El ritmo recobrado - Semanario Brecha

El ritmo recobrado

Margarita Mortarotti. Colección del MNAV. Hasta el 25 de febrero.

Margarita Mortarotti. Colección del MNAV.

Agradable sorpresa provoca esta revisión de una artista descuidada por la historiografía local.1 Margarita Mortarotti (Montevideo, 1926-1985) perteneció a la promoción de creadoras nacidas en los años veinte del siglo pasado que irrumpieron en la escena artística local con gran fuerza en los años cincuenta, pero a diferencia de otras colegas de su generación (Leonilda González, Gladys Afamado, Hilda López, Teresa Vila, Adela Neffa, Elsa Andrada, Eva Olivetti, Linda Kohen) no estuvo estrechamente ligada a ningún grupo de difusión y repartió su obra en grabado, en su etapa más fecunda, entre Uruguay y Brasil (en ese sentido tiene algún punto de contacto con la pintora aún hoy muy activa Linda Kohen).

Se había formado en la Escuela Nacional de Bellas Artes con Berdía, Cuneo y José María Pagani, y en grabado con Adolfo Pastor. También asistió a principios de los años cincuenta al taller del pintor Miguel Ángel Pareja y cursó historia del arte moderno en los famosos seminarios dictados por el teórico argentino Jorge Romero Brest. Incluso tuvo una formación en cerámica con Marco López Lomba, todo lo cual podría darnos indicios de su especial forma de tratar el color. Hacia 1958 obtiene la beca Itamaratí para estudiar grabado en metal en el Instituto de Bellas Artes de Rio de Janeiro bajo la dirección de Iberé Camargo. En la información que proporciona la muestra se lee: “Debiéndose ausentar el profesor Camargo por razones de su actividad artística, a principios de 1959, deja su atelier para trabajar libremente a la artista y a Oswaldo Goeldi”. Al año siguiente obtiene una subvención de la Universidad de la República para estudiar grabado en metal con Johnny Friedlaender.

Las 14 obras que se exhiben en la sala 1, a la entrada del museo, son en su mayoría de esta época, de fines de los años cincuenta, salvo una hermosa serigrafía del año 1962 y alguna pieza temprana de 1954. Pertenecen al acervo del museo y han sido escogidas de tal forma que ninguna desentona, pese a las diferencias de estilo y de técnicas (serigrafía, aguafuerte, aguatinta y dos dibujos a tinta).

Se trata de composiciones levemente figurativas –personas, fruteros, edificaciones– pero en las que prima una noción del ritmo muy acentuada que recuerda por momentos ciertas soluciones del cubismo sintético, en el sentido de estimular una yuxtaposición de planos con gran elegancia y precisión en el uso del color. Para las dos tintas monocromas, esa misma delicadeza se traspone al manejo de las texturas y las intensidades en los tonos de grises.

Hacia 1961, Margarita es becada por el Museo de Arte Moderno de Rio de Janeiro “y trabaja en forma independiente hasta mediados de 1963, cuando es sometida a una delicada intervención quirúrgica que le imposibilita trabajar durante unos años”. Al cabo de los cuales, cabe agregar, la artista retoma una obra de poderoso brío por la que se le reconoce y se le otorgan diferentes premios (premio Blanes), así como participaciones en bienales y exposiciones en el exterior como La Habana en 1967, Quinta Exposición de Artes Gráficas, Florencia en 1968, Exposición Nacional de Bellas Artes en el Museo de Arte Moderno, Buenos Aires en 1969 y Porto Alegre en 1970.

La cuidada selección del Mnav nos ofrece un momento histórico particular –casi una instantánea– dentro de un proceso creativo mayor, pero en cuyos ribetes alcanzamos a reconocer a una artista de una fineza notable. Sin aspavientos, se puede afirmar que Mortarotti pertenece a esa clase de artistas que logran que lo complejo parezca simple. Ese poder de síntesis, esa armonía de color y de forma, de cadencias, es, sin embargo, una rareza, y una especie de remanso visual en el tórrido verano de la ciudad.

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