La decisión de Uruguay de retirarse del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (Tiar), un histórico acuerdo continental de defensa mutua, se precipitó luego de la reunión en la que se resolvió activar el mecanismo para habilitar acciones colectivas de los países americanos con relación a la crisis venezolana. Uruguay fue el único que votó negativamente.1 El canciller Rodolfo Nin Novoa consideró inapropiada la activación del Tiar porque significa un paso más en el camino hacia una “intervención armada” en Venezuela.
La ilegalidad: una mancha más al tigre. La invocación del Tiar supone un elemento más de opacidad en la presión que tanto Maduro como la oposición liderada por Guaidó periódicamente introducen al conflicto venezolano, en estrecha coordinación con potencias extranjeras y socios regionales. Vale la pena destacar dos elementos cuestionables, entre varios. Por un lado, la fundamentación de la resolución, en la que, además de las graves violaciones de derechos humanos que acontecen en Venezuela, se mencionan “la corrupción” y “el narcotráfico”. Resulta tan ridículo como peligroso pensarlas como causas suficientes para activar un acuerdo de defensa.
En segundo lugar, el procedimiento fue antecedido por un dudoso trámite de reingreso de Venezuela al tratado, gestionado por un presidente en interinato extendido y una asamblea legislativa impugnada. A esta altura resulta ocioso profundizar en la legalidad y la legitimidad per se, pues todas las partes han tornado estas dos condiciones en márgenes flexibles, pero no deja de ser pertinente su mención.
Es interesante analizar el significado de este paso y entender cómo ayuda a delinear el escenario geopolítico regional y su inserción en las tensiones mundiales (aspecto de creciente importancia en la evolución de la crisis venezolana). La activación del Tiar asume una gravedad extrema al avalar una intervención colectiva (y eventualmente armada) de los países americanos en Venezuela. Además de la violación de la soberanía venezolana, se abordan a continuación dos elementos geopolíticos importantes: la renovación del interamericanismo y la posibilidad de un conflicto bélico en la región que involucre, de alguna manera, a las grandes potencias.
El realineamiento hemisférico y la derrota regionalista. Para dimensionar el primer elemento mencionado es necesario comprender el real significado geopolítico del tratado, allende la historia fáctica reiterada estos días en la prensa. El Tiar es el primer acuerdo del sistema interamericano, previo a la Oea y al Bid. Es decir, el consenso continental geopolítico precede y subyace a los consensos político-ideológicos y económicos. Fracasó el Alca, se cuestionó a la Oea, pero el Tiar siguió allí.
La importancia histórica del tratado radica en consolidar en un pacto permanente la consigna panamericana de la solidaridad hemisférica, que había sido coyunturalmente acordada como criterio de alineamiento continental tras el liderazgo estadounidense en el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial. Justamente, el interamericanismo profundiza y dota de institucionalidad permanente y multilateral el horizonte continental de identidad panamericana basado en la exclusión del continente de cualquier potencia extra hemisférica (exclusión que antes era únicamente definida en forma unilateral por la doctrina Monroe).
Frente a estos antecedentes históricos, la reivindicación del Tiar en el contexto actual confirma el renovado esfuerzo estadounidense por ejercer en forma férrea influencia sobre su “patio trasero”, forzando así el realineamiento hemisférico y limitando el denominado “regionalismo poshegemónico” latinoamericano de los primeros años del siglo XXI. Queda atrás la supuesta “superación” de la doctrina Monroe anunciada en la Oea por el secretario de Estado John Kerry en 2013.
Algunos países latinoamericanos insisten en el proyecto de construcción regional para buscar una solución pacífica al conflicto, respetuosa de la soberanía venezolana y del derecho internacional. Sin embargo, las tentativas de soluciones apoyadas en espacios regionales o en prácticas autonómicas han fracasado sistemáticamente, desde la mesa de diálogo en la Unasur hasta la mediación impulsada por República Dominicana y el Mecanismo de Montevideo. Y Maduro ha contribuido mucho a esos fracasos.
La disputa entre las potencias mundiales y la derrota autonOmista. La reivindicación del Tiar también debe comprenderse en el contexto de las transformaciones recientes del sistema internacional. Luego de media centuria de equilibrio bipolar durante la Guerra Fría, el sistema internacional se tornó unipolar en los noventa, para luego tender una estructura multipolar a comienzos del siglo XXI, compuesta por regiones (estructura en la que se insertó el regionalismo poshegemónico latinoamericano), hasta llegar al actual esbozo de una renovada bipolaridad. En esta nueva bipolaridad, las potencias euroasiáticas se alían y se proyectan mundialmente para enfrentar la hegemonía mundial estadounidense.
Si Maduro ha contribuido al fracaso de los intentos de resolver la crisis venezolana desde la región, aquí, en cambio, lo vemos apostar a una proyección global del conflicto, conjugándolo con las actuales tensiones mundiales y apoyándose cada vez más en las potencias euroasiáticas. Así debe interpretarse la visita de esta semana a Vladimir Putin, coincidente con la invocación del Tiar.
Esta estrategia no le ha granjeado soluciones a Maduro, pero por ahora le ha permitido mantener tablas, aunque al costo de la agudización de la crisis doméstica y de dilapidar cualquier remanente de autonomía latinoamericana. En este escenario, parece improbable que en el corto plazo se llegue a una intervención armada, pues por ahora nadie quiere arriesgar ni un peón.
Sin embargo, en el mediano plazo, algunos analistas no descartan que, por primera vez en la historia, el continente americano (histórico patio trasero de la potencia hegemónica mundial) sea escenario de un conflicto bélico de considerable escala que involucre a las grandes potencias (como los que típicamente caracterizan los períodos de disputa por la hegemonía mundial). Allí sí, finalmente, estaríamos ante el final de la doctrina Monroe, y Latinoamérica será espectador privilegiado de la historia. Si pudiera elegir, prefiero el más modesto protagonismo regional que nos guardaba la opción autonomista. Habrá que ver si, para las potencias euroasiáticas, Venezuela vale una reina.
1. México se retiró del tratado en 2002 cuando Estados Unidos lo invocó luego del 11 de setiembre para pedir apoyo en la invasión a Afganistán, mientras que los países del Alba lo abandonaron en 2012.