Desde el ataque de Hamás del 7 de octubre, las represalias israelíes han desatado niveles asombrosos de destrucción (al cierre de esta edición, el número de muertos palestinos supera los 20 mil, los desaparecidos son 8 mil, más del 60 por ciento de las viviendas en Gaza han sido destruidas o dañadas y 1,8 millones de gazatíes han sido desplazados por la fuerza1). Estados Unidos ha enviado dos portaviones y varios destructores a la región, junto con personal militar especializado, para fortalecer la posición de su aliado y prevenir cualquier posible intervención de Irán o Hezbolá. Este último actor se ha enzarzado ojo por ojo, diente por diente con Israel en su frontera septentrional, que se extiende a lo largo de 100 quilómetros desde el área de Naqoura, en el oeste, hasta las Granjas de Shebaa, situadas en la frontera sirio-libanesa en los Altos del Golán, en el este, lo cual ha obligado al Ejército israelí a mantener un elevado número de unidades profesionales estacionadas en la zona, así como a garantizar la disposición de las fuerzas aéreas y las defensas antimisiles. La posible escalada de este conflicto localizado constituye ahora uno de los principales interrogantes para la región y para el resto del mundo.
Lejos de ser una marioneta de Teherán, Hezbolá debe comprenderse como un poderoso partido político pertrechado de una fuerte milicia y dotado de una influencia significativa en varios países más allá de su Líbano natal: Siria, Irak, Palestina y Yemen. Sus dirigentes y la mayoría de sus bases se consideran parte de la constelación transnacional que debe obediencia religiosa al líder supremo iraní. Pero Hezbolá no actúa de acuerdo con las órdenes y mandatos de Irán y constituye ella misma una instancia decisoria en la estrategia iraní en Oriente Próximo. La última palabra sobre sus políticas la tienen el secretario general Hassan Nasrallah y sus cuadros. Su relación con Irán es la de socios, no la de auxiliares.
Hamás también tiene un alto grado de autonomía y lanzó su ataque del 7 de octubre basándose en sus propios cálculos políticos y no en los de Irán o Hezbolá. Decidió que las políticas aplicadas por el gobierno israelí y su población de colonos –ocupación indefinida y anexión gradual– habían alcanzado un punto de inflexión en el que la inacción resultaría fatal. Esta decisión se basaba en una evaluación más amplia de las transformaciones geopolíticas que se están produciendo en Oriente Próximo. La normalización de las relaciones entre Arabia Saudita e Israel estaba prevista para finales de año. Se vislumbraba un acuerdo entre Irán y Estados Unidos. El propuesto corredor económico India-Oriente Medio-Europa, que promete fortalecer la centralidad de los Estados del Golfo en la economía mundial, se estaba convirtiendo rápidamente en una realidad. En vista de todo ello, la «comunidad internacional» se preparaba para marginar aún más la causa palestina y resucitar a la Autoridad Palestina como alternativa flexible a Hamás. Estas dinámicas internas y externas convencieron a la organización de que tenía que actuar o aceptar una muerte lenta.
Es casi seguro que Hezbolá no tenía conocimiento previo del ataque consiguiente. El partido libanés coincide con Hamás en muchas cuestiones y lleva años ayudándole con dinero, armas y asesoramiento táctico, aunque sus posiciones geopolíticas no siempre están alineadas (por ejemplo, estuvieron en bandos opuestos en la guerra civil siria). Parece que el acto de desesperación de Hamás –desencadenar un conflicto con el objetivo de reactivar la lucha anticolonial palestina y mantener su relevancia política– no tendrá un efecto dominó directo sobre Hezbolá. Al menos no por el momento. Al lanzar ataques limitados a través de la frontera meridional del Líbano, Hezbolá está señalando su disposición a abrir un segundo frente si la pulverización de Gaza llega a un punto que el partido ya no pueda tolerar. Sin embargo, esta forma contenida de compromiso también le da espacio para reevaluar continuamente la situación, considerar sus opciones y determinar sus próximos movimientos.
