—¿Cómo está su hijo actualmente, a dos meses de la agresión que sufrió durante las vacaciones en Pinares?
—Todavía sigue con secuelas emocionales. A nivel físico, tuvo un corte profundo en el gemelo izquierdo, los golpes lo dejaron rengueando unos días y con dolor en la espalda, pero después de una semana ya estaba bastante bien. Las secuelas más duraderas las tiene en el plano psicológico y emocional. En los días posteriores a la agresión, mientras aún estábamos en Pinares, casi no salió del cuarto donde dormía. Cuando salía con nosotros a dar una vuelta miraba para atrás, estaba perseguido por la idea de volver a cruzarse con los agresores, que, además, eran vecinos. Los primeros dos días después del ataque estuvimos totalmente desamparados, llegando a tener incluso un segundo episodio de violencia, porque al principio no se tomaron medidas cautelares. Cuando regresamos a Montevideo, noté que a mi hijo lo ayudó el volver a su contexto, a sus amigos, a su cuarto, a su ambiente de seguridad, pero se mantuvo con flashbacks de la situación. Estaba estudiando para el último examen que le quedaba del liceo, y nos decía «estudio y no me queda nada» o «se me vienen a la cabeza las imágenes de los momentos de la agresión». Nosotros tuvimos un buen apoyo de fiscalía, particularmente de la Unidad de Víctimas y Testigos. Las psicólogas Analía Scarpa y Marcia Robaina estuvieron arriba de mi hijo dándole contención, pero cuando regresamos a Montevideo, si bien seguimos con algunas conversaciones telefónicas con ellas, lo presencial lo empezó a hacer con un terapeuta, por iniciativa propia.
Me preocupaba ver cómo reaccionaría él en relación con su identidad. Creo que la ha fortalecido, quizás a veces en una expresión extrema, cosa que también me preocupa. Que su actitud sea la de «yo, el rapero, yo, el trapero». Quiero evitar que llegue a identificarse como parte de un gueto que, encima, se sintió agredido por otro gueto, y que entre en polarizaciones a partir de la imagen o de la tribu a la que pertenece, porque eso sería caer en lo mismo que él sufrió. Además, él tiene 18 años recién cumplidos y comienza a salir. Me preocupa cómo podría procesar una nueva situación de violencia de las que pueden darse cuando uno va a un baile o anda por la calle. Estamos en ese trabajo de contención emocional, y él está muy atento a la resolución en términos judiciales, a cómo esto se va a saldar.
—¿En qué está la causa judicial?
—Los cuatro agresores están formalizados, con medidas cautelares hasta el 12 de mayo. Se dispusieron por 90 días desde el 12 de febrero, cuando fue la instancia de formalización por los delitos de violencia privada agravada y lesiones personales. Tienen prohibición de acercamiento y comunicación con mi hijo, y prohibición de salir del país. Calculamos que a mediados o fines de mayo podría comenzar el juicio oral y público. Si es un poco más adelante, habría que ver, en el medio, qué medidas se mantienen. También está la posibilidad de un juicio abreviado, algo que fiscalía ha manejado en contacto con el abogado defensor.
A nosotros no nos interesa un procesamiento con prisión. Yo creo que al principal agresor se le podría haber tipificado hasta una tentativa de homicidio, porque lo atropella con el cuatriciclo, se lo acelera arriba, va para atrás, vuelve a intentar pisarlo. Pero como hay que medir intencionalidades y eso es más resbaladizo, fiscalía decidió no ir por ahí. Nosotros le solicitamos a fiscalía que las condiciones mínimas eran el procesamiento de las cuatro personas, que se hagan responsables penalmente de los hechos y que a su vez existan medidas socioeducativas, que son las que más nos interesan e incluso las preferimos a la prisión domiciliaria. Que hagan un curso sobre contención de ira y trabajen en tareas comunitarias en zonas donde sea frecuente ver apariencias similares a la que lucía mi hijo, que a ellos les generó una actitud discriminatoria o un prejuicio que los llevó a la violencia. En definitiva, estos sujetos no dejan de ser veinteañeros y uno espera que a partir de esta experiencia cambien la manera en la que se manejan, incluso frente a conflictos en los que entiendan que puede verse afectada su seguridad, como equivocadamente pensaron cuando agredieron a mi hijo al pensar que era un ladrón. Es importante una rehabilitación de estas personas, que son jóvenes y van a seguir conviviendo con nosotros. Esperamos que tanto ellos como mi hijo saquen un aprendizaje de todo esto. De momento han planteado apenas un [acuerdo] reparatorio y una disculpa, algo totalmente desproporcionado a los hechos que protagonizaron.
—La agresión a su hijo cobró protagonismo en una campaña política de tintes bastante agresivos.
