Después de 26 años de historia, parecía que la existencia del CeDInCI de Buenos Aires, con sus grandes colecciones de libros, revistas, periódicos, afiches y archivos, con su reconocimiento internacional, con su nueva sede céntrica, con sus portales digitales, estaba definitivamente asegurada. Pero, como sabemos desde hace ya tiempo, todo lo sólido corre el riesgo de disolverse en el aire. Y hoy el CeDInCI está en riesgo.
Hasta 1998 los investigadores latinoamericanos que queríamos estudiar las colecciones de prensa obrera de fines del siglo XIX y comienzos del XX, o las revistas que dejaron huellas en nuestra cultura, o los manuscritos inéditos de nuestros escritores, debíamos costearnos una estadía en alguna de las grandes bibliotecas del primer mundo. Si bien la Biblioteca Nacional de Uruguay cumple una meritoria labor (su portal de publicaciones periódicas es ejemplar en el continente), quienes tuvimos la fortuna de viajar comprobamos que el patrimonio documental de los países de nuestra región estaba mejor preservado en las grandes bibliotecas imperiales que en nuestras bibliotecas nacionales.
En 1998 un puñado de investigadores de la Universidad de Buenos Aires partimos de la base de que ese patrimonio documental desatendido por el Estado, privatizado por el coleccionismo o enajenado por la demanda de los centros imperiales, constituía un bien común. Y creamos el CeDInCI sobre la base de la puesta en común de ese patrimonio. Sin recursos financieros, sin patrocinadores comerciales, sin padrinazgos políticos, convocamos a hombres y mujeres de la sociedad civil a donar los «tesoros» documentales que estuvieran en sus manos, a confiar en un espacio común, una institución que se comprometía a recibirlos y se obligaba a preservarlos y a ofrecerlos sin restricciones a la consulta pública. Contra cualquier pronóstico realista, esta axiología de dones y contradones pudo nacer en el contexto de la cultura neoliberal de los años noventa y se prolongó en las dos décadas siguientes, atravesando crisis y tempestades.
Gracias a la respuesta generosa de la sociedad civil, el CeDInCI logró reunir uno de los mayores y más ricos acervos históricos de nuestro continente. En 2015 el Programa Memoria del Mundo de la Unesco reconoció su antigua colección de prensa obrera del Cono Sur como «patrimonio cultural de América Latina». Tres años después, el CeDInCI recibía el premio Konex como una de las diez instituciones argentinas destacadas de la última década. En abril de 2022 conquistó finalmente su sede propia, en el centro porteño, gracias al apoyo de la fundación Ebert.
Sin embargo, estos logros no impiden que el vendaval neoliberal amenace al CeDInCI. Como sabemos, el neoliberalismo es una vasta empresa de apropiación no solo de los recursos naturales de un país, sino también y sobre todo de las condiciones sociales, políticas y culturales de la vida en común. La fabulosa transferencia de recursos materiales en beneficio de los poderes económicos más concentrados viene acompañada por la desarticulación de cualquier forma de lo público (sea la educación pública, la salud pública, el transporte público) y por la erradicación de la agenda social de cualquier debate sobre las formas de regulación que puede darse una sociedad. El neoliberalismo se propone despojar a las personas, a las colectividades y a los grupos de cualquier control, de cualquier toma de decisión sobre sus propios destinos, en pos de una sociedad atomizada en individuos posesivos y competitivos, librados al automatismo del libre mercado.
En este marco y a pocos días de cumplir 26 años de vida, el CeDInCI acaba de ver acrecentados sus gastos edilicios y, a su vez, reducidos drásticamente sus recursos económicos y su equipo de trabajo. Las políticas de ajuste que lleva adelante el gobierno nacional eliminaron incluso el módico subsidio del Ministerio de Ciencia y Tecnología (hoy ya ni siquiera existe el ministerio). Al mismo tiempo, el costo de los impuestos municipales y de los servicios que corresponden a su sede se incrementaron de modo exponencial. Y, a pesar de que nuestro centro recibe una demanda creciente de consultas, su equipo de trabajo –sostenido gracias a un convenio celebrado hace 13 años con la Universidad Nacional de San Martín– se redujo de pronto a la mitad.
La existencia del CeDInCI está en riesgo. En momentos en que la preservación del patrimonio documental argentino está amenazada y la cultura de izquierdas –que desde fines del siglo XIX nutrió las luchas de nuestros pueblos– aparece fustigada por el discurso oficial, creemos que la misión del CeDInCI permanece más vigente que nunca. Un eventual cierre del CeDInCI implicaría volver a los tiempos en que el acceso a las colecciones documentales estaba restringido a los pocos que podían viajar a las grandes bibliotecas del primer mundo.
Por eso el CeDInCI está haciendo un llamado a todas las instituciones educativas y culturales dispuestas a celebrar acuerdos de cooperación que nos ayuden a ampliar nuestro equipo de trabajo. Una serie de reconocidos investigadores de diversos países (Silvia Federici, Enzo Traverso, Daniel James, Bruno Groppo, Pablo Yankelevich, Pierre Salama, Arturo Taracena, entre muchos otros) acaban de crear una asociación internacional, Amigos del CeDInCI, invitando a profesores, estudiantes, intelectuales y activistas de todo el mundo a apoyar nuestra labor, allí donde estén y así sea con un mínimo aporte mensual. Los que deseen mayor información pueden acudir a nuestro sitio web.
El cierre del CeDInCI sería un triunfo de la razón privatista y una derrota de la puesta en común del patrimonio colectivo.
* Horacio Tarcus es doctor en Historia, investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, director y fundador del CeDInCI. Su último libro es Las revistas culturales latinoamericanas (Tren en Movimiento, Buenos Aires, 2022).