Dios es una letra en una biblioteca. Si alguien la encuentra poseerá el secreto de la creación y será cómplice de su tarea. Pero toda creación es para nadie o, mejor, es para gloria de quien la ejecuta. El mundo justifica a Dios, una obra justifica sólo a su creador.
Con perdón de la simplificación y tal vez del yerro, así leo “El milagro secreto”, de Borges. Y en una especie de prolongación de la especulación de Borges: “basta una sola ‘repetición’ para demostrar que el tiempo es una falacia”, trato de entender el conjunto de este volumen de cuentos de Juan Carlos Mondragón.
Sin la posibilidad, ahora, de ir a revisar toda la obra de Mondragón,1 leída en horas más espaciosas, puedo recomponer impresiones que retuve desde su primer libro. Emblema de un tiempo histórico, Aperturas, miniatura...
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