Bosques finlandeses en la pampa uruguaya: El mundo es de papel y con papel se compra - Semanario Brecha
Bosques finlandeses en la pampa uruguaya

El mundo es de papel y con papel se compra

El eucalipto y su transformación en pasta de celulosa han sido una forma de velada invasión económica, social, ambiental y política que usa la multinacional finlandesa UPM en Uruguay: ¿hasta dónde una empresa puede modificar el presente de una nación e influir en su futuro con promesas que nunca llegan?

Centenares de troncos se apilan para ser enviados a la fábrica que la empresa finlandesa de UPM tiene en Kaukas, a 220kilómetros de Helsinki, muy cerca de la frontera con Rusia. BERNAT MARRÈ

I. UN PAÍS DE PAPEL

«Ellos alquilan cuerpos y después los descartan, y eso mismo creen que pueden hacer con la tierra», dice Loreley Urbeldz, enfermera y madre de familia de Paso de los Toros, una ciudad de 13 mil habitantes ubicada en el corazón de Uruguay. Loreley tiene voz fuerte, es rubia y ligera como sol invernal y, para complementar sus ingresos, de vez en cuando conduce su auto en modo taxi.

Para 2022, año en el que la multinacional finlandesa UPM instaló su segunda planta en Uruguay, a orillas del río Negro –el río de aguas mansas y profundas que atraviesa la ciudad–, Loreley era la chofer de confianza de muchas mujeres, entre las cuales se destacaban colombianas, venezolanas, cubanas y dominicanas trabajadoras de City Night, famosa whiskería ubicada en Pueblo Centenario, un pequeño pueblo aledaño a Paso de los Toros.

Una noche recibió un mensaje con una ubicación: «Ven ya, a mi compañera le están pegando». Loreley, según recuerda, aceleró hasta llegar al hospedaje de los trabajadores internacionales de la compañía:

—Un extranjero saltaba sobre las piernas de una trabajadora sexual. Me dijeron que me llevara a la chica y que me olvidara de todo a cambio de dinero, que tenían cocaína y querían evitar problemas con la Policía. La chica, de acento caribeño, estaba mal. Mientras llegaba la ambulancia, le presté los primeros auxilios. Ya cuando la llevaron al centro de salud yo fui a realizar la denuncia. Entre el comisario y varios policías me amenazaron. Los extranjeros que trabajan para UPM son intocables. Contra la plata no se puede hacer nada. Están en Uruguay, pero protegidos por otras leyes. Es como si ellos hubieran comprado esta tierra y nosotros fuéramos los extraños.

Izquierda: Vista aérea de monocultivo de eucalipto en Piñera, Paysandú, Uruguay. Derecha: Vista aérea de monocultivo de eucalipto recién cosechado en Orgorroso, Paysandú, Uruguay. DAHIAN CIFUENTES

En Uruguay hay dos plantas de UPM capaces de producir 3,4 millones de toneladas de celulosa por año. Su llegada fue promocionada como la panacea de un progreso que, si llegó, fue para poner en jaque a las comunidades en las que se asentó. UPM 2 es el voluminoso paisaje, humeante y gris, sobre el cual gira Centenario: es su piel, sus vísceras, su ánimo, su voz. Una voz que surge para quien quiera atenderla, de forma perfecta y diáfana, como cuando se abre camino una verdad en la consciencia del negador: el mundo es de papel y con papel se compra. UPM no solo produce la base del papel que usa medio mundo, sino que también lo utiliza para obtener todo lo que necesita: silencio, por ejemplo.

Justamente ese silencio fue lo primero que encontró la directora y dramaturga uruguaya Marianella Morena cuando llegó a Centenario con el objetivo de investigar las secuelas de la industria tanto en las personas como en el medio ambiente. UPM lo tenía todo controlado y lo único que rechinaba en medio del vasto sigilo, además de una garrafal chimenea, era la caja registradora de City Night.

Meses después, cuando Marianella ya había asimilado y desentrañado todo lo que escuchó y vio en sus visitas a Centenario, escribiría: «La colonización y dejarse colonizar pueden ser un ejercicio compartido». Esta frase funciona como prefacio de la obra de teatro Metsä Furiosa, una puesta que escenifica la explotación del cuerpo humano y su estrecho vínculo con la explotación de la tierra en un pueblo uruguayo de 1.500 habitantes, en el cual una empresa finlandesa está construyendo la planta de celulosa más grande del mundo.

II. UN CASTILLO DE PAPEL

Matti Liimatainen recorre con la mirada los discos de los centenares de troncos apilados que esperan a ser trasladados a la fábrica que UPM tiene en Kaukas, a 220 quilómetros de Helsinki, muy cerca de la frontera con Rusia. Cuando encuentra uno que le convence, saca un palillo de madera de su bolsa y empieza a contar con paciencia los anillos. De la médula a la corteza: «112 años». El bosque en el que Liimatainen se encuentra se ubica a 100 quilómetros al este de la capital finlandesa y pertenece a Tornator, una de las empresas con más propiedad forestal de Finlandia después del Estado: 661 mil hectáreas, algunas de ellas gestionadas por UPM.

El coordinador de campañas forestales en Greenpeace Finlandia, Matti Liimatainen, cuenta los anillos de uno de los árboles talados en el bosque de Ruotsinpyhtaa, al este de Helsinki. BERNAT MARRÈ

Como esta, son muchas las áreas de foresta antigua que las organizaciones ecologistas consideran que deberían estar protegidas por su biodiversidad, pero que son explotadas por la industria. Liimatainen, coordinador de campañas forestales en Greenpeace Finlandia, lleva años abogando por la implementación de políticas de protección medioambiental más robustas. «La industria forestal no es sostenible», defiende. «La Constitución establece la responsabilidad de todos en la defensa de los valores ecológicos. Pero la ley forestal y otras legislaciones son débiles e impiden la protección de este tipo de bosques. Por eso hay una crisis de biodiversidad. Todo el mundo sabe que hay muy pocas áreas protegidas en Finlandia.»

La preocupación de las organizaciones ecologistas por la sostenibilidad ambiental del país nórdico convive con la indiferencia de gran parte de la sociedad, pero también con el orgullo que despierta la industria forestal en el país que, después de la Segunda Guerra Mundial, vio en su vasto territorio colmado de pinos, abetos y abedules una vía para su recuperación económica. Estas áreas de bosque boreal, que forman parte de la corona verde que circunda el Ártico, cubren el 75 por ciento del territorio del país, equivalentes a 22,5 millones de hectáreas. De estas, el 90 por ciento son utilizadas para la industria forestal, principalmente para la elaboración de pulpa de celulosa.

Matti Liimatainen recorre un área talada en el bosque de Ruotsinpyhtaa por UPM, a 100 kilómetros al este de Helsinki (izquierda). Al borde del camino, centenares de troncos esperan ser enviados a la fábrica que la empresa tiene en Kaukas, a 220 kilómetros al este de la capital. BERNAT MARRÈ

Liimatainen regresa por segunda vez en pocos días a este bosque que conoce como la palma de su mano. Esta vez, con mapas topográficos específicos y fotos impresas que hizo con un dron. La explanada sigue marcada por los surcos de neumáticos de los camiones y los inmensos tocones ayudan a entender la dimensión del bosque talado. «La industria forestal tiene mucho poder sobre el gobierno y es un lobby de presión muy fuerte contra las nuevas regulaciones de la Unión Europea que protegen los bosques antiguos.»

