Concluida la dictadura, Marcha y su legado se balanceaban entre dos perspectivas. Una, la del deslumbramiento en el recuerdo de sus gravitantes y reinsertados contemporáneos; otra, la reluctancia de los más jóvenes que buscaban espacios que imaginaban obturados por sus prestigiosos ancestros. No era fácil situarse dentro de la primera posición sin caer en la desconfianza ante las nuevas ideas ni, complementariamente, acercarse a éstas sin pensar en que otras eran las soluciones para un país erizado de graves problemas. Estaba claro que Marcha había compendiado textos y autores decisivos sobre distintas áreas del saber. El fenómeno era único aquí y donde fuera y, por lo tanto, se ofrecía atractivo para quien se animara a enfrentarlo.
En 1992 Carmen de Sierra, exiliada en Francia desde el co...
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