—Claro. Que mi hijo fuera agredido por su apariencia colocó en escena ese artículo de la Ley de Urgente Consideración [LUC] que habla de hechos de apariencia delictiva. Yo no estaba debatiendo sobre esa ley, pero ciertamente, cuando uno habla de hechos delictivos, habla de sujetos delictivos. Entonces, ¿cuál es la apariencia de ese sujeto delictivo? Volvió a emerger aquella descripción que hacía [Jorge] Gandini del gorrito, la capucha y el tatuaje, que describía tal cual a mi hijo en la noche de la agresión. Creo que eso polarizó la discusión en redes y yo salí de inmediato a decir que no pretendía politizar el asunto y que intentaba que, si la discusión se daba, no fuera desde las trincheras y la violencia, porque caeríamos en la misma lógica. Algunos lo comprendieron y otros se fueron a la trinchera, y la agresión cayó en esa lógica binaria de LUC sí o LUC no. En un momento recibí llamadas de actores políticos de diversos partidos que se solidarizaron, y eso me parece una muy buena señal porque indica que, desde todos los partidos, puede haber acuerdo en que estas situaciones no son deseables. Lo único disonante fue la respuesta de Graciela Bianchi.
—La senadora trajo a colación el ataque a su hijo como respuesta a una opinión que había expresado acerca de las modificaciones de la LUC sobre el gobierno de la educación.
—En ese momento, lo que yo hice fue expresar mi opinión negativa respecto a algunos cambios que trajo la LUC, en particular la eliminación de los consejeros docentes. Y eso fue lo que disparó la ira de la senadora, cuando yo estaba presentando argumentos con total respeto, fuera de la lógica de trincheras o barrabravas. Ella es docente, y los docentes siempre cumplimos un rol público importante. Creo que cuando opinamos en las redes no debemos quitarnos la vestimenta de educador. Y esta mujer, senadora y profesora, ¿qué enseñanza está dejando? Yo creo que está generando un daño enorme y ha roto todos los límites. En mi caso, incluso publicó en Twitter conversaciones privadas, que además la dejaban mal parada, porque lo que yo decía ahí era lo mismo que había dicho públicamente. Pero el nivel es terrible. Me han sugerido que haga una demanda por la vía civil, porque exponer conversaciones privadas es un delito. La senadora se ampara en los fueros, que no pueden ser un mecanismo utilizado para proceder de este modo. Se metió con el caso de mi hijo, señalando que yo estaba politizando el asunto, insultándome, pero además interviniendo en el medio de un proceso penal en curso, lo que incluso puede afectar la situación en la que estamos. Ahí hay delitos, en los hechos. Creo que todos nos debemos una discusión, una vez pasado el asunto de la LUC e incluso luego de este período –vaya a saber uno en qué sigue Bianchi–, sobre los límites de los fueros parlamentarios, porque este tipo de actuación los desdibuja como institución.
Yo tuve comunicaciones privadas con dirigentes del Partido Nacional, sobre todo del ala más joven, que se solidarizaron y dijeron que iban a plantear el asunto de los agravios de Bianchi en el directorio. También tuve comunicaciones del Partido Colorado. Eso me hace pensar en por qué no se enfrenta públicamente a la senadora, cuando incluso dentro de su propio partido hay absolutas diferencias sobre su proceder –lo que, por lo menos, me da una esperanza, especialmente teniendo en cuenta que viene de jóvenes–. Por otra parte, la dirigencia más fuerte y más representativa se mantiene en silencio, y eso los hace cómplices de la situación. De hecho, me parece que el presidente no ha dado ninguna buena señal en ese sentido. En definitiva, ella es una vocera calificada. Es la tercera al mando. Es una voz del presidente en el Senado y en la sociedad, que lo deja muy mal parado.
—Se ha definido como un liberal de izquierda. ¿Cómo ve este tipo de acciones desde su forma de entender el pensamiento liberal?
—Ya que estamos en los 150 años del nacimiento de Carlos Vaz Ferreira, yo me defino básicamente como vazferreiriano. Él decía que una de las falsas oposiciones que debemos evitar es entre libertad e igualdad. Son conceptos que van de la mano. No podemos hablar de libertad si no hablamos en primera instancia de igualdad. Cuando se habla de competencia, de ubicación de los sujetos en la sociedad según talentos y virtudes, si el punto de partida de unos está muy atrás respecto al de otros, no hay una verdadera competencia ni son los talentos y las virtudes los que definen. Por lo tanto, tampoco hay un concepto de justicia ni una real libertad en ese escenario. En nuestras sociedades tercermundistas el problema está fundamentalmente en el punto de partida, en la enorme desigualdad económica y también de capital cultural, que para mí es el factor decisivo. Una acumulación educativa y cultural baja en los sujetos se vuelve un determinante que los ubica en guetos de contextos desfavorables.