En la misma dirección, Juha Aromaa, subdirector de programas de Greenpeace, apunta que «las tres grandes compañías forestales tienen un poder político muy fuerte cuando se trata de la protección de los bosques en Finlandia. La industria utiliza todas las oportunidades políticas para asegurar tanta materia prima como sea posible, buscando subsidios estatales, reducciones de impuestos y condiciones laborales favorables». Las tres empresas a las que Aromaa hace referencia son Metsä Group, Stora Enso y UPM, con un volumen de ventas conjunto de 25.966 millones de euros en 2023, más de una tercera parte del PBI de Uruguay, y cuyos intereses están protegidos por la organización finlandesa Metsäteollisuus ry. Es justamente en este grupo de influencia que el experto especial del Ministerio de Medio Ambiente finlandés Olli Ojala pone el punto de mira: «Considero que las empresas forestales están intentando dar pasos hacia la sostenibilidad porque entienden el riesgo para su reputación. Pero luego están las organizaciones que las representan. Hay algunas que son ultraconservadoras y, básicamente, intentan preservar el statu quo de la industria. Tienen todas las tácticas de los grupos de presión y las utilizan».

El coordinador de campañas forestales en Greenpeace Finlandia, Matti Liimatainen, cuenta los anillos de uno de los árboles talados en el bosque de Ruotsinpyhtaa, al este de Helsinki. BERNAT MARRÈ

Aromaa subraya un aspecto crucial sobre el incremento de la demanda global de celulosa. Si bien la digitalización y la disminución de la lectura de periódicos, revistas y libros condujeron a una reducción de este mercado, el auge del comercio electrónico y la proliferación de la paquetería a domicilio compensaron esta tendencia. «Para pedir por Amazon o Alibaba se necesitan los bosques, ya sean plantaciones en Uruguay o bosques naturales en las regiones nórdicas. La industria forestal finlandesa exporta más del 90 por ciento de su producción, la mitad a la Unión Europea.»

Kati Kaskeala, vicepresidenta de relaciones con los interesados de UPM, asegura que la industria de la celulosa sí es sostenible en Finlandia y destaca que la responsabilidad de la gestión de los bosques no solo recae en las empresas forestales o el gobierno. En cuanto a la expansión de la empresa a otros lugares, habla de la creciente demanda de celulosa en todo el mundo: «El modelo finlandés no tiene suficiente madera para producir más celulosa de manera sostenible, por eso tenemos operaciones en Uruguay, así como otras empresas en otros lugares».

La intermitencia de bosques jóvenes y extensas zonas de calveros arrasados define el paisaje constante en el camino de regreso de Ruotsinpyhtää a Helsinki. Para ojos inexpertos, resulta prácticamente imposible discernir entre el bosque industrializable y el antiguo. En Finlandia, a diferencia de otros países, no se permiten los bosques artificiales, geométricamente armoniosos, ni árboles no autóctonos. Una vez talada un área, se replanta con las mismas especies cortadas, destinadas a un uso industrial futuro, en un ciclo constante que dura alrededor de 70 años y en cuya juventud resulta difícil que se desarrollen comunidades biológicas complejas. Los bosques antiguos, que solo representan un 3 por ciento del área forestal del país, se convierten en oasis cada vez más reducidos para ecosistemas ricos.

No solo el arraigo de la industria forestal en la idiosincrasia finlandesa diluye el debate en torno a su impacto medioambiental. El 60 por ciento de los bosques son propiedad de pequeñas familias; más de 600 mil personas para las cuales su cesión a las empresas supone un activo económico muy valioso. «Talando algunas hectáreas de bosque se obtiene dinero extra para, por ejemplo, cambiar de coche o renovar una casa. Para muchos, proteger los bosques se percibe como quitarles su único activo económico», destaca Ojala, también coordinador de la política de biodiversidad de la Unión Europea en el país nórdico.

III. PAPEL DE CAMBIO

Alrededor del local hay un cúmulo teatral de nubes. Apenas logran verse algunos yuyos caídos y ramas chorreantes de agua. Del City Night hoy solo queda el gran letrero con letras rojas y las siluetas blancas de dos chicas en posiciones sexuales. La casa es una descuidada bodega con entrada de tierra. El local fue censurado en 2023 por casos de violencia contra mujeres, sospechas de trata de personas y explotación sexual, pero el mercado siempre encuentra la forma de satisfacer la demanda: a menos de 2 quilómetros, sobre la ruta que lleva a UPM 2 y detrás de una derruida estación de servicio, está Divas Hoott, un cubo negro de unos 200 metros cuadrados al que nunca entra la luz del día y en el que suelen divertirse los trabajadores de la planta.

Árbol nativo frente a la entrada del club nocturno Divas Hoott. DAHIAN CIFUENTES

Corría el año 2010 cuando, cansada del ritmo áspero y vertiginoso que le proponía Montevideo, Grace González llegó a Paso de los Toros. Con su esposo tantearon por varios años diferentes lugares para trasladarse y ofrecer una mejor calidad de vida a sus hijas. Fue en esta pequeña ciudad en la que proyectaron seguridad y tranquilidad alrededor de una hermosa casa a orillas del río Negro.

A mediados de 2023 y tras una inversión de 3.470 millones de dólares, se inauguró UPM 2, justo enfrente de la casa de Grace. Entre las personalidades que asistieron a la ceremonia de apertura, brilló la de Henrik Ehrnrooth, el entonces presidente del directorio de UPM, quien usó su discurso para calificar a Uruguay «como un país confiable para hacer negocios». Desde entonces, lo primero y lo último que ve Grace todos los días de su vida es ese mastodonte industrial, con sus monumentales y tóxicas fumarolas que, confundiéndose con las nubes, no solo manchan los tejados de su casa cuando llueve, sino que le regalan un invariable hedor a repollo hervido.

Grace vive en una zona campestre con calles de tierra y espesa vegetación al norte de Paso de los Toros. El barrio llega a una costa del río y termina con un hotel cinco estrellas llamado Midland, en el que una habitación individual sale 200 dólares por noche. Los jirones de niebla son densos y pasan calmos sobre el moderno edificio. La piscina y un pequeño parque de diversiones acuáticas permanecen cerrados. Es un día oscuro y lluvioso y la planta no se ve. Un día feliz, dice Grace. Lo que sí se ven son hombres rubios y blancos como la nieve sentados con sus computadoras en las salas del hotel. La mujer encargada de la recepción asegura que seis de cada diez huéspedes son de nacionalidad finlandesa.

«Todos los días UPM ahí y justo hoy no. Podría delinear la forma de ese animal. Me la sé de memoria», apunta Grace, mientras busca en su teléfono el video de un asado que hizo su marido para despedir el último verano: sobre la parrilla chorizos, morcillas y trozos de carne. Sobre la mesa, bebidas, ensaladas y postres. Alegría familiar. Al fondo, el perpetuo jadeo de UPM.

Arriba: Vista nocturna de la planta UPM Paso de los Toros. Abajo: Cada vez que Grace González corre la persiana de la sala de su casa, a orillas del río Negro, se encuentra con una fábrica del gigante finlandés. DAHIAN CIFUENTES

«Bueno, bienvenidos a Little Helsinki», dice Grace mientras conduce por el barrio finlandés de Paso de los Toros. Las calles están numeradas en lugar de llevar nombres. Por cuadra hay cuatro casas que, para la media habitacional latinoamericana, podrían pasar como construcciones aspirantes a palacios. Son de dos plantas, blancas, negras, amarillas, y cuentan con suelo radiante, un costoso sistema de calefacción que va por el suelo y las paredes, muy usado en los lugares más gélidos del planeta. Un hombre mayor cruza una calle, no se siente observado: va despacio, haciendo pasos vacilantes. Dos niñas tipo Rapunzel dan vueltas en sus bicicletas con una serenidad que perfecciona el mutismo adyacente. El barrio está lleno de cámaras de seguridad y, aunque es de libre acceso, en cualquier momento puede caer un vigilante y cuestionar la visita.

