Ya se sabe, el costo de un festejo de boda con muchos invitados a menudo resulta sumamente alto. Y que lo digan, por ejemplo, aquellos franceses que, en este caso, acuden a una empresa especializada en organizar dicho tipo de celebraciones. Ni que hablar cuando la fiesta tiene lugar nada menos que en un castillo del siglo XVII y allí se convoca a una orquesta y se aguarda que alguien encienda los fuegos artificiales correspondientes. Por ahí ya el asunto luce complicado, y quien persigue todo lo que antecede sabe muy bien que deberá disponer de grandes sumas de dinero. Por cierto que aquí la tal empresa, aparte de un jefe (Jean-Pierre Bacri) que supervisa absolutamente todo –y ese “todo” abarca desde el hecho de descubrir tanto a visitantes inesperados como a la gente que no llega, amén de algún alimento en flagrante descomposición–, dispondrá de alrededor de una veintena de indispensables ayudantes para que todo salga a pedir de boca y de bolsillo.
Mérito del guión y la dirección de Eric Toledano y Olivