Efectivamente, en la
dictadura hubo proyecciones cinematográficas en el Penal de Libertad. Aunque
cueste creerlo, el milagro ocurrió durante un largo período de casi diez años;
cine sin interrupciones, desde abril de 1973 hasta enero de 1983. Los presos
políticos allí recluidos y hacinados de a dos personas en celdas de 3,60 por
dos metros tuvieron el invaluable alivio del séptimo arte una vez a la semana
(en los últimos períodos, la constancia fue más irregular); podían perderse en
esas imágenes en movimiento con sonido que, al menos por un rato, los sustraía
de las rejas y los muros. El cine supo convertirse en un bálsamo para personas
fervientemente necesitadas de conectar con el afuera, con otras culturas, otras
realidades y otros mundos.
El fenómeno termina por explicarse
con un dato ...
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