Fuerza de gravedad - Semanario Brecha
Teatro. En el Teatro Victoria: El peso de un cuerpo

Fuerza de gravedad

Difusión, Gustavo Castagnello

Este montaje surgió de la convocatoria ES.CENA.UY 2023-2024, que el Centro Cultural de España y la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático, en colaboración con el Teatro Solís, llevaron adelante para dar a conocer autores españoles contemporáneos. El peso de un cuerpo fue escrita por Victoria Szpunberg, que, si bien nació en Argentina en 1973, vive en Barcelona desde los 4 años y hoy es considerada una dramaturga catalana. La pieza se presentó con tres funciones del 1 al 3 de octubre en la Sala Zavala Muniz con dirección de Laura Baez (recordamos sus trabajos previos como actriz en Lo que los otros piensan y en No daré hijos, daré versos) y durante el resto de octubre podrá verse en el Teatro Victoria. La obra cuenta con la actuación de un joven elenco conformado por Andrea Macarena Hernández en un rol protagónico y destacado –la hija Olga–, Mateo Silva, Mariana Maeso y Gerónimo Pizzanelli, de quien es importante recordar la actuación en el unipersonal Esta obra, que pudo verse en La Madriguera este año.

El peso de un cuerpo rescata el punto de vista de una hija que debe enfrentar que su padre haya sufrido un súbito accidente vascular. La pieza se estructura en torno a un sistema de salud y de cuidados que resulta poco empático y nada contenedor. El padre, protagonista ausente en la escena, pero cuyo cuerpo da título a la obra, tiene la condición de una carga tanto física como emotiva. Hernández representa a esa hija que, al vivir cerca, queda encargada de las decisiones que rodean la salud de su papá, en un guiño intertextual a Las tres hermanas, de Chéjov, en la que Masha e Irina aparecen esporádicamente, solo en conversaciones telefónicas. Los demás actores representan varios roles vinculados al sistema de salud y a los residenciales en los que el padre debe ser internado para una posible rehabilitación.

El relato de Olga deja ver las serias dificultades que debe enfrentar un cuidador en un ámbito de internación hospitalaria, desde la incomprensión a la falta de escucha e información que condicionan al personal a cargo. Así, la pieza se convierte en denuncia de un sistema de salud deshumanizado. A su vez, muestra el panorama desolador, de inmensa soledad, que enfrentan los familiares de una persona que sufre un quebranto de salud que la deja en condición de absoluta dependencia, con una discapacidad grave. En ese sentido, es muy interesante el juego dramatúrgico que compone a pinceladas a ese ser padre que ya no está. Olga reconstruye la personalidad de un progenitor atravesado por una fuerte ideología comunista (se escuchan estrofas de «La internacional» mientras se evocan recuerdos de su militancia), pero su memoria se esfuma en un presente incierto y doloroso, en el que la internación echa por tierra toda posible condición particular de su personalidad.

Si bien el montaje despliega momentos de humor, sobre todo en ciertos momentos de desesperación de Olga y en las situaciones alucinatorias del padre, el texto y la puesta se encauzan hacia una zona oscura en la que el dolor y la desesperanza le ganan espacio a cualquier posible salida. Así, la metáfora de ese cuerpo que solo es eso, un cuerpo manipulable para la ciencia, vacío para el sistema de cuidados, convierte a la persona en una carga para sus seres más cercanos, como señala el título de la obra. El proyecto incorpora elementos musicales para acompañar estados y momentos, y concreta una pieza interesante para reflexionar sobre la condición de la tercera edad, tema que se impone en una sociedad como la nuestra, en la que los cuidados de los ancianos suelen ser un verdadero problema para las familias. 

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