En la actualidad, las cuestiones a las que se enfrentan las fuerzas de Nasrallah son las siguientes: si entraran en una guerra total con Israel (y posiblemente con Estados Unidos), ¿serían capaces de detener la invasión israelí de Gaza y la masacre de decenas de miles de palestinos?, ¿se arriesgarían a diezmar Líbano e infligir un daño tremendo a la base de apoyo de Hezbolá?, ¿perderían miles de combatientes y la mayoría de sus armas?, ¿pondrían en peligro los logros del «eje de la resistencia» operativo en Siria, Irak y Yemen?, ¿qué ganarían con esta arriesgada actuación? Las respuestas pueden cambiar en cualquier momento. La estrategia óptima de hoy podría quedar obsoleta mañana, pero por el momento parece que esta es la guerra de Hamás, no la de Hezbolá.
Las opciones de Hezbolá –mantener las hostilidades con Israel en su nivel actual, intensificarlas o reducirlas– se rigen por tres variables determinantes. La primera es la situación en Gaza. Aunque las posibilidades de su cumplimiento son muy inciertas, Israel se ha puesto como objetivo aniquilar a Hamás in toto y ha recibido luz verde para cometer un genocidio en pos de lograrlo. Si Hamás es capaz de prolongar los combates, infligir daños significativos al enemigo y frustrar una total victoria israelí, entonces Hezbolá ganará importantes puntos políticos con sacrificios mínimos, simplemente manteniendo a Israel distraído en su frente norte. El partido podría así evitar los peligros de la escalada y mantenerse con vida para librar otra guerra en un momento más propicio.
La segunda variable es la base de poder de Hezbolá en Líbano, que, junto con la mayoría de la sociedad libanesa, apoya a los palestinos, pero duda sobre una guerra con Israel. Saben muy bien que, además de haber perdido sus ahorros en la crisis bancaria libanesa de 2019-2020, un asalto israelí amenazaría sus hogares y lo que queda de su vital infraestructura nacional. Hezbolá es, comprensiblemente, reacio a poner en peligro y alienar a este electorado. La última variable es Irán y sus intereses, incluido su reciente acercamiento diplomático a Arabia Saudita y las delicadas negociaciones en curso con el gobierno de Joe Biden sobre tecnología nuclear y el alcance de las sanciones estadounidenses. Los dirigentes iraníes saben que ambos aspectos se verían alterados por un conflicto regional de gran envergadura, de ahí la cautela del presidente Ebrahim Raisi y sus continuos contactos con el príncipe heredero saudí.
Sin embargo, a medida que la máquina de matar de Israel siega la vida de miles de palestinos, cada uno de estos factores podría cambiar. Si Hamás parece estar en peligro existencial, el cálculo para Hezbolá puede ser diferente, ya que la pérdida de este aliado podría envalentonar a Israel para atacar después a su adversario libanés. En cuanto a los libaneses, no está claro si seguirán dando prioridad a sus hogares y bienes en medio de la proliferación de imágenes de cadáveres palestinos. ¿Estarán dispuestos a sufrir junto con los palestinos? También los iraníes podrían tener que volver a considerar el equilibrio entre sus intereses materiales inmediatos y sus compromisos nominales con la liberación palestina. ¿Serán capaces de sentarse cara a cara con funcionarios estadounidenses mientras estos vitorean la inmolación de Gaza? ¿No enviaría esto una señal equivocada al resto de sus aliados de la región, esto es, que el apoyo iraní es voluble y poco fiable?
Si la situación en Gaza se deteriora hasta el punto de que Irán dé carpetazo a sus negociaciones con Estados Unidos, si se agrían definitivamente las relaciones de los Estados del Golfo con Israel y si las bases de Hezbolá se convencen de que el partido no está haciendo lo suficiente por Gaza, entonces todo ello podría convertirse en un detonante para que Hezbolá intensifique su participación en el conflicto. Del mismo modo, si Israel decide atacar a la población civil libanesa y causa víctimas importantes, no cabe esperar que Nasrallah se quede de brazos cruzados. Para Hezbolá, la intervención militar es siempre una estrategia política basada en la aritmética de las pérdidas y las ganancias y en el complejo campo de sus aliados e intereses. Su próximo movimiento no se decidirá por la influencia iraní o la ideología islamista, sino por las exigencias del pragmatismo.
1. N. de E.
(Publicado originalmente en New Left Review. Traducción de El Salto.)