—Si vas a los barrios que construyó UPM para los obreros, te darás cuenta de que en el terreno que ocupa una casa de estas, que son para la élite corporativa, metieron diez. Y eso que ya no funcionan, están abandonadas. Eso fue cuando el boom: prometieron trabajo, activación económica y desarrollo. Siempre supe que era un gran engaño. Recuerdo que muchos vecinos emprendieron y se fundieron, así como mucha gente de otras partes del país vino a buscarse una vida. ¿Viste la película El baño del papa? Bueno, eso fue lo que pasó. No es coincidencia que la película sea uruguaya. Somos un pueblo que vive de las expectativas. Lo que tengo frente a mi casa no es una simple empresa, sino un país entero. El día menos pensado voy a levantarme y voy a ver la bandera de Finlandia –expresa Grace, mientras apura las últimas pitadas de un cigarrillo y baja los vidrios de su auto para que veamos la casa en la que nació el escritor Mario Benedetti.

Izquierda: Banderas uruguayas en Paso de los Toros, Tacuarembó, Uruguay.  Derecha: Puerta cerrada de una de las plantaciones de UPM a las afueras de Guichón vía Piñera, Paysandú, Uruguay. DAHIAN CIFUENTES

IV. EL PAPEL QUE COMPRA

Heikki Härkönen rema con fuerza los 100 metros que separan el punto de encuentro en Puumala con la isla de Rokansaari, en el lago Saimaa, al sureste de Finlandia. Este lago es el mayor del país, el cuarto de Europa y una importante fuente de agua dulce para el continente europeo. Bajo un inusual calor de finales de mayo, Härkönen camina cerca de una hora, hasta pararse en un punto del norte de esta «isla paradisíaca». Una línea recta perfecta separa el bosque de un claro talado en 2022 por UPM, una calva de 14,6 hectáreas.

«Esta tala afectó a la biodiversidad de la zona. El bosque está creciendo, pero el área sin vegetación hace imposible que muchas especies se instalen.» El activista es el representante local de Suomen Luonnonsuojeluliitto, la organización de protección de la naturaleza más antigua de Finlandia, activa desde 1938. «Esta zona está protegida mediante la figura de Natura 2000, en la que se permiten algunas acciones, entre ellas talar. Lo que hizo UPM es legal, la empresa está actuando conforme a la ley. El problema es que tenemos una ley forestal bastante deficiente en Finlandia, que necesitaría ser revisada.» La autoridad ambiental había otorgado el permiso para realizar la tala. Sin embargo, lo que debía ser una «tala cuidadosa» acabó siendo una «tala abierta», según Greenpeace.

La isla tiene un gran valor recreativo con árboles de más de 100 años. En 2023 la empresa planeó talas similares en otra zona de la isla, lo que provocó la oposición de la población y de organizaciones de la sociedad civil que exigieron que la actividad no se llevara a cabo, argumentando que algunas de estas áreas poseen un alto valor de biodiversidad. La petición fue firmada por más de 20 mil personas y entregada a UPM. Por otro lado, Suomen Luonnonsuojeluliitto apeló ante los tribunales y la empresa paró el proyecto. Recientemente, el Tribunal Supremo Administrativo (TSA) ha decidido que la empresa puede seguir talando en 28 de las 30 hectáreas planeadas y devuelve el caso al Centro para el Desarrollo Económico, Transporte y Medio Ambiente, quienes ya habían otorgado en su día el permiso en primer lugar. «No estamos satisfechos con la decisión. Hemos resuelto preparar un recurso ante el TSA», subraya Härkönen.

Heikki Härkönen (izquierda) saca su dron dentro del área de 14,6 hectáreas taladas por UPM en la isla de Rokansaari, al sureste de Finlandia (derecha). Según la ley finlandesa, la empresa no hizo nada ilegal, pero organizaciones ambientalistas destacan las consecuencias desastrosas de estas prácticas para la biodiversidad del País. MARTA SAIZ E IMAGEN CEDIDA POR HEIKKI HÄRKÖNEN

«Parte de la isla es propiedad de UPM. Y aunque no todos los bosques allí tienen un alto valor de conservación, es un paisaje no perturbado famoso por su belleza natural. Transportar maquinaria pesada para talar a través del agua no tiene sentido. Lo que ocurre en Finlandia es que toda la industria forestal cree que puede ir a cualquier lugar si hay un árbol», dice el coordinador de campañas Liimatainen.

En ese contexto, el debate público en el país nórdico con respecto a la industria forestal se centra en la protección y la tala de bosques a nivel local. Finlandia está comprometida con la Estrategia de Biodiversidad de la Unión Europea, que obliga a proteger todos los bosques antiguos y en su estado natural. Y la definición de bosque antiguo depende de los Estados. Por lo tanto, la cuestión y la preocupación se focalizan en la posibilidad de que los intereses económicos prevalezcan en las decisiones de protección de la biodiversidad. Aquí, el bosque funciona como escenario de la geopolítica. Desde las oficinas de Greenpeace, Aromaa resalta que «la definición finlandesa de bosques antiguos ciertamente no será científica. Será totalmente política».

En el extremo sur del lago Saimaa, insertada a pocos quilómetros de Lappeenranta, UPM tiene una de sus tres fábricas de celulosa, UPM Kaukas. De las ciudades con industria maderera se solía decir que olían a huevo podrido y a dinero. De esto, en Lappeenranta ya solo queda el mismo aroma a bienestar que desprenden la mayoría de las ciudades del país. Lo primero que alerta a los visitantes de la presencia de la fábrica es una descomunal chimenea sobre la cual pivota una colosal área industrial. Miles de troncos se posan en las aguas de la orilla del lago a la espera de su turno mientras las mangueras y la maquinaria de transporte no dejan nunca de funcionar. El pulso de la fábrica no condiciona el ritmo de Lappeenranta. Sus ciudadanos conviven con los folletos informativos que exaltan las virtudes de la celulosa y la llegada regular del puutavarajunat, un tren de vagones largos y abiertos que se extienden por más de mil metros, cargados con toneladas de madera.

Mientras, en el centro de Helsinki, tocando la principal estación de ferrocarril, un cartel con los colores del arcoíris y el eslogan «la diversidad es natural» cuelga de las oficinas centrales de UPM, cuya puerta es custodiada por el grifo, una criatura mitológica mitad águila, mitad león que –cuenta la leyenda– vela por el oro verde que albergan los bosques.

«Nosotros no talamos bosques naturales. Estamos en constante conversación con organizaciones ambientales y cuando estas nos han informado sobre algunos lugares biodiversos, hemos decidido no talar allí. El problema se basa en que no hay una definición clara y establecida en la ley sobre qué son los bosques antiguos», dice Kati Kaskeala. «Actualmente hay algunas áreas grises porque aún no tenemos claridad en el proceso de toma de decisiones políticas.»

Para Heikki Härkönen, que camina bajo los árboles de la isla de Rokansaari, un lugar donde no vive nadie, el problema en Finlandia es que tienen una ley forestal deficiente con respecto a la protección medioambiental. BERNAT MARRÈ

Recientemente el gobierno finlandés definió los bosques antiguos de forma muy estricta, de tal manera que los bosques del sur apenas están protegidos. Para las organizaciones ambientales, había esperanza en que esta definición frenara el empobrecimiento de la naturaleza forestal en el sur del país, pero, tras el anuncio, el impacto sobre los propietarios de bosques y las empresas forestales será mínimo.

A pocos metros del emblema mitológico, en el centro de la ciudad, se erige el Parlamento de Finlandia, un edificio monumental de estilo clásico y columnas corintias que alberga uno de los gobiernos más conservadores de la historia del país. Hasta el 2 de abril de 2023, la coalición de centroizquierda gobernaba el hemiciclo. Maria Ohisalo, de la Liga Verde, fue ministra de Medioambiente y Cambio Climático entre 2022 y 2023. «La mayoría de la legislación ambiental y climática proviene de la Unión Europea. En cuanto a la legislación finlandesa, solíamos tener una regulación que establecía que los árboles debían crecer más antes de ser cortados. Hoy en día, eso ha cambiado, lo que ha causado una disminución en los sumideros de carbono. El nivel de biodiversidad en nuestros bosques ha mermado y sabemos que aproximadamente una de cada nueve especies está en peligro en este país.»

