Final abierto - Semanario Brecha
Consolidaciones e incertidumbres tras la primera vuelta electoral

Final abierto

Si la del último domingo de octubre es ante todo una elección parlamentaria, la mayoría en el Senado que consiguió el Frente Amplio es el saldo concreto más tangible de los últimos comicios. Sin embargo, en el bloque de la coalición hay motivos para considerarse con chances de cara a la segunda vuelta. Los resultados dejaron a Cabildo Abierto como el gran derrotado e hicieron lugar en el Legislativo a una expresión política radicalmente antisistémica. Brecha dialogó sobre estos y otros temas de la campaña en curso con los politólogos Gerardo Caetano, Verónica Pérez Bentancur y Diego Luján.

Héctor Piastri

El mensaje es todavía una incógnita sin despejar. Su sentido no ha sido aclarado por sus autores y, por tanto, aún está abierto a interpretaciones. La pantalla detrás de la que el candidato del Partido Nacional (PN), Álvaro Delgado, celebra eufórico una votación en la que su partido perdió votos, pero menos de lo que preveían las encuestas, dice, en letras blancas sobre una bandera uruguaya: «Coalición de gobierno 2030». No 2024, cuando los comicios están teniendo lugar. Tampoco 2025, en referencia a la asunción del próximo gobierno, ni 2029, año de las siguientes elecciones nacionales. Dice 2030. ¿Es un error en la comunicación de los organizadores del acto en la plaza Varela? ¿Se ha colado, entre los distintos escudos y logos partidarios de la coalición actualmente gobernante, que se alternan con elegancia en la pantalla, un acto fallido referido a la posibilidad de conformar a futuro un lema común entre los partidos tradicionales y sus socios menores, como sucederá en algunos departamentos en mayo próximo? ¿Es producto de una distracción de alguien que ya pensaba en el retorno de Luis Lacalle Pou, principal activo de esa coalición, para la siguiente campaña? ¿Es un mensaje intencional que pasó desapercibido? Poco importa. Lo cierto es que la idea es coincidente con lo que lee la mayoría de los analistas en el actual panorama político: el país está dividido en dos bloques y la Coalición Republicana apunta a consolidar la identidad del suyo.

Un rato antes, ese mismo domingo, el candidato del Frente Amplio (FA), Yamandú Orsi, tiraba una línea hacia el bloque rival citando a Manuel Oribe. Abajo del escenario montado en el hotel NH Columbia no había entonces algarabía, sino más bien lo contrario. Las primeras proyecciones de votos daban cuenta de que el FA no podría concretar la ilusión de ganar en primera vuelta y, a la hora en que la fórmula decidió salir a hablar, todavía no estaba confirmada la que sería una de las grandes noticias para el partido hoy en la oposición: la obtención de la mayoría absoluta en el Senado, con 16 votos, independientemente de quién sea elegida finalmente vicepresidenta. Pero «lo que ocurrió el domingo estuvo dentro de las expectativas previsibles», dice a Brecha la doctora en Ciencia Política Verónica Pérez Bentancur. Agrega, además, que el desempeño de esa fuerza política en los últimos comicios la confirma como uno de los grandes partidos de izquierda de América Latina, solo por debajo de Morena, en México (siempre a nivel proporcional respecto del total de electores de cada país).

El 43,94 por ciento que alcanzó el FA en las elecciones del domingo está a mitad de camino entre sus últimas votaciones: aunque lejos del histórico resultado que le permitió ganar en primera vuelta en 2004 y por debajo del casi 48 por ciento que alcanzó en 2009 y 2014, su votación implica un incremento favorable de casi 5 puntos respecto de 2019, cuando perdió el gobierno. La coalición de izquierda también logró crecer en el interior y se impuso en tres departamentos más que en 2019: Florida, Tacuarembó y Durazno. En los últimos dos, incluso, logró triunfar por primera vez. Pérez Bentancur encuentra tres factores que pueden explicar ese crecimiento: la fuerte presencia de la fórmula presidencial en el territorio durante la campaña (bastante mayor que en la capital), el trabajo previo a las elecciones –con las giras de «El Frente Amplio te escucha» y la estrategia de aumentar la cantidad de comités de base– y el perfil del candidato a presidente. La estrategia cautelosa de Orsi, criticada por propios y ajenos, ya había dado buenos resultados en las internas y ahora, al menos con el lente de las votaciones departamentales, también tuvo su rédito.

