El pueblo sin Carlos Pilo - Semanario Brecha
Una despedida

El pueblo sin Carlos Pilo

Carlos Pilo. SANTIAGO MAZZAROVICH

Ayer, jueves 1 de agosto, a las 15.30, me anunciaron que ha muerto Carlos Pilo. Los excompañeros de Brecha, generosamente, me ofrecieron este espacio para despedirlo y recordarlo, pero la dinámica del cierre exige premura, así que aquí van estas pocas líneas escritas contrarreloj, nacidas de la emoción de un abrazo imposible.

Debe haber muchos y muchas como él en Uruguay, pero Carlos era único. Emblema de todo un barrio, fue estandarte de todas las luchas de La Teja, en las asambleas, en la calle, en las canchitas de fútbol. Estuvo en el exilio, estuvo preso en el Penal de Libertad en democracia como consecuencia de acciones políticas y allí nos conocimos, cuando lo fuimos a visitar junto con Héctor Luna, colega de Brecha en ese entonces.

Fue él quien me alertó sobre los extraños resultados de exámenes de sangre hechos a niños y niñas de La Teja: daban presencia de plomo. Pilo se convirtió en el referente del inédito movimiento social que se enfrentó a las autoridades municipales de la época, a las jerarquías del Ministerio de Salud Pública, informó a la prensa nacional sobre la contaminación con plomo, sacudió al Parlamento para que se legislara al respecto, desafió al gobierno para que se eliminara la nafta con plomo y consiguió que se realojara a las familias que vivían sobre terrenos contaminados, entre otras muchas acciones.

Recibió el Premio Ambiental Montevideo 2004, pero –me consta– disfrutó mucho más cada 5 de junio sirviendo chocolate caliente y una torta frita a los niños y las niñas de La Teja que acudían en masa a recorrer stands y exposiciones informativas sobre el tema.

En la modesta barraca de leña con la que se ganaba la vida se expresaba su sensibilidad. Junto a las grandes pilas de astillas que estoqueaba, Carlos tenía un vivero de árboles que cuidaba primorosamente y regalaba los retoños a quien se lo pidiera. Alguna vez me confesó que se sentía culpable de mantener una actividad que había iniciado siendo aún joven, pero que le proporcionaba el sustento para su familia.

Cuando se inauguró el primer complejo de viviendas en el que se instalaron los recién realojados por el plomo, los vecinos le dieron la sorpresa de haber bautizado a su centro comunal Carlos Pilo. Protestó. Pidió que le cambiaran el nombre. Pero no hubo caso.

Y es que Carlos era «genéticamente» anarquista. Obrero gráfico, linotipista y referente en la imprenta cooperativa de la Comunidad del Sur anterior a la dictadura, valiente, frontal, inteligente y poseedor de una vasta cultura que usaba con sentido de arrabal.

Fue el corazón de la comisión Vivir sin Plomo, que durante más de seis años luchó en favor de las niñas y los niños contaminados con plomo. Y no solo en La Teja. Visitó varias localidades del interior desde las que llegaron denuncias sobre presencia de plomo en el ambiente.

Estas pocas pinceladas no alcanzan, obviamente, para abarcar la riqueza y la complejidad de la personalidad de Carlos Pilo. Su nombre quedará estampado en la mejor historia de La Teja. Su ausencia es ahora una hermosa y gran bandera que será, seguramente, retomada por muchos y muchas.

¡Hasta la victoria siempre, compañero del alma!

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