Una lo intenta. Digo, no comportarse como una vieja. No mirar con nostalgia el pasado, no deplorar el presente, no temer el futuro. Y, sin embargo, para espantar la recurrente pregunta del ubi sunt –dónde están los grandes de antaño, todo lo traga la nada–, una se aferra a consuelos cada día más magros, como, por ejemplo, el que el Cine Metro sea todavía un teatro y no una iglesia o una tienda, aunque el perfil de la programación sea el estrecho margen que queda entre Tusam y Gabriel Rolón. Al menos se puede entrar al edificio y mirar los techos, las escaleras, el piso de la entrada, las puertas de madera. Sentarse en esas viejas butacas, cerrar los ojos y escuchar el familiar rugido del león, y, si es un muy pero un muy buen día, abrirlos y ver aparecer ante los ojos la leyenda Ars gratia...
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