la vida de Benassi. «Me interesó, sobre todo, ese testimonio tan rico de ella como persona, como docente y como militante», expresó Santana. Comenzó la obra a principios de febrero y trabajó en ella durante dos semanas, dibujando un poco cada día y llevando un registro fotográfico del proceso, que se puede ver en su cuenta de Instagram. «Este relato tan lindo también hizo muy crudo el asunto, porque, en general, las historias son de militancia, secuestro, tortura y cosas horribles. Pero a esto le puse el contexto de una persona a la que pude conocer un poquito, con sus intereses y su forma de ser, con la idea de lo que pudiese haber hecho si hubiese sobrevivido», agregó. También explicó que los espacios en blanco de la obra tienen un porqué: «La vida de Catalina quedó completamente trunca».

Jennifer Churi contó que fue la última artista en ser convocada para el proyecto. Su obra es un óleo de 1 metro por 80 centímetros: «La llamé Las manos de papá. Hay pocas fotos de él, todas bastante borrosas. La única que su hija María Victoria tiene con él es de cuando ella era bebita. Se ven las manos de su padre levantándola, pero no se ven juntos». El padre de María Victoria es Ruben Prieto, detenido y desaparecido el 30 de setiembre de 1976 en Argentina, visto por última vez en el centro clandestino de detención y tortura Automotores Orletti. Militaba en el Partido por la Victoria del Pueblo. Cuando se lo llevaron, su hija tenía 1 año y él, 24. «Ella me contó que se armó la idea de quién fue su papá basándose en historias que fue escuchando, de su mamá y su abuela. Es muy difícil hacer un retrato de un desconocido», relató Churi. Ella pintó tres o cuatro horas por día durante tres semanas hasta terminar la composición. En esto de crear una imagen basándose en relatos se sintió identificada con María Victoria, ya que ella misma tuvo que hacer lo propio con su padre, que falleció cuando era muy chica: «El acercamiento a la historia, la identificación, te sensibiliza. Es lo que pasa con el arte: te tiene que mover. Esta fue una manera de poner un poquito de color a esta historia tan oscura y que la gente esté un poco más presente, no solo el día de la marcha».

A primera vista, la obra de Carlos Ballini es una gran imagen del interior de un tren. La explicación es que la madre de Mario Julien fue a buscarlo a Buenos Aires, donde él vivía con su esposa, Victoria Grisonas, en la clandestinidad. Allí lo encontró, lo llamó y pactaron verse en un subte. «Mario le dijo: “No me han encontrado los milicos y me encontraste tú”. Y le pidió que al otro día se tomara tal subte a tal hora para encontrarse durante el viaje. Pudieron verse y conversar un rato. Y en un momento él le dijo: “En la que viene me bajo, mamá”. Cuando lo vio levantarse y pararse, la madre supo, en su corazón, que no iba a volver a verlo, y así fue», relató Ballini. A Julien lo detuvieron y lo asesinaron el 26 de setiembre de 1976 en Argentina. Tenía 33 años. A Grisonas la llevaron a Orletti. Tenía 31. Sigue desaparecida.

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