Ya pasada la primera vuelta, el candidato del FA apuesta ahora por presentarse como el presidenciable de la gobernabilidad, apalancado en la mayoría conseguida en la Cámara de Senadores. Con otros argumentos, y con un tono algo más confrontativo, Delgado también busca ubicarse en ese lugar, tras haber obtenido un 26,77 por ciento del total de los votos. A su favor, esgrime su experiencia en un gobierno de coalición que, a pesar de los pronósticos y de la tensión de sus costuras, logró mantenerse unido hasta el final del período (véase la nota de Luciano Costabel sobre el desempeño blanco y la performance en el interior). Pero «la tiene más difícil a nivel discursivo, porque no es lo mismo no tener mayoría parlamentaria que tener mayoría en contra en una de las cámaras», analiza en diálogo con el semanario el doctor en Ciencia Política Diego Luján, en referencia al dominio que el FA tendrá en el Senado y a la falta de mayorías en la nueva conformación de la Cámara de Diputados.

La apuesta del candidato oficialista también es acumular la votación de los distintos partidos que integran la coalición: el PN, el Partido Colorado (PC), Cabildo Abierto (CA), el Partido Independiente (PI) y el Partido Constitucional Ambientalista (PCA). Sumados, los coaligados superaron al FA en aproximadamente 3 puntos, aunque la caída del bloque respecto a octubre de 2019 fue de 7 puntos. Pero, además, los antecedentes marcan que lo que hoy se denomina Coalición Republicana ha perdido votos entre octubre y noviembre en todas las elecciones desde que se aprobó la reforma constitucional de 1996. El FA, en cambio, los ha ganado. Cifras de la Corte Electoral procesadas por este semanario dan cuenta de que creció, respecto de su propia votación, incluso en elecciones en que no logró mayorías parlamentarias y terminó perdiendo el gobierno: 14 por ciento en 1999, 8,4 por ciento en 2009, 9,5 por ciento en 2014 y 21,4 por ciento en 2019. «La tasa de retención de votos de la coalición es uno de los factores que decidirá la elección de noviembre», enfatiza Luján.

¿Qué tan juntos?

A todas luces, los resultados del domingo traerán un cambio en la correlación de fuerzas dentro de la coalición. El desplome de CA, la expresión partidaria más a la derecha del espectro nacional, es una de las grandes novedades de la elección. A su vez, el crecimiento de 3 puntos y medio del PC apresuró las primeras rispideces entre los socios. Andrés Ojeda no tardó en hablar de un eventual «cogobierno» en caso de que Delgado se imponga en el balotaje, algo que no gustó ni siquiera dentro de su partido. Pedro Bordaberry no tardó en desmarcarse y dijo que debería hacerse lugar también a los socios menores, posición ratificada por el propio Delgado. La lista de Bordaberry fue la más votada dentro del PC, aunque, en materia de sublemas, se impuso el encabezado por Ojeda y el candidato a vicepresidente, Robert Silva (véase la nota de Mauricio Pérez en esta cobertura).

En este escenario, entonces, ¿hasta dónde podrá llegar la unidad del bloque antagónico del FA? ¿Qué modificaciones traería una eventual fusión en las identidades y pertenencias de la política uruguaya? «Primero que nada hay que preguntarse por el alcance de esa “identidad coalicionista”. Si, como varios dirigentes han dicho, habrá un intento “fusionista” de crear un nuevo partido, sin duda que habrá ganadores y perdedores, hegemonías ideológicas en disputa, desdibujamiento de tradiciones centenarias, pérdida de identidades», evalúa el historiador y politólogo Gerardo Caetano, consultado por Brecha. «Creo que de concretarse dejará a muchos orejanos por el camino. La política concreta no funciona como la aplicación rígida de una teoría: las sumas que hoy se imaginan pueden dar resultados inesperados», reflexiona el historiador.