Ohisalo, que desde las elecciones del 9 de junio forma parte del Parlamento Europeo, también menciona el lobby de actores que influyen en las decisiones políticas, tanto en Finlandia como en la Unión Europea. «Durante los últimos cinco años, la Comisión Europea finalmente ha comenzado a darnos legislación que es útil y necesaria en este momento.» Para la también investigadora, la industria forestal no está haciendo todo lo que puede: «Deberíamos estar pensando en otras formas de producir».

«Hubo un momento en la historia en que la industria forestal finlandesa tuvo que salir fuera de sus fronteras para buscar materia prima. Finlandia siempre ha sido un país frío donde la madera no crece tan rápido, por ello desde hace ya algunas décadas ha habido una tendencia de producir pulpa en países más tropicales para luego llevarla a otros países, como China», dice Teivo Teivainen, profesor de política mundial en la Universidad de Helsinki. El investigador participó en la realización de un documental sobre las fábricas de celulosa en Uruguay y afirma que el acuerdo de inversión del país con las empresas no beneficia tanto en términos económicos, pero sí en la confianza del mundo de ser un país abierto a la inversión extranjera. «Uruguay siempre se ha visto en términos de inferioridad, como un país pequeño entre grandes potencias como Argentina y Brasil.»

Ejemplar de eucalipto listo para ser cosechado, Piñera, Paysandú, Uruguay. DAHIAN CIFUENTES

UPM entró en Uruguay en la década de los 90. Desde sus oficinas centrales en Helsinki, Kaskeala explica que la ley forestal de este país, firmada en 1987, estableció suelos forestales prioritarios, indicando las áreas donde se podían plantar árboles de eucalipto o pino. «En ese sentido, era el país ideal con un marco claro establecido por el gobierno local para traer esta industria y un entorno operativo estable.» En la actualidad, dice la ejecutiva con guiños optimistas, los indicadores de reputación empresarial en Uruguay son favorables a la compañía. «Según la última encuesta de 2023, llevada a cabo por una entidad externa, alrededor del 80 por ciento de los uruguayos tienen una opinión neutral o positiva sobre UPM.»

V. NO ES PAPEL DE BAÑO

A poco más de 300 quilómetros de Paso de los Toros, en Lion d’Or, una antigua confitería montevideana, el periodista y escritor Víctor L. Bacchetta se sienta y pide un café cortado para distraer el frío de la tarde. Afuera, sobre la avenida 18 de Julio, la más importante del país, las hojas otoñales se agitan entre el diligente paso de los transeúntes.

Víctor tiene 81 años, pero su actitud es la de un activista de 18. De su mochila extrae tres libros: La entrega: el proyecto Uruguay-UPM (2019), El fraude de la celulosa (2008) y El pacto colonial (2021). En el primero oficia como compilador y de los dos siguientes es el autor. Aunque los títulos de los libros son lo suficientemente elocuentes, Víctor tiene una sola cosa, clara y concisa, para subrayar: «Uruguay no gana nada con UPM y, por el contrario, sí regala muchas cosas: al margen del espantoso problema medioambiental que implica una empresa de este calibre en cualquier lugar del mundo, acá lo que está en juego es la soberanía. Estamos hablando de neocolonialismo, y uno lo dice y lo recalca, y nadie lo toma en serio, creen que uno está en contra del progreso nacional o, en el peor de los casos, que uno está loco».

Gracias al liderazgo social mezclado con activismo medioambiental que ejercen Mariana Barrán, trabajadora social, de 47 años, y Marcelo Fagúndez, conductor independiente, de 49, no solo sufren el mismo desprestigio nominal que Víctor denuncia, sino que están realmente satanizados por la comunidad de Guichón, un pueblo de 5 mil habitantes ubicado al oeste de Paysandú, la cuarta ciudad de Uruguay.

«La crítica se paga con discriminación», dice Marcelo, en la sala de su casa, mientras rellena de leña la estufa para atajar el brío de una ola polar. Mariana ceba un mate y lo pone a circular mientras cuenta la historia del Colectivo de Guichón por los Bienes Naturales, una iniciativa comunitaria que en su momento cumbre llegó a albergar a 30 familias, pero que hoy solo tiene 15 personas activas. «Nos organizamos en 2011 con el objetivo de evitar el ecocidio que ya estamos viviendo», complementa Marcelo.

Marcelo Fagúndez frente a la entrada principal del Vivero Santana de UPM: “Estar en contra de UPM ha significado que nos traten de locos ambientalistas, locos que están en contra del progreso, locos alarmistas, locos que no tienen sustento técnico ni científico” dice. DAHIAN CIFUENTES

—A la gente parece no importarle que le quiten el agua, que la contaminen y que invadan las tierras y el paisaje pampeano con especies no nativas como el eucalipto. El único misterio que guardan todos estos bosques que nos rodean es el de la infertilidad. Esos monocultivos de eucalipto y los químicos que usan para que crezcan más rápido estropean la tierra. Para cuando se vayan, en 50 años, que es el tiempo que el gobierno les firmó, esta tierra no va a servir para nada, cuando su principal característica era su riqueza –cuenta Mariana.

En Guichón también hay silencio porque hay dinero. Mucha gente local vive, de una u otra manera, de las dinámicas que propone UPM. A las afueras del pueblo la empresa tiene, pegado al arroyo Santana, un vivero de eucalipto en el que trabajan alrededor de 200 personas. Según Marcelo, desde 2018, cuatro años después de inaugurado el vivero por el mismísimo José Pepe Mujica, el consumo de agua del arroyo Santana está vedado por contaminación y el pueblo tuvo que ser asistido con camiones de agua, fenómeno nunca antes visto, al que se le sumó la extraña aparición de floraciones algales que se colaban en las duchas, generando olores a podrido y alergias en la piel.

—La gente solo reacciona cuando se ve directamente afectada: en 2015 el agua del arroyo se puso rojiza y desprendía un olor ácido; nosotros lo advertimos, pero nadie atendió. Decían que estábamos envidiosos porque no nos daban trabajo en el vivero. Semanas después hubo una terrible mortandad de peces. Y hay más: hace diez años era común ver garzas, liebres y hasta nutrias, hoy no sabemos dónde están, o si por lo menos están –añade Mariana.

Arriba: Para obtener una tonelada de pulpa de celulosa se necesitan aproximadamente 17 árboles adultos. Monocultivo de eucalipto en Beisso, Paysandú, Uruguay.  Abajo: Vivero Santana de UPM inaugurado en 2012 por el entonces presidente de la república Pepe Mujica, Guichón, Paysandú, Uruguay. DAHIAN CIFUENTES

Metsä es «bosque» en finés. Según la obra de Marianella uno podría inferir que los bosques uruguayos están furiosos, pero ¿cuáles bosques? Uruguay es un país de praderas. Largas extensiones de tierra generosa que, en algún momento, con Argentina, supieron ser la despensa del mundo. Tal vez los bosques finlandeses en Uruguay sean los que están furiosos. Son espejitos de colores que Finlandia planta a 12.732 quilómetros de su territorio.

Para llegar al vivero hay que salir de Uruguay y entrar a Finlandia. El cambio de paisaje es tan brusco como el que separa a los dos países, unidos por UPM: de la pertinaz y luminosa pampa sudamericana a la opacidad de bosques nórdicos. En el límite de una de las tantas plantaciones de eucalipto que circunvalan Guichón, un grupo de vacas permanecen estacionadas, rígidas, contemplando lo que antes eran productivos campos de estancia. Dentro del bosque, sonidos de motosierras.

