La noche del miércoles, mientras Brecha conversaba sobre Vidart con Mauricio Rosencof, Alicia Castilla, compañera del antropólogo, explicando que este venía hacía meses sufriendo una constante hematuria, subió a la web la “Carta a mi sangre” que Vidart escribió. Después de adularla como sólo él sabía, y admitiendo mansamente que llegaría el fin, le pedía a la “madre de todas las vísceras” que mantuviera “la forma de estas manos […] que procuran/ transformar el mundo en el lugar de todos”.
El martes falleció Vidart, y desde que por su cuenta de Facebook se confirmó la noticia, se viene componiendo un obituario multitudinario. Ningún medio parece haberse salteado la despedida, y además están las de las redes.
Vidart ya estaba viejo cuando estas se instalaron en la vida cotidiana, pero él no tardó nada en agenciarse una cuenta y ponerse a teclear, seducido otra vez por lo nuevo, con ese fervor por la conversación que siempre fue su signo.
Siempre había sido amigo, también, del párrafo infinito, y siempre había apreciado ciertas formas en el trato que no todos sus nuevos interlocutores cultivaban. Alguna vez se enojó, bloqueó alguna cuenta. Pero no desmayó. Se reinventó otra vez.
“¡Lo hizo de nuevo!”, decía hace unos meses el antropólogo Marcelo Rossal a Brecha, cuando Vidart recibió el Gran Premio Nacional a la Labor Intelectual y fue oportuno repasar el número de las metamorfosis por las que había pasado el joven ensayista de las páginas del suplemento “en huecograbado” de El Día antes de devenir en nonagenario influencer.
Ahora las redes difunden una multitud creciente de obituarios que recobran fragmentos de su vida desde sensibilidades extraordinariamente diversas. La avalancha confirma el cariño, y aunque ya desafía la síntesis, siguen faltando cosas que añadir.
“Esta parte es poco conocida, fijate que no la enumera nadie”, decía en la noche del miércoles Mauricio Rosencof a Brecha, que le preguntaba por los días en que Vidart era dirigente del Movimiento de Independientes 26 de Marzo, expresión política del Mln en los días del nacimiento del Frente Amplio.
“El Mln fue un movimiento político en armas”, subrayó el escritor, que entonces integraba la dirección de la organización. “Pero siempre atendimos –era una presencia indispensable– la política legal”, dijo Rosencof, a quien se ha señalado precisamente como impulsor de esa política.1
El 8 de abril de 1971 el 26 de Marzo firmó su declaración constitutiva. Su primera dirección la integraron intelectuales como Vidart, Mario Benedetti, Domingo Carlevaro y militantes sindicales del Mln, como Kimal Amir, Ruben Sassano y Washington Rodríguez Belle-tti. Aquello tuvo fuerza. Pueden haber sido la mitad de la militancia en los comités de base frenteamplistas de los barrios de la costa este de la capital. Se habla de entre 6 mil y 10 mil militantes: Íbero Gutiérrez, muchos estudiantes, muchos trabajadores bancarios.
“Entonces se saca el diario La Idea, que tenía un consejo editor en el que estaban Zelmar Michelini, Héctor Rodríguez, Mario Benedetti”, recordó Rosencof. “Y sacamos una revista de pensamiento, ideológica, que se llamó Cuestión. El nombre se lo puso Daniel, que siempre tuvo la dirección, hasta que la cerraron. Venía de aquello de que ‘la cuestión es entre la libertad y el despotismo’, la frase de Artigas”, se acordaba Rosencof, que entonces se llamaba también Leonel.
“Nosotros teníamos otras actividades, en fin. Como chiflando y comiendo gofio. Y había que exponer un programa de Cuestión, así que le pedí: ‘Daniel, hacete un programa’. Y se mandó dos páginas de programa político que eran… intocables.”
En la página web Anáforas (el repositorio digital que lleva adelante la Facultad de Información y Comunicación de la Udelar) están disponibles 13 números de la revista. También el primero, publicado el 17 de marzo del 71, antes de la constitución del 26 de Marzo, y que es casi monográfico: están las dos páginas de presentación que encargó Leonel e, introducido por otro texto que también huele a Vidart (“A propósito de los derrotados”), el diario que Inti Peredo escribió mientras formaba parte de la guerrilla boliviana del Che. “Cuestionamos la estabilidad con que se quiere sacramentar las tiranías de nuestro tiempo”, afirmaba Vidart en la presentación. Las páginas querían convocar especialmente a jóvenes “universalistas e internacionalistas”,pero advirtiendo que “contemplaremos al universo circundante desde un sitio concreto, culturalmente compartible, históricamente comprensible, simbólicamente accesible”. “Nuestro lenguaje será el viejo y fácil lenguaje del pueblo oriental”, prometía.
En esos días fue que Vidart le contó a Rosencof un sucedido que su muerte le ha hecho “muy presente”. Ocurrió en la infancia del antropólogo, en la estancia de Burcuyapí, en Paysandú. Tiburcio, un charrúa viejo, rescatado de la ira del vecindario por un abuelo de Vidart, que era juez, se había aquerenciado después en esas casas. Atada al cuello con un tiento, Tiburcio llevaba una bolsita hecha con un buche de ñandú, y se estaba muriendo. Pero no pudo hacerlo hasta que logró que intercediera la abuela María, que, aflojando el tiento, echó al viento la pluma de caburé que la bolsita escondía.
La tarde del miércoles Brecha oyó un “chisme” académico. Se narraba que, siendo dirigente del 26 de Marzo, Vidart citó al historiador José Pedro Barrán en el Sportman, que sin duda herviría de “tiras”. Le dijo que había leído y releído Historia social de las revoluciones de 1897 y 1904, el cuarto tomo de la historia rural que Barrán venía escribiendo con Benjamín Nahum, publicado en setiembre de 1972. Le confesó que al cabo de esa lectura no le cabía ninguna duda de que Barrán tenía que ingresar al “movimiento”. Vidart se ofrecía para hacer el vínculo.
“Bueno, yo te podría invertir los términos”, soltó Rosencof, mientras se empezaba a reír. “Barrán podría reclutar a Daniel. Mirá la respuesta que te doy. Eran dos parejeros que… Podían decir, como en el tango: ‘Qué falta que me hacés’.”
1. Lo hace, por ejemplo, Alain Labrousse, en Una historia de los tupamaros. Fin de Siglo, Montevideo, 2009.