En cambio, si la coalición no llega a conformar un nuevo partido, pero «se configura una mayor cohesión de los partidos coaligados, puede ganar un menor índice de fuga de votos en una segunda vuelta (aunque la retención total suene utópica) y una mayor cohesión a la hora de gobernar», sostiene Caetano. En cualquiera de los casos, «los que más se erosionan son los socios menores, que tienden a perder identidad y votantes, como quedó demostrado el domingo pasado». Incluso, el catedrático universitario considera que, tanto en el rol de gobierno como en el de oposición, «los socios menores van a quedar sin espacio y con graves problemas de perfilamiento».

Por su parte, Pérez Bentancur señala que en este momento «el bloque de centroderecha se encuentra menos fragmentado» que en su conformación anterior, por el margen importante de votos que hay entre sus dos primeros partidos y los siguientes. La politóloga destaca que el PC «recuperó una fracción a la derecha» con la vuelta de Bordaberry, que puede haber incidido en el desplome de CA. Para esta elección, los cabildantes también sintieron la pérdida de los votos de Eduardo Lust, que con el PCA obtuvo 11.690. El constitucionalista estuvo presente en el estrado de la coalición, aunque no llegó a obtener una banca en Diputados. La fuerza del Movimiento de Participación Popular, principal tracción electoral del FA (véase, en esta edición, la nota de Víctor H. Abelando), también contribuyó a deshilachar al partido de Guido Manini Ríos, que había captado votos de ese sector y se presentaba explícitamente como su competidor, especialmente en parte de la periferia de la capital.

Entonces, con sus 59.014 votos (habían sido 268.736 en 2019) y su 2,42 por ciento del electorado (cuando venía de un 11 por ciento), Cabildo pasa en este momento a integrar el grupo de partidos chicos, ya sin el atractivo de lo novedoso como un capital a favor. Dentro de los límites de la coalición, también integra ese universo el PI, que a pesar de haber crecido en su votación respecto de 2019 (pasó de 1,01 puntos porcentuales y 23.580 votos a 1,71 puntos porcentuales y 41.223 votos) no logró incrementar su representación parlamentaria y seguirá teniendo un solo diputado (ingresará el exdirector del Servicio de Comunicación Audiovisual Nacional Gerardo Sotelo).

Fuera de los bloques

Por otra parte, la Unidad Popular-Frente de Trabajadores (UP-FT) volvió a quedarse fuera del Parlamento, el Partido Ecologista Radical Intransigente (PERI), liderado por César Vega, perdió su banca en Diputados, y tampoco obtuvieron representación parlamentaria Por los Cambios Necesarios, impulsado por exintegrantes de Un Solo Uruguay, y Avanzar Republicano, que candidateaba al excolorado Martín Pérez Banchero. «En esta elección se incrementó la oferta electoral. Participaron 11 partidos, y tres más pasaron el umbral de las internas aunque no compitieron en octubre. Pero el voto, de todas maneras, se concentró bastante en los partidos mayores», repasa Diego Luján, y esboza algunas explicaciones para el fenómeno. Especialmente, señala que «lo que había en juego» tanto en el FA como en la coalición incidió para que predominara un voto «estratégico» y no un voto «sincero» en el universo de quienes podían considerar inclinarse a un partido chico. En el FA, estaban arriba de la mesa la posibilidad de alcanzar la mayoría parlamentaria y la de ganar en primera vuelta. Esos incentivos pueden haber jugado en contra de la UP-FT o el PERI, capaces de captar un electorado más afín a la izquierda. En la coalición, al menos en la discusión pública, se había instalado la idea de un escenario competitivo entre Delgado y Ojeda, que finalmente las urnas no ratificaron. Ese factor pudo haberse impuesto sobre el interés de votar a partidos menores más próximos al bloque de derecha, como Por los Cambios Necesarios o el PCA.