La empresa cree que le está haciendo un favor a Uruguay. Uno de los grandes discursos a nivel global sobre las amenazas ambientales se centra en la deforestación, es decir, en la tala indiscriminada de árboles, pero lo que hace UPM es justamente lo contrario: forestar. Planta árboles, una acción que la multinacional defiende a capa y espada bajo un cuestionable y apócrifo compromiso con el medio ambiente. Un árbol de pino en Finlandia (el eucalipto está prohibido por no ser una especie nativa) tarda en madurar hasta 12 años. En Uruguay, el eucalipto (que también es una especie no nativa) crece en seis. El suelo uruguayo es rico, sí, pero para lograr algo así necesita ayudas extra: UPM les llama agroquímicos; Mariana, agrotóxicos. «Allá no pueden sembrar y cortar, entonces se vinieron para acá», puntualiza Marcelo. Hoy, Uruguay tiene 1,3 millones de hectáreas plantadas con eucalipto. Casi el 8 por ciento del territorio nacional.

Es una mañana impecablemente clara y pacífica. La llanura, a lo lejos, se divisa como una acuarela de mil dorados. Los eucaliptos sostienen muchas cosas aquí, son una fuerza de resistencia ante el desempleo campante que sufren los campesinos de las poblaciones aledañas, pero la gente está exhausta, al límite de sus fuerzas físicas y mentales. Primero, árboles de hasta 20 metros; después, largos espacios completamente arrasados; para finalizar, troncos agrupados como si fuera un juego de madera gigante. Lo que sí no cambia es el fuego azul de los taladores que humea por todas partes. Aunque está helado y hay escarcha en el pasto, los obreros llegan con puntualidad al vivero de UPM. Empieza un nuevo día de trabajo.

Caballo sin jinete en la pampa natural frente a plantación de eucalipto, Beisso, Paysandú, Uruguay. DAHIAN CIFUENTES

Piñera duerme, pero no está muerto. El pueblo tiene poco más de 150 habitantes y queda a 20 minutos en auto de Guichón. Hacia el norte, campo plano. Periquitos revolotean las copas de algunos árboles nativos. Hacia el sur, la tierra está escindida por una borrosa franja verde. Pegados al piso hay helechos marrones, rotos. Es la antesala del bosque alto, vaporoso y profundo. Las nubes y la niebla cubren las copas de los eucaliptos. Alguien transporta paja en su espalda. Los campesinos callan, asediados por la escasez. El fuego, en sus casas, está delante de todo. Calienta el aire que, con tres o cuatro grados menos, podría convertirse en hielo con la rapidez de un suspiro.

Liliana no es Liliana, pero pide llamarse así para no perder su trabajo en el vivero. Es sábado. En el televisor de la sala hay un partido de fútbol y, más adentro, en la intimidad de una habitación, sus dos hijos juegan a ser superhéroes. Liliana lleva lentes, gruesos, pero ni así puede ocultar su tristeza. En algún momento de la conversación dirá que está cansada, pero después retornará a la voz blanda y la mirada perdida. Entró al vivero en 2014 y desde entonces todos los días hábiles pasa a buscarla un colectivo a las siete de la mañana y la vuelve a dejar a las seis de la tarde. Al día, Liliana manipula miles de eucaliptos bebés: los selecciona, los poda, los estimula y los trasplanta a las bandejas que van a los invernaderos. Liliana improvisa los movimientos de su trabajo. Son tan monótonos como la tarde que ocurre afuera y su ánimo es tan rígido como la tendinitis que se desarrolla calladamente en sus manos. «Odio el verano, adentro del vivero la temperatura supera los 40 grados, y uno tiene que seguir, asfixiado, como si estuviera en el infierno», afirma Liliana, con el rostro ensombrecido.

Chimenea del Vivero Santana de UPM en Guichón, Paysandú, Uruguay. DAHIAN CIFUENTES

Julio Silva es compañero de Liliana y le faltan tres años para jubilarse. Desde 2013 pertenece al SOIMA (Sindicato de Obreros de la Industria Maderera y Afines). Su salario es el mínimo en Uruguay (22 mil pesos uruguayos, equivalente a unos 500 euros), pero no alcanza a percibirlo completo por los descuentos de ley. Solo por el alquiler de la casa en la que vive con dos de sus hijos, su esposa y ocho gatos, paga la mitad de su salario. Julio inicia la conversación diciendo que su trabajo no es fácil y que el tedio ya le hizo olvidar cuándo fue la primera vez que sintió que el mal humor sería su destino.

—En el vivero me acosan por estar sindicalizado. Yo no me quedo callado, si veo una injusticia, la denuncio. Me hacen la vida imposible. Les prohíben a mis compañeros que hablen conmigo, comentan cosas a mis espaldas, como que soy mala influencia, pero yo ya estoy curtido. Voy por la jubilación. Yo nunca he estado en una cárcel, pero el trabajo en el vivero debe de ser muy parecido a una. El patrón me ha dicho varias veces que no me meta en lo que no me importa, pero yo soy artiguista de corazón y siempre respondo: «Con la verdad no ofendo ni temo». Estas empresas usan las leyes del Uruguay como papel de baño. Saben que necesitamos trabajo para no morir de hambre. Pero, bueno, lo primero que voy a hacer cuando salga jubilado es cumplir mi sueño de toda la vida: ir a ver jugar a Peñarol –termina Julio, sentado en el patio de su casa, con su inseparable mate y rodeado por su prole gatuna.

Mariana trae entre sus manos una bolsa de tela blanca con el logo de UPM. Adentro una lapicera verde retráctil con la inscripción «UPM Biofore-Beyond fossils» y una carpeta blanca con un folleto y una revista. El primero lleva como título: «¿Cómo hacemos celulosa?». Contiene el abecé de la producción, desde la explicación de qué es la celulosa, para qué sirve, de dónde proviene y cómo se extrae, hasta los compromisos que tiene la compañía con el medio ambiente para mantener los ríos y el aire limpios. La revista se llama El sorprendente mundo de la forestación. Descubrilo junto a Cami y Facu, es ilustrada y tiene 33 páginas. En la portada, una adolescente y un niño caminan por un bosque acompañados por un pato. Para terminar, el kit viene con una pequeña muestra de celulosa hecha en la planta de UPM de Fray Bentos. Esta bolsa ha sido entregada a miles de niños y adolescentes uruguayos acompañada de una leche achocolatada y un alfajor. «Puro verso, perfecto para convencer y maquillar la realidad», dice Mariana.

Izquierda: Troncos de eucalipto recién cosechados, Beisso, Paysandú, Uruguay. Derecha: Muestra de celulosa entregada por UPM en kits para niños y niñas en las escuelas de Guichón, Paysandú, Uruguay. DAHIAN CIFUENTES

Esta afirmación de Mariana, en realidad, va mucho más allá de la boscosa fábula infantil y el alfajor. A casi 400 quilómetros al sur de Guichón, en Punta Espinillo, a las afueras de Montevideo, Daniel Pena hace un fuego. El campo lo heredó de sus padres y allí está construyendo una casa con sus propias manos. Vive con un perro, un gato y el arrullo de la naturaleza. Lo más hermoso que tiene, dice, es la playa del Río de la Plata a menos de 300 metros. Daniel es sociólogo y docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República. Apenas sobrepasa los 30 años y ya es un referente en investigación medioambiental en Uruguay. El fuego está listo, la noche se ilumina, pero Daniel se deja ir por otra oscuridad, la de la realidad:

—Es gravísima la injerencia que UPM tiene en la educación uruguaya. Por ley, desde que se firmó el contrato, la empresa quedó habilitada para entrar en cualquier nivel del sistema educativo nacional. Eso nunca pasó antes con ninguna empresa, que tuviera permiso para básicamente dar cátedra a propósito de lo que hace y sus intereses. Además, el Estado está obligado a armar planes pedagógicos que respondan a las necesidades que tiene UPM. Todo esto por medio de su fundación, que, además, imparte cursos en zonas rurales muy alejadas, para todas las edades, lo que hace que la gente se sienta agradecida y en deuda con la empresa y se olvide de los deberes que tiene el Estado. UPM está formando gente en el Uruguay o, mejor, la está volviendo obediente para que siga el guion que les conviene a propósito de que la celulosa, por ejemplo, es el futuro del país. Los niños crecen con esa información y cuando estén grandes la van a reproducir no solo porque la escucharon, la leyeron, la memorizaron, sino porque la vieron. La empresa tiene carta abierta para educar a la gente en un país que, paradójicamente, se ha destacado por defender la educación sin injerencias desde hace más de cien años.

Izquierda: Daniel Pena en un pequeño bosque de árboles nativos cerca a su casa a las afueras de Montevideo: “La pastura natural en el Uruguay es como la selva amazónica en Brasil, se está sustituyendo eso por un monocultivo de un árbol de crecimiento muy rápido, que lo que hace es erosionar más el suelo, acidificarlo, pero, además, al absorber tanta agua afecta la capacidad de las cuencas” dice. Derecha: Pequeño bosque con plantaciones de eucalipto. Guichón, Paysandú, Uruguay. DAHIAN CIFUENTES

En su columna titulada «UPM y la enseñanza pública uruguaya» (véase Brecha, 14-VI-19), la investigadora y docente Alma Bolón escribe: «Saltan a la vista las obligaciones que Uruguay asume en materia educativa en “la región de influencia” de la empresa finlandesa: Uruguay está obligándose a organizar y a financiar políticas educativas que, explícitamente, son impuestas por una empresa extranjera ante la cual Uruguay está obligándose a rendir cuentas. Salta a la vista que un Estado soberano no puede firmar un acuerdo por el que acepta renunciar a su propia concepción laica republicana de la enseñanza, en aras de “tener en cuenta y aplicar de buena fe las visiones de UPM”, es decir, de una empresa privada oriunda de otro Estado (en este caso, un Estado cuya religión oficial es la Iglesia Evangélica Luterana) y cuyo interés en Uruguay es, exclusivamente, lucrativo».

A esto se suma la capacidad de la empresa para elaborar eufemismos como «producimos el futuro», un sencillo eslogan que se desbarata con dos sencillas palabras: impacto ambiental. A 15 quilómetros al oeste de Paso de los Toros está Rincón del Bonete, una ínfima población emplazada a orillas de una enorme represa. La zona llamó la atención a finales de 2023 por un arroyo afluente del río Negro cuya vida, según un representante del Ministerio de Ambiente uruguayo, «se extinguió» gracias al derrame de 1 millón de litros de soda cáustica que UPM fraguó intencionalmente por medio de una cañería clandestina.

El suceso tuvo lugar el 16 de agosto de 2023, pero solo fue notificado a la opinión pública 40 días después. Una fuente local que prefiere ocultar su nombre asegura que «pasó más de un mes y nadie, ni siquiera el Ministerio de Ambiente, pudo decir nada hasta que UPM básicamente autorizó la salida de la noticia. En medio del retraso, limpiaron el campo y aprovecharon las lluvias que diluyeron naturalmente el químico vertido en las cuencas aledañas. Después pagó una multa irrisoria de 182 mil dólares, ni una cosquilla para una empresa que factura cientos de millones de dólares al año. Uno se pregunta: ¿de quién es este país?».

Izquierda: Vista aérea de la línea ferroviaria que usa UPM para el transporte de celulosa desde la planta de Paso de los Toros hasta la ciudad de Montevideo. Paso de los Toros, Tacuarembó, Uruguay. Derecha: Vista aérea de camiones con madera argentina lista para cruzar el puente internacional general San Martín hacia la planta de UPM Fray Bentos. Paso libertador San Martín, Entre Ríos, Argentina. DAHIAN CIFUENTES

De acuerdo con el Observatorio del Agua en Uruguay, la empresa no solo destruye y ataca los principales bienes de uso y de vida, como la tierra y el agua, sino que también sustituye las pampas fértiles por monocultivos, gestionando un tipo de erosión futura que ya está arruinando la biodiversidad originaria. Lo que antes eran campos ganaderos y lecheros hoy son terrenos agotados por el eucalipto con poca presencia humana. Según Pena, las migraciones rurales se han acrecentado en los últimos años porque no hay trabajo debido a que las tierras son alquiladas hasta por diez años para forestar: «Desarman tejidos sociales-rurales y empujan a la gente a las ciudades de maneras políticamente correctas, por las buenas del mercado. En Uruguay no se prende fuego las casas de los campesinos, pero se los acorrala y asfixia económica y ecosistémicamente, y así no hay quien aguante».

No obstante, la gente que trabaja en las plantas recibe salarios dignos (muy diferentes a los del vivero), pero a costa de jornadas laborales de hasta 12 horas que fracturan dinámicas familiares, aumentan las depresiones, el alcoholismo y, a la par, impulsan el surgimiento de adicciones a drogas como la cocaína, que activan el cuerpo, eliminan el cansancio y evaden la soledad. UPM usa el discurso de la modernización del campo, pero lo que está detrás es una lógica agroindustrial voraz.

—Lo que hacen es extraer recursos y expulsar a la gente de los territorios. Esta multinacional concentra la riqueza porque controla toda la cadena: desde los viveros hasta que la celulosa sale del puerto de Montevideo. UPM daña suelos, daña aguas, daña subjetividades, daña la salud de las personas y destruye tejidos sociales. Ellos se respaldan con certificaciones internacionales expedidas por empresas privadas. Negocio redondo. Un extrabajador me contó, por ejemplo, que UPM lo obligaba a esconder fauna muerta. Según datos oficiales del Ministerio de Ambiente, UPM tiene 52 multas por transgredir las normas medioambientales del Uruguay: cortar monte nativo, violar ordenamientos territoriales, hacer minería para los caminos en zonas inhabilitadas, derrames, incumplimientos en la gestión de la industria y el uso de agroquímicos prohibidos en casi todo el mundo. Ellos dicen que capturan carbono porque forestan, pero solo tienen en cuenta el período de crecimiento de sus árboles, y no el momento en que se libera carbono porque devastan la pampa nativa. Y la joya: no pagan impuestos porque se ubican en zonas francas. Esto no es soberanía –apunta Pena, al tiempo que sirve un guiso de lentejas.

El otoño sigue abriéndose camino en el campo del noroeste uruguayo. A veces camina encapotado de nubes y otras veces suelta su encantadora estela marrón. La estación va húmeda y más fría que de costumbre. Por todos lados hay agua que gotea, pastos barrosos y superficies gaseosas. Uruguay es soledad. El interior maneja el silencio de un sepulcro que solo es interrumpido por el viento.

La plaza Senaatintori, en el centro de Helsinki, se convirtió en el epicentro de la marcha por el clima que organizaciones medioambientales convocaron el pasado 2 de junio. MARTA SAIZ

VI. EL PAPEL DE LA RESISTENCIA

En el corazón de Helsinki, la emblemática plaza Senaatintori se convirtió en el epicentro de la marcha por el clima que las organizaciones medioambientales convocaron el pasado 2 de junio. Miles de personas de todas las edades desafiaron el cliché de la rigidez finlandesa al inundar las calles de la capital, clamando por una relación más armónica con el planeta. Sin una directriz única, cada pancarta que se alzaba sobre el bullicio expresaba un llamado a reducir las emisiones de carbono, a transformar radicalmente nuestros modelos de producción y consumo, o a intensificar la protección de especies amenazadas y ecosistemas frágiles. A lo largo del camino hacia la plaza Kansalaistori, que une el Parlamento, la Biblioteca Central y las oficinas de UPM, resonaba un grito constante: «Lisää ääntä». Más alto.

«La dependencia económica de Finlandia respecto de la industria maderera, impulsada por subsidios estatales y altos ingresos fiscales, provoca que sea difícil convencer a la gente de que el sistema que nos está aportando tanto bienestar se está construyendo a expensas de la tierra, el trabajo y el medio ambiente en Uruguay.» Janette Kotivirta realiza un doctorado en la Universidad de Helsinki sobre los impactos de la industria forestal finlandesa en Uruguay, razón por la que ha viajado al país para establecer vínculos con las organizaciones y comunidades locales.

«Hay una relación creciente entre los movimientos sociales aquí y en Uruguay. La reducción en la producción debe ocurrir de manera simultánea y en colaboración entre el movimiento social de aquí y el de otros lugares, porque sabemos que hay una tendencia de las empresas del Norte global a externalizar y mudarse al Sur global», denuncia Kotivirta, también activista del movimiento Deuda por el Clima. «Al estar conectados, estamos tratando de avanzar hacia formas reales de justicia ambiental para asegurarnos de que la transición verde en el Norte global no se convierta en un proyecto colonizador en el Sur global.»

Elokapina, la rama finlandesa de Extinction Rebellion, realizó diferentes marchas durante el mes de junio en Helsinki. El propósito de la organización es acabar con las subvenciones estatales perjudiciales para el medio ambiente y que empeoran el cambio climático. BERNAT MARRÈ

Kotivirta volverá en unos meses al país de la pampa y el eucalipto para seguir con su proyecto. Este está tutorizado por Maria Ehrnström-Fuentes, investigadora cuyo trabajo se ha centrado durante más de una década en el análisis de las políticas de responsabilidad social de las empresas, particularmente en relación con las diferentes formas de extractivismo del sector forestal en América del Sur: «Nos han educado para estar agradecidos con el sector forestal. La economía, el bienestar de Finlandia y la educación gratuita que hemos tenido hasta la universidad se construyó con ayuda del sector forestal. Por ello puedo simpatizar con una sociedad uruguaya que cree que esa misma riqueza también se dará en su país».

Ehrnström-Fuentes habla de su país como una sociedad que ha perdido la memoria de lo que el bosque significaba para sus antepasados. «Solo desde hace unos años hemos comenzado a preguntarnos sobre la biodiversidad, la ecología y cómo vamos a restaurar los bosques afectados por la industria forestal en Finlandia. Es difícil discutir esto en una sociedad en la que la mayoría vive de lo que el monte en algún momento le dio.»

Mientras en la historia finlandesa la foresta siempre ha tenido un papel protagonista, en Uruguay ni siquiera existía. «Si un uruguayo visita un bosque de Finlandia, se dará cuenta rápidamente de que no es lo mismo que hay en Uruguay, porque allí lo que hay son monocultivos.» Ehrnström-Fuentes sabe de lo que habla cuando critica la industria forestal. Trabajó en ella al comienzo de su carrera. Era 2004, vivía en América Latina y creía que realmente era un sector favorable con el medio ambiente, hasta que visitó las comunidades en Chile y Uruguay. «Entendí que los conflictos sirven para mostrarnos que el modelo sobre el que estamos construyendo nuestra riqueza, nuestra manera de vivir en los centros urbanos, tiene un alto coste en la destrucción de la tierra, que es invisible para quienes viven del sector.»

En abril de 2023 UPM confirmó la apertura de su segunda planta en Uruguay, a orillas del río Negro, cerca de Paso de los Toros. Esta sería la tercera planta en el país, junto con la fábrica de la también nórdica Stora Enso con su filial chilena Arauco. «Hay que abandonar este modelo de megaplantas de celulosa y plantaciones industriales de árboles que utilizan mucha agua, veneno y degradan el suelo, causando problemas sociales y climáticos», resalta Markus Kröger, investigador sobre desarrollo global y extractivismo forestal en América Latina. «En Uruguay se habla de los planes de expansión de una cuarta fábrica japonesa. En este momento de crisis climática y ecológica, no podemos desperdiciar nuestras aguas y suelos para este tipo de producción no necesaria.»

«Lisää ääntä”. Más alto. Ese fue el lema de la gran marcha medioambiental del 2 de junio en el centro de la capital finlandesa y que finalizó en la Plaza Kansalaistori, que une el Parlamento, la Biblioteca Central y las oficinas de UPM. BERNAT MARRÈ

Tras la apertura de la segunda fábrica de UPM, la activista Kotivirta participó en una acción coordinada entre los movimientos sociales de los dos países, que incluyó los bloqueos de las vías de acceso a la fábrica de celulosa de Kuusankoski, en Finlandia, y en Pueblo Centenario, en Uruguay. «Para comprender verdaderamente el impacto de esta empresa, necesitamos entender el contexto histórico y darnos cuenta de que no se trata de evaluar las acciones individuales de una compañía para determinar si algo es colonialismo o no. Se trata de entender las estructuras globales de explotación. Esta empresa simplemente está aprovechando las condiciones ya existentes, donde la explotación de recursos naturales y el trabajo del Sur global es muy beneficiosa para ellos. Etiquetar a UPM como una empresa colonial nos distrae del problema principal: las estructuras de explotación existen y continuarán existiendo.»

La resistencia local, nacional e internacional puede evitar la expansión de inversiones, tal y como argumenta Kröger. Las empresas, según el investigador, suelen elegir áreas con menos resistencia, como ha sido el caso en Uruguay. «Hay varios casos en los que la expansión de plantaciones de eucalipto se ha reducido debido a resistencias similares. Esto incluye ocupaciones, campañas organizadas políticamente, movimientos sociales y protestas. La interacción con otras organizaciones y movimientos, así como la influencia en las regulaciones estatales, puede marcar la diferencia.»

VII. PAPELES QUE NADIE LEE

En Fray Bentos no hay fronteras con las nubes. Aunque sí con un país: Argentina. El río Uruguay serpentea sus profusas aguas con desánimo. Mayo es una época del año que invita al recogimiento. Empiezan lloviznas, se pone oscuro y la afonía se pega a los cuerpos. El cielo se acaba de golpe y con la noche comienza el desierto de gente. UPM resplandece como una ciudad que no conoce el sueño. Una quimera que prometió volver a poner en el podio de la industria nacional a la ciudad, tal como sucedió en las épocas del Frigorífico Anglo, una de las principales fábricas de productos cárnicos de América del Sur durante las postrimerías del siglo XIX y la primera mitad del XX.

Planta de UPM en Fray Bentos, Río Negro, a orillas del río Urugua. DAHIAN CIFUENTES

Las calles de la ciudad son oscuras y, así, despliegan un dejo de melancolía industrial. Por momentos huele a huevo podrido, pero en un abrir y cerrar de ojos pasa un ventarrón que arrastra el olor. La primera empresa en llegar, dedicada a la producción de celulosa, fue Metsä-Botnia en 2007, pero pasó a los dominios de UPM en 2009. Robert Urgoite, de 39 años, es psicólogo social. Elige el Club Nacional de Básquet para conversar. Ante la pregunta de qué trajo consigo la industria papelera en Fray Bentos, Robert se agarra el mentón, encoge los labios y abre los ojos como si le fueran a echar gotas:

—Increíble pero cierto: desilusión, porque mucha gente se alistó para la supuesta reactivación económica y quebró; desocupación, porque nunca cumplieron con la promesa de trabajo; prostitución, por la proliferación de trabajadores extranjeros varones; narcotráfico, porque las jornadas laborales eran largas al igual que las noches en la ciudad; contaminación, por obvias razones. Resumámoslo en tristeza. Todo esto fue en su momento, cuando el quilombo con los argentinos, que bien desconfiaban de la multinacional y que no solo hicieron protestas, sino que llevaron el asunto hasta la Corte Internacional de La Haya, que después falló a favor del funcionamiento de la planta. Hoy es una fábrica que está y no está. Nadie le da mucha bola. Pasa que hicieron tanta publicidad que la gente o se hartó o se creyó el cuento o simplemente se olvidó. Recuerdo un comercial de esa época: un periodista uruguayo va a Finlandia y bebe un vaso de agua que saca de un lago que está frente a una papelera para demostrar que lo de la contaminación era mentira. Hicieron cualquier cosa para convencer, pero, bueno, ya sabemos que los que más contaminan son los que tienen el discurso ambientalista más fuerte.

