A diez años de la muerte de Martínez Carril: El libro de Manuel - Semanario Brecha
A diez años de la muerte de Martínez Carril

El libro de Manuel

Cineclubista, crítico de cine 1, gestor cultural, docente, periodista, locutor, publicista, hombre de archivos, director de la Cinemateca Uruguaya por más de 40 años –y, cuando se necesitaba, proyeccionista, portero, traductor, lector de subtítulos–, Manuel Martínez Carril reservó para sí y para la institución que dirigió la inmensa tarea de formar y mantener el mayor archivo fílmico del país y educar a varias generaciones de espectadores en la apreciación del arte cinematográfico.

GENTILEZA DE CINEMATECA URUGUAYA

Uruguay es famoso fuera de fronteras por sus jugadores de fútbol, es cierto, pero también por su Cinemateca. Sus salas y pasillos son el primer lugar que acoge a la gente del interior cuando recala en Montevideo, así como también de lo que más echa de menos la gente cuando se va del país. Es el sitio en el que las personas se refugian cuando están solas o abatidas y el lugar al que van con sus parejas o sus amigos cuando están contentos. A la Cinemateca se la menciona en canciones («La deuda externa», de Leo Maslíah), libros (Las cosas que veo, de Manuel Soriano), cuplés de murgas («Cinemateca», Queso Magro, 2013), obras de teatro (Chacabuco, de Roberto Suárez), humor gráfico en la prensa (Guambia, Brecha) y hasta en grafitis anónimos. Es el tema central de largometrajes nacionales (La vida útil, de Federico Veiroj) y se le dedican películas extranjeras (El muerto y ser feliz, de Javier Rebollo). Un arraigo popular en extremo inusual para una institución especializada.

Todo esto lo logró Manuel Martínez Carril como un efecto secundario de otra cosa: la inmensa tarea de gestión cultural mediante la cual pudo mantener activa a la Cinemateca a lo largo de la dictadura, que lo llevó a organizar el Primer Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay en 1982 y a formar un archivo fílmico de 20 mil películas. Así, la institución creó una masa social que sería la envidia de más de un equipo de fútbol (que llegó en sus picos máximos a los 18 mil asociados) y manejó un esquema de siete salas de exhibición, además de un videoclub, una biblioteca y centro de documentación, una galería de artes plásticas y, de paso, una revista. Fundó la primera escuela de cine del país y exhibió, promedialmente, 100 películas mensuales a cambio de una cuota que equivalía a una entrada y media de cine.

Manuel pertenecía al linaje de Henri Langlois, histórico director de la Cinemateca Francesa, linaje que compartía con Paulo Emílio Sales y Cosme Alves Netto en Brasil, con el propio Danilo Trelles en Uruguay y, más recientemente, con Octavio Fabiano y Fernando Peña en Argentina. Una tradición que no solamente ancla en la pasión por el rescate del patrimonio fílmico, sino además en la exhibición constante de dicho patrimonio. El linaje más guerrero, productivo y mejor, el que se desprende del conocimiento por la práctica, de la experiencia por la pasión. ¿Preservar para qué, para quién? La respuesta la tienen muy clara las decenas de miles de espectadores que habitaron y aún habitan la Cinemateca en una incesante peregrinación laica.

Pero la figura de Manuel no se entiende sin el espacio vacío que deja un Estado en retirada de las tareas que le competen. Tras la fuerte incidencia de Danilo Trelles desde Cine Arte SODRE, con su alejamiento, en 1962, el archivo fílmico público pierde gradualmente su relevancia y comienza el advenimiento de Martínez Carril y la Cinemateca Uruguaya. Ese mismo año, en octubre de 1962, Manuel había escrito su famoso artículo de 40 páginas sobre la nouvelle vague en Cuadernos de Cine Club. Tenía 24 años y ganas de disputarle el trono a la generación anterior. Heredero del 45 por su rigor y ambición, sus tempranos artículos sobre Ingmar Bergman y la nueva ola francesa llamaron la atención de Emir Rodríguez Monegal, quien lo inscribe en su célebre Literatura uruguaya del medio siglo bajo el rótulo de «los nuevos». Había, sin embargo, algo que separaba claramente a Manuel de los del 45 y lo acercaba a la generación del 60: su empeño por cambiar la realidad poniendo manos a la obra en lugar de limitarse a escribir un ensayo. Curiosamente, había comenzado su relación con el cine recién a los 15 años. Fue a través de su interés por el surrealismo que asistió al ciclo Méliès y el Cine Fantástico Francés organizado por la Cinemateca, y quedó atrapado para siempre.

Quienes nos formamos a su lado conocemos de primera mano su ética de trabajo intachable. Era el primer trabajador de la Cinemateca y también el último. Supo navegar las épocas difíciles, tanto políticas como económicas, poniendo siempre a la Cinemateca en primer lugar y negociando de manera incesante en espacios estrechos para maniobrar. Sin embargo, salvo por lo que estaba en sus propias manos resolver, su prédica cayó en saco roto y hoy en día las políticas respecto de la preservación del cine uruguayo siguen siendo catastróficas. Con una producción pequeña, el cine uruguayo está disperso. De lo producido en fílmico muchas veces se ignora dónde se encuentran los negativos, y de la producción en digital no existe una política de depósito y preservación y mucho menos un plan para digitalizar (y mucho menos restaurar) de manera ordenada y consensuada los materiales que requieren atención urgente, y se insiste en poner el foco en el espacio físico de depósito en lugar de abordar seriamente el problema de los materiales, comprometidos desde hace mucho tiempo. Así, un manto de silencio cubre una realidad inocultable: la situación no sigue igual, sigue peor, porque se han sumado otros cuatro años de demora y porque siguen los recortes de apoyos públicos para los archivos fílmicos, en el mejor de los casos intocados desde hace diez años y en el peor, recortados. Esto seguirá pasando mientras no exista una política de archivos seria, informada y verdaderamente consensuada entre los archivos públicos y privados que guardan materiales patrimoniales.

Es inevitable preguntarse, entonces, qué estaría haciendo Martínez Carril hoy. ¿Qué diría del desinterés por afrontar una política patrimonial seria respecto de los materiales uruguayos en fílmico? ¿Qué opinaría sobre el retroceso del lugar de la cultura en las políticas públicas? ¿Cómo encararía el dilema de la preservación de lo digital cuando la facilidad de registrar enmascara la dificultad de preservar? ¿Cómo afrontaría los brutales cambios en la exhibición que nos dejó el avance de las plataformas de streaming comercial? Y, en este sentido, ¿qué pensaría de la idea de que el lugar adecuado de acceso al cine nacional de repertorio fuera YouTube? ¿Qué le parecería la total prescindencia de la tarea de formación de espectadores, que sigue sin tener apoyos específicos y a la que se le han recortado políticas de acceso, como la del proyecto El Aula en el Cine, que hasta 2019 pudimos realizar con la Administración Nacional de Educación Pública? ¿Qué opinaría del retroceso de la masa crítica, de la dificultad de luchar por los derechos como ciudadanos cuando, ya sin sentir vergüenza, se afirma la prevalencia de los derechos de los consumidores? Para aquellos que conocen y respetan su legado no es difícil escuchar sus respuestas aun a diez años de su muerte.

1.  Un ciclo en la Cinemateca que comienza mañana,  3 de agosto, lo homenajea, recordando su tarea como crítico, republicando sus reseñas para la revista Cinemateca y programando las películas reseñadas, que van de Akira Kurosawa a Luis Buñuel, pasando por Carlos Saura, Werner Herzog y más.

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