Cuando la gran ola del cine iraní parecía haber detenido, o al menos enlentecido, su camino triunfal por los grandes festivales de Occidente, apareció Asghar Farhadi (1972), 12 años más joven que el gran Jafar Panahi, en el Festival de Berlín con su cuarta película, A propósito de Elly, de 2009, y obtuvo un Oso de Plata. Luego, con La separación (2011), consiguió, entre otros premios, el César, el Globo de Oro, el Oso de Oro y hasta el codiciado Oscar, logros que más o menos repitió con El viajante (2016).
Esta1 es la segunda película realizada en el continente europeo por Farhadi; pero en la anterior, El pasado, de 2013, hecha en Francia, había al menos un protagonista iraní, como si en un rito de pasaje el director hubiera precisado un ancla en su origen y su cultura. Todos lo saben, en cambio, pese a ser una coproducción, es española por donde se la mire: en su tema, su lugar, su equipo técnico –con alguna excepción–, su música y sus intérpretes, entre quienes apenas la aparición de Ricardo Darín recuerda que hay un mundo fuera, y personas que lo habitan.
El asunto es: Laura (Penélope Cruz) viaja hacia ese pueblo desde Argentina con sus dos hijos, una adolescente y un niño pequeño, para asistir a la boda de su hermana menor. Su esposo, Alejandro (Darín), no pudo acompañarla. Además de con su familia, Laura se encuentra con Paco (Javier Bardem), con quien tuvo un largo romance antes de casarse, y que es ahora dueño y patrón de un viñedo asentado en tierras que, tiempo ha, la misma Laura le vendiera. En plena fiesta de casamiento ocurre un apagón, e Irene, la hija de Laura, desaparece. Rápidamente se sabrá que fue secuestrada, y que los secuestradores, en la creencia de que Alejandro es muy rico, piden un rescate que nadie está en condiciones de pagar. Se suceden las búsquedas, los llantos, las sospechas. Alejandro llega desde Buenos Aires, un policía retirado instruye a Laura y a Paco sobre qué y cómo deben observar, Laura juega sus cartas despertando las sospechas de los personajes –y de los espectadores–, y pronto todos dudarán de todos, cuando salen a flote viejos rencores, resentimientos e historias del pasado que afectan al presente.
Es un melodrama con apelaciones al thriller, lo que no desdibuja para nada su esencia –después de todo, El conde de Montecristo se las arregla para ser ambas cosas a la vez–. Pero mucho más que delinear sus filiaciones, importa en esta película el cómo estas instancias se desarrollan. Como lo demostró en sus filmes anteriores, Farhadi está más interesado en las distintas capas de sensibilidades y sentimientos de sus personajes que en la aclaración de la trama que él mismo pergeñó. En cuanto a ésta, hay algunas debilidades: ese extraño milico retirado y sabihondo, por ejemplo, o hacer de un porteño ejecutivo y de clase media-alta alguien lleno de fe religiosa que contrasta con el descreimiento de esos españoles pueblerinos (¡epa!, ¿no fue siempre al revés?). Pero en lo de mostrar, y si no puede mostrar, sugerir –ese dibujo de lo que no se ve pero se intuye, ya sea por la composición de un plano, por la mirada o la gestualidad de los actores–, el director iraní mantiene ese soplo de autenticidad que alimenta sus mejores realizaciones. Cierto, en cuanto a su trama, Todos lo saben oscila entre lo difícil de creer y lo increíble; su solución argumental seguramente no aprobaría como finalista ante un jurado de novela policial. Pero en su dibujo de pasiones y sentimientos antiguos o presentes, en cómo éstos afloran, en la desesperación o en la ternura, en el periplo existencial de sus personajes –y cómo colaboran los actores elegidos, no sólo Cruz, Bardem y Darín, perfectos en sus extremos, sino un afinado elenco acá poco conocido–, Farhadi sigue siendo un notable descubridor de asuntos esenciales, aun si apañados en el antiguo y funcional formato del más conocido melodrama. Ejemplo: una inscripción en la pared de un viejo campanario, descubierta como al pasar por dos adolescentes juguetones, introduce un pasado que luego iluminará el presente. Otro: la desenfrenada alegría de una fiesta –una secuencia desbordante de vitalidad y locura colectiva– cortada por la falta de luz, que es el comienzo del reino de lo oscuro en su acepción absoluta, y del desgranamiento de lo colectivo en la soledad del dolor y la culpa.
El caso típico de una película a la vez imperfecta y atrapante.
- Todos lo saben. España/Francia/Italia, 2017. Dirigida por Asghar Farhadi.