María Forte, de 64 años, argumenta lo que ella considera que es el trasfondo de todo: «La planta es una sucursal de Finlandia en Fray Bentos». María lleva su cabello pintado de rubio y mientras habla, intercambia sus manos entre su mate y dos agujas de croché. «Soy ecofeminista, graduada en 2010 por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, y no me quedo callada con nada», dice, y empieza a describir el mismo descrédito social que sobrellevan Mariana y Marcelo en Guichón.

Izquierda: Pintadas en contra de las plantas de celulosa cerca a la frontera con Uruguay, Gualeguaychú, Entre Ríos, Argentina. Derecha: María Forte lleva años abanderando la conciencia ambiental de su ciudad: “Es lamentable que las decisiones del Estado uruguayo hayan sido entregar el país y sus riquezas a los poderes internacionales” afirma. Fray Bentos, Río Negro, Uruguay. DAHIAN CIFUENTES

La casa de María es esquinera y, aunque no queda cerca del río, sabe recibir todo el viento que proviene de la cuenca. «Ese polvito blanco sobre el auto no es tierra, es amoníaco que se desprende de la chimenea de UPM. ¿Sintieron el olor fétido de anoche y esta mañana? No hay que esforzarse mucho para saber de dónde proviene todo eso», comenta.

Para María no todo es un desastre mientras la gente pueda tomar conciencia y organizarse. Ella misma lidera un grupo de ciudadanos de Fray Bentos que permanecen atentos a todo lo que concierne a UPM. «El río era una fuente de alimento importantísima y ahora una no puede comerse nada de ahí. Con decirte que desde 2018 hay un decreto que no permite sacar peces para estudiarlos. Yo pregunto: ¿a dónde van a arrojar todos sus desechos si no es al río? Ellos se cuidan porque saben y tienen mucho poder», continúa María, mientras en una pequeña punta de la costa del río Uruguay, en diagonal a la planta de UPM, señala formaciones de algas verdes brillantes, según ella, contaminación ya mutada con el río.

—¿Y de dónde creen que proviene toda la energía que usa UPM? Ellos mismos la producen con nuestra agua y como producen tanta, los sobrantes los compra el gobierno uruguayo, que está obligado a hacerlo por contrato. Es de no creer: vienen de afuera, usan todo lo que hay y tras del hecho nos venden las sobras de lo que exprimen y se llevan. Eligieron Uruguay porque nadie los controla, y, bueno, tampoco es que aquí haya mucha tecnología disponible y de fácil acceso para medir cosas como la contaminación que generan los agrotóxicos en la sangre de las personas. Entregaron el país y el Estado es cómplice. Riqueza ambiental, debilidad institucional y zonas francas a lo largo y ancho del país fue lo que los trajo. Debería declararse un delito ambiental –detalla María, mientras presenta el barrio finlandés de Fray Bentos, una fotocopia exacta del de Paso de los Toros.

El vacío es profundo y despiadado. Las pocas personas que transitan la noche fraybentina se caen hacia adelante en lugar de caminar. Hay garúa. Del río Uruguay no llega ningún sonido, pacífico y silente sigue su curso. Los pastizales a su alrededor, inundados por las últimas lluvias, se agitan marchitos con el viento mojado. Ver la luna brillar sobre los camiones atiborrados de troncos recién cortados que entran a la planta deja la sensación de naufragio. «Al río lo están matando, pero sus consecuencias solo se verán por ahí en 30 o 40 años, cuando ya no se pueda hacer mucho. Hay que resistir y promover diálogos para contrarrestar esta violación de nuestras propias leyes que dan a las empresas lo que ellas piden y ordenan también. En otras palabras, la colonización del país», dice María, que, en medio de sus licencias, es una de esas personas que sabe decir casi siempre lo correcto. Ella resiste para no derrumbarse ante la nueva realidad: ayer colonizaban con ejércitos, hoy lo hacen con empresas.

Campo recién cosechado en las inmediaciones del Vivero Santana en Guichón, Paysandú, Uruguay. DAHIAN CIFUENTES

—De cualquier manera, hay que agradecer que en Uruguay todavía se puede hablar de esto. Lo que hacemos nosotros y cómo lo hacemos no se puede hacer en el resto de América Latina. En Brasil, en Colombia o en México, ya estaríamos muertos. Una compañía que gana un promedio de millón y medio de dólares diarios ya nos habría hecho sufrir un accidente misterioso –detalla Víctor L. Bacchetta, antes de dar el último sorbo a su café cortado.

VIII. PAPELÓN

«Con Víctor Bacchetta tenemos la mejor de las relaciones al igual que con las comunidades en donde trabajamos. Nosotros en Uruguay permanecemos abiertos a todo y es prioridad el diálogo y la ayuda. Nos hemos especializado en ser los primeros de la clase para no descuidar nada. Estamos comprometidos con mejorar y hacer cada cosa de la mejor forma posible, con el medio ambiente cumplimos todos los requisitos y regulaciones que nos proponen, socialmente tenemos proyectos interesantes y somos fuente de trabajo, pero hay cosas que no podemos controlar, como el consumo de droga de la gente o la prostitución, que, por ejemplo, es algo que existe desde hace siglos», dice Matías Martínez, con una sonrisa más grande que la de Luis Suárez cuando marca un gol. Matías es el gerente sénior de comunicaciones de UPM Uruguay, vive en la ciudad de Durazno, 64 quilómetros al sur de Centenario, y habla rodeado por un fondo de pantalla que muestra un despoblado librero y dos frondosas plantas verde esmeralda.

Ahora bien, mientras el 2 de junio la sociedad civil y organizaciones ambientales marchaban en Helsinki, en Uruguay, la revista Verde, publicación especializada en negocios de la tierra y el agro, sacaba a la luz pública una noticia: «Empresa japonesa Oji Holdings Corporation, una de las líderes de la industria mundial de pulpa de celulosa y papel (que tiene campos forestados en países como Brasil, Australia, Canadá, China, Nueva Zelanda, Indonesia, Vietnam, entre otros), sacudió el mercado de campos con la compra de 41.289 hectáreas, por 287.598.326 dólares, en los departamentos de Tacuarembó y Rivera». La noticia, casi desapercibida, habría tenido un poco más de elocuencia en alguna sección de obituarios bajo un título como: «Se viene una nueva planta de celulosa».

El 5 de marzo de 2024 Marianella salió del Teatro Nacional de Helsinki. Minutos antes había sido ovacionada por el estreno de su obra. Varias personas la abordaron para felicitarla y, en una expresión física casi imposible en Finlandia, una directora de cine la abrazó enérgicamente y le susurró al oído: «Siento mucha vergüenza de ser finlandesa». Se había roto la cuarta pared: lejos de un simple encantamiento, el público finlandés ya estaba fusionado con las escenas uruguayas.

***

Nota: un día antes del cierre de esta investigación se contactó vía WhatsApp a Raúl Viñas, integrante del Movimiento por un Uruguay Sustentable, para corroborar una información recibida desde Centenario en la que se afirmaba que había ocurrido una filtración de residuos líquidos en un arroyo local: «Sí, hubo otro derrame y, como pasó la vez anterior, el Ministerio de Ambiente escondió la información. El derrame fue el 18 de junio, pero solo un mes después, el 19 de julio, se pronunció. Estamos mal con esto. “Hablamos cuando pudimos” fue lo que dijo el ministro de Ambiente de Uruguay, Robert Bouvier, sobre el derrame anterior. Lo que dicen es que no es misión de ellos informar, a lo que nosotros contestamos: entonces, ¿quién informa? ¿No será que UPM es la que le dice al gobierno si puede o no hablar, qué decir, cómo y cuándo?».

* La investigación fue producida por la revista Late (revistalate.net), con el apoyo de Journalismfund Europe, y contó con la colaboración en Finlandia de Lotta Närhi.

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