El material y sus respuestas - Semanario Brecha
Con Catalina Marín, realizadora uruguaya

El material y sus respuestas

En un mundo cada vez más homogeneizado, el cine experimental nos recuerda la importancia del riesgo creativo, del desafío y el cuestionamiento a lo que se supone que debe ser el cine. 18 de julio es un claro ejemplo: una película diferente, envolvente y poderosa que será exhibida estos días en el festival de Cinemateca.

GENTILEZA DE LA ENTREVISTADA

Los cinéfilos uruguayos no suelen ser conscientes de los grandes cortometrajes de nuestra producción cinematográfica nacional. Pehuajó (2008) fue premiado en Bafici (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente) y merecería ser hoy revisitado y revalorizado.1 Como tantas otras propuestas fílmicas, ha quedado relegada y perdida, y ha obtenido tan solo alguna visualización ocasional en streaming. Su directora, la docente de la Escuela de Cine del Uruguay (ECU) Catalina Marín, presenta en estos días su segunda película, una apuesta diferente y jugada, volcada de lleno a lo que suele llamarse cine experimental y que se caracteriza por saltarse las convenciones, las linealidades y las obviedades narrativas, apostando por formas novedosas que sugieren e interpelan.

En 18 de julio, una madre lee un diario a su hija y allí expone vulnerabilidades, imperfecciones, miedos; varias mujeres son captadas, acariciadas o acompañadas por cámaras movedizas que se acercan o alejan de los cuerpos de los personajes de forma atenta y candorosa. Tanto en su agreste primera mitad –rodada en el interior y en los alrededores de una casa de Playa Hermosa– como en su citadino final –una aproximación al movimiento matinal de la avenida 18 de Julio– el estimulante abordaje va revelando su sustancia entre líneas, disparando incógnitas a partir del diálogo que las diferentes escenas entablan entre sí.

Entre ambas películas, Catalina ejerció la docencia, hizo docenas de versiones de largometrajes y centenares de ejercicios de montaje, y se abocó a proyectos fílmicos que no llegaron a concretarse, por lo que 18 de julio es el resultado de un largo recorrido de ensayos y errores. En conversación con Brecha, habló de su proceso creativo y sus resultados.

—Entre ambas películas hay una gran diferencia de registro. Pehuajó cuenta con una linealidad narrativa más clásica y 18 de julio está plenamente jugada a un abordaje experimental. ¿Cómo hiciste este viraje?

—Supongo que mi generación de la ECU estaba como seteada, fuimos educados para entender que al cine entrábamos de una sola manera: siguiendo todo un procedimiento lineal. Primero, escribiendo, luego, buscando plata, haciendo pitchings… varios pasos hasta filmar. Un esquema y una idea que hoy repiten un montón de cineastas y películas «muertas», que suponen empezar a trabajar en el papel para recién tocar una cámara después de un proceso que puede insumir años. Entrás en un circo que te hace perder el contacto con el verdadero oficio durante mucho tiempo. Es muy diferente escribir una palabra, escribir un guion a agarrar una cámara y filmar un gesto, filmar un cuerpo. Después de estar cuatro años reescribiendo un guion de largometraje, cuando terminé, lo miré y dije: «Esta no es la película que yo quiero hacer». En ese momento me harté, me compré una cámara Canon T5i y empecé a filmar. El guion empezó a surgir después, en el montaje. También se dio que empecé a conectar más con determinados cineastas que me tocaban profundamente y con los que empecé a tener un diálogo. En algún punto, entendí que mi forma natural de hacer cine es otra, diferente a la establecida. La ficción pura y dura me empezó a dejar indiferente; ahí me apareció la idea de trabajar con lo real, con el error, con el riesgo del momento. Y ahí me parece que la ficción puede entrar y hacerle muy bien a lo documental. Ese borde me emociona, me encanta.

—¿Respecto a lo temático, cuál fue el germen de la película?

—Me molestan las películas «de temas». Lo que pasó fue que me dejé llevar por secuencias que traté de organizar para volverlas un guion técnico. Empecé a buscar pistas en las imágenes para tirar de diferentes hilos. Un amigo me dijo una cosa buenísima y es que cuando vos hacés el montaje es como cuando tirás una moneda al I Ching. Le hacés una pregunta al material y el material te devuelve algo. Cuando filmás pasa algo, y es que hacés cosas sin darte cuenta. Trabajás desde el inconsciente, y me di cuenta de que había vomitadoun montón de secuencias. A partir de eso, fue mirar el material y descifrar qué era eso que había filmado. Yo veía a esta piba que había estado filmando caminando por 18 de Julio y decía: «¿Quién es, soy yo, estoy hablando de mí, es mi hermana, es mi vieja?». Me di cuenta de que esa imagen era un híbrido raro.

—¿Cuándo decidiste hacer ese travelling lateral a través de 18 de Julio?

—Tenía en la cabeza el travelling, es un movimiento de cámara que en general me gusta muchísmo. Venía de ver una película de Chantal Akerman, en la que hace un travelling maravilloso. Se me había grabado en el cerebro. Y otra de Johan van der Keuken, otro cineasta increíble. Estaba obsesionada con 18 de Julio, es una calle que camino todo el tiempo y recorro todos los días, de casa a mi trabajo, de noche, de día. La idea es que fuera una secuencia que llevara al personaje a otra zona. Me gustaba que primero apareciera el enquistamiento de la casa, del interior. Y después salir al mundo. Y resultó que esos travellings por 18 me terminaron resultando gloriosos, fueron jornadas totalmente exitosas.

—Es 18 de Julio a eso de las ocho o las nueve de la mañana, un momento clave porque está despertando la ciudad, con las tiendas que se abren, las cortinas metálicas que se van corriendo…

—Costó muchísimo hacerlo. No sabés lo que nos putearon en la calle mientras filmábamos esas tomas. Había que ir despacio para lograr esas escenas y muchas veces trancamos el paso de otros autos.

—Tanto en Pehuajó como en esta película hay una protagonista que atraviesa con visible apatía los cambios y el momento que vive. ¿Esta apatía la sentís como algo circunstancial o como algo endémico?

—Es muy difícil contestar eso. Te tengo que ser honesta, es algo que brota de mi ser. No te puedo decir: creo que la generación X, o los millennials, la pandemia, los jóvenes de hoy… Sí siento que en mi película hay un tema ligado al dolor, como un lado B de las cosas. Al explicarle al montajista lo que quería, le dije que quería mostrar la cara oculta de lo que normalmente se mostraría en una escena, como la sombra, lo que siempre se esconde bajo la alfombra. Nunca se muestra ese lugar monstruoso, depresivo y para abajo. La verdad es que me encantaría hacer una comedia, pero mi cine suele irse hacia estas zonas. A veces me digo: «Puta madre, otra vez acá».

—La primera parte de la película tiene una voz en off femenina que lee cartas de una madre dirigidas a su hija. ¿Estas cartas son guionadas o existen realmente?

—Camila Souto es la protagonista y es con quien hicimos los textos. Lo que hicimos fue trabajar sobre un texto que era un diario que escribió mi madre para mí. Tomamos ese texto, pero partimos de eso para escribir un texto paralelo, tomando como tierra fértil ese diario, que es increíble. A partir de ahí tergiversamos un poco: hicimos ficción de eso.

—Es muy interesante la forma de representar la maternidad desde un lugar atípico. Como un «qué carajo estoy haciendo acá» o «cómo llegué a esto». Ese reverso que nadie quiere ver, ni representar, ni asumir.

—Puede ser. También me inspiré mucho en los diarios de Manuel Puig en Boquitas pintadas, que son increíbles. Ese texto nos sirvió mucho para determinados tonos. Me gustan mucho los diarios íntimos y cómo hay algo que emerge de lo tonto de un diario, cosas aparentemente triviales, como contar cómo está el clima o enumerar los regalos, estupideces así: es un dispositivo que va creciendo y convirtiéndose en algo; la acumulación de días y boludeces y cotidianeidades va revelando algo increíble. También me pasa con los cuadernos de recetas de cocina de mis abuelas, hay algo en esa transmisión de la receta, algo a lo que normalmente no se le daría bola, pero que para mí es hoy lo esencial de la vida.

—Entiendo que la mejor forma de ver y disfrutar de tu película es en una sala de cine. El hecho de que se proyecte en las salas de Cinemateca supone las condiciones ideales. ¿Qué expectativa tenés y cuál es el recorrido natural para una película experimental?

—Que una película que insumió tanto trabajo y tanto tiempo para tanta gente se estrene en Cinemateca es la mejor noticia del mundo. Para que haga un camino de exhibiciones hay que estudiar los perfiles de los festivales y hacer ese trabajo de productor ejecutivo que es generar un recorrido. Yo no hice eso, no me dio la vida para hacerlo. Ni tengo la figura de un productor ejecutivo que se ocupe de hacerlo. Así que, bueno, iré aprovechando lo que aparezca, y me parece muy lindo esto de que no se margine la película. Que no se vea condenada a exhibirse en un garaje por ser experimental. Es merecedora de un cine, y está bueno legitimar esos espacios para formas diferentes de entender el mundo o formas no convencionales de participar en el mundo, para películas que tratan otros problemas que los que acostumbramos a ver. En junio vamos a pasarla en la Sala Lazaroff, en un ciclo de no ficción que estamos organizando entre varios.

—¿Cuánto tiempo te llevó hacer la película?

—Filmé cuatro días en 2017, después cuatro días más en 2018, fueron rodajes de unas 12 personas. Los travellings de 18 de Julio fueron en 2019, y llegada la pandemia empecé a hacer el montaje. El proceso largo tiene un lado positivo, que es que uno se sigue preguntando, se cuestiona y se alimenta. En esta constancia en el trabajo emergen las mejores cosas. Pero, por otro lado, es difícil manejar la frustración, la ansiedad, las ganas de abandonar, es difícil que la vida no te pase por encima y que el espacio para la realización no deje de existir.

—Tu película se hizo sin fondos estatales. ¿Con qué tipo de recursos o apoyos contaste?

—Tuve un gran apoyo de Sinsol, una empresa relativamente chica de alquiler de equipos que tiene equipamiento muy bueno; me hicieron precios, me prestaron una cámara. La ECU aportó también equipamiento y la fuerza de trabajo de varios docentes y egresados que me acompañaron en este viaje delirante. Entiendo que es difícil trabajar con lo incierto, y ellos se la jugaron conmigo en ese sentido. Yo les decía: «Chiquilines, vamos a tirar una secuencia, no sé ni qué mierda es, es una mujer acostada, cuyo cuerpo se empieza a lastimar…». No tenía las cosas del todo claras, era un naufragio y lo avisé desde un comienzo. Altera mucho a la gente trabajar, bancar rodaje sin saber a dónde va. No es fácil conformar un equipo cuando no hay un itinerario visible ni un plan de ejecución. Todos son desvíos, preguntas, un quilombo.

1. Está disponible en Youtube con el título Pehuajó-Cortometraje de Egreso ECU.

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