Hay muchas maneras de recordar a María Esther, de homenajearla, de recuperar su legado y de intentar impulsarlo hacia el futuro. Invocar y convocar a la compañera de carne y hueso con la que nos encontrábamos en la redacción puede ser una. Intentar recuperar el impacto que nos provocó descubrir su trabajo en estas mismas páginas, otra. Recorrer su vida, tan novelesca, otra más. Sin embargo, a mí, que la traté tan poco, de repente me empezó a venir como una rabia.
No sé bien de dónde salió esa rabia, pero después que apareció ya no se fue. Seguía leyendo sus notas y libros, creía que por fin me había librado de ella y de repente ahí estaba de nuevo. Hasta que un día me di cuenta de que lo que me pasaba era que no quería que María Esther siguiera contando anécdotas maravillosas en sus entrev...
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