Dicho esto, concibo la libertad en distintas dimensiones: libertad de expresión, de movimiento, de ideas. Este gobierno, en el sentido de la libertad de expresión y de participación, si algo no ha sido es liberal. Ha negado la participación de los docentes al eliminar su representación en los consejos de educación. Viene persiguiendo toda expresión disonante, incluso las que puede haber a través de un muro, como históricamente se ha hecho, y que hoy ponen a estudiantes de Magisterio yendo a declarar ante la Justicia. Más allá de que uno pueda discutir la cuestión específica del muro público, ahí entra el tema de la libertad de expresión y de colocar el foco de la discusión educativa en esa circunstancia y no en pensar que lo que deberíamos hacer es tender puentes de diálogo con los estudiantes y los docentes, en lugar de caer en la prohibición, en la censura, en mandar a la Policía para resolver estas situaciones. Estamos ante una estrategia que implica satanizar a los sindicatos y ubicar a los docentes como todos sindicalizados, y, por lo tanto, como parte del eje del mal. Los docentes ya contábamos con cierto desprestigio social. Ahora uno ve cuando entra a las redes: «profesores vagos», «profesores que hacen paro», «si estamos mal es por los docentes». Cuando desde el poder político se fogonea este tipo de discurso, el daño que se hace es enorme y muy peligroso. No me quiero parar en un lugar de omnipotencia ni falta de autocrítica de los docentes, pero dime cómo tratas a los maestros y profesores y te diré qué tipo de sociedad tienes.
—¿Cuál fue su rol en la Administración Nacional de Educación Pública [ANEP] durante el actual gobierno?
—Estuve como asesor de la presidencia del Codicen [Consejo Directivo Central] de la ANEP entre setiembre de 2020 y febrero de 2022, convocado por su presidente, Robert Silva, para la elaboración de un plan educativo cultural con hincapié en el rescate de pensadores uruguayos. Renuncié a fines de febrero y volví al aula –estaba en la modalidad de «pase en funciones»– por mis diferencias con la conducción del Codicen respecto de la concepción y el trato de los docentes de aula y por mi posición respecto de la LUC en materia educativa. El 28 de febrero fue formalmente mi último día en esa función y unos días después fue que expresé en redes mi posición sobre la LUC, lo que me valió el inmediato ataque de Bianchi.
—¿Cómo evalúa la orientación de la reforma educativa que pretende impulsar el gobierno, con base en lo que hasta ahora se conoce?
—El principal protagonista en el campo educativo ya no es la ANEP, sino el Ministerio de Educación y Cultura. De ahí van a salir las políticas educativas para lo que resta de este período y a futuro, si el actual gobierno continúa. Su discurso está básicamente relacionado con las competencias y las habilidades, con un perfil de egreso muy asociado a los espacios del mercado laboral, de lo que requieren las competencias del siglo XXI. Pero mi experiencia tiene que ver con una pregunta anterior, que es sobre el sentido de educar. ¿Por qué y para qué educamos y qué tipo de ciudadano queremos? Me da la sensación de que la perspectiva humanística está totalmente abandonada. No hay un perfil de ciudadano que piense el mundo, que reflexione, que critique ciertas condiciones de la comunidad en la cual vive, más allá de los aspectos técnicos, económicos o vinculados al mercado de trabajo. Si se perfila por ahí –porque todavía no tenemos muy claras cuáles serán las modificaciones, al menos en lo curricular–, creo que nos va a faltar esa pata. De hecho, si uno analiza los planteos de hace diez años del ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, que no se han retomado tanto últimamente, se ve que proponía una currícula con anillos y recién en el tercer anillo aparecía Filosofía, y como materia optativa. Eso me parece que es muy sintomático de esa mirada. Va a haber un hincapié en los espacios de las nuevas tecnologías, en competencias de lectoescritura (donde es cierto que estamos mal), pero quizás les van a faltar competencias más «blandas», reflexivas, críticas, y eso va a profundizar el problema que ya tenemos instalado. Porque nosotros no tenemos un problema de demasiadas humanidades. A veces se dice «acá discutimos mucho». Es al revés, deberíamos empezar desde la educación inicial y primaria a trabajar filosofía con niños, a trabajar el campo de la literatura, de la historia, a profundizar en la construcción de valores y ciudadanía, porque es lo que más nos está faltando, no lo que tenemos en exceso.
Se ha instalado un discurso que ya venía de antes. Yo tenía mis diferencias con los planteamientos de José Mujica respecto a diferenciar el trabajo intelectual del trabajo de oficios. Aquello de «no todos pueden ser filósofos o historiadores». Yo creo que eso provocó un daño en la imagen pública de quienes provienen del campo de las humanidades. Se priorizó la UTU [Universidad de Trabajo del Uruguay], pero esa institución siguió con los mismos niveles de deserción y de repetición, porque el problema de fondo sigue siendo la construcción del capital cultural. Tenemos hogares con tres o cuatro generaciones de abandono educativo. Desde mi perspectiva, y a partir de que incluso participé en el seminario Nuevos Rumbos, lo que veo con cierto temor es la falta absoluta de una mirada política de la educación en el más amplio sentido –no de política partidaria, sino en relación con la polis–. Vivimos en una polis, tenemos problemas como comunidad que debemos resolver, que pueden ir desde la justicia distributiva a cómo saldamos el déficit de capital cultural. Sobre todas esas cuestiones creo que el campo de las humanidades tiene mucho para aportar. Me parece que vamos rumbo a una transformación educativa que va a recortar esas áreas y creo que tenemos que estar alertas para dar esa discusión pública.