Pero, de todas formas, entre los partidos chicos estuvo una de las grandes novedades de la elección: el ingreso al Parlamento, con dos diputados, de Identidad Soberana (IS). El partido liderado por Gustavo Salle fue la cuarta fuerza política a nivel nacional. Todavía no está definido si quien acompañará al abogado en la Cámara de Representantes será Alejandra Carro o su hija, Nicole Salle. Salle ha dado alguna señal de atemperamiento en entrevistas posteriores a las elecciones, pero cómo incidirán en la próxima legislatura sus posiciones antisistémicas y apoyadas en teorías conspirativas es algo que está por verse (véase, en esta edición, el artículo de Aníbal Corti). Esos dos votos pueden ser el fiel de la balanza si se tiene en cuenta que el FA tiene 48 diputados y la coalición 49 (ninguno alcanza la mayoría, que tampoco se consolida en la Asamblea General), o pueden ser un incentivo para que los bloques deban negociar entre sí. Como antecedentes similares recientes, se puede recordar los nombres de diputados díscolos del FA durante los gobiernos de esa fuerza política, que hicieron tambalear la mayoría oficialista en Diputados ante varios proyectos de ley –Víctor Semproni, Gonzalo Mujica, Darío Pérez fueron algunos de los que estuvieron en ese lugar–. Pero el escenario futuro, más allá de quién ocupe el Poder Ejecutivo, tendrá sus particularidades. «Salle no está en ningún extremo del espectro político, está en otra escala o fuera de la escala», considera Luján. Su ingreso al Parlamento, leído en conjunto con otros resultados de la elección, le da pie al politólogo para una reflexión que no pretende «sobredimensionar», pero sí «alertar» respecto a fenómenos que están teniendo lugar a escala global y tienen su correlato uruguayo.

Sumados,  los votos en blanco, los anulados y los que solo se pronunciaron por el plebiscito de la seguridad social o el de allanamientos nocturnos (ambos quedaron por debajo del 40 por ciento) alcanzan un 4,35 por ciento del electorado. Son votantes que no optaron por ninguno de los partidos. Con cautela en la proposición, Luján señala que a ese número se le puede sumar el 2,69 por ciento que votó por Salle, teniendo en cuenta que es un candidato explícitamente antisistémico y que expresa rechazo por el resto de las opciones políticas. La suma alcanza un 7,04 por ciento de la población, como una contracara o un límite a la fuerza electoral expresada por los grandes bloques.*

Luján considera que el fenómeno puede estar manifestando un crecimiento de la disconformidad con el sistema político en su conjunto. «Hay una parte pequeña, pero creciente, de rechazo», advierte. En el corto plazo, de cara a noviembre, la captación de este universo de votantes puede ser clave en el resultado final de la elección y plantea un desafío a ambos contendientes por su heterogeneidad. «Obliga a segmentar mucho los mensajes», apunta el doctor en Ciencia Política. A su vez, los antecedentes indican que en las segundas vueltas los votos en blanco y anulados tienden a crecer, en buena medida por los votantes «dilemáticos», aquellos que se inclinaron por alguna de las opciones que no pasó al balotaje y en noviembre deciden no apoyar a ninguno de los candidatos.

Entonces, si una de las grandes incógnitas de cara al desenlace electoral es la tasa de retención que tendrá la coalición –y su contracara, la tasa de crecimiento del FA–, el comportamiento de estos votantes «flotantes» es el otro factor que puede llegar a definir cuál será la fórmula que el 1 de marzo de 2025 asumirá la presidencia y la vicepresidencia de la república.

*Una primera versión de esta nota incluía en el cálculo al 10,4 por ciento de habilitados que no concurrió a votar el domingo, pero esa cifra no es confiable, entre otros factores, por dificultades en las actualizaciones de altas y bajas en el padrón de  la Corte Electoral, aclaró Luján al semanario. A los lectores, las disculpas del caso.

Cobertura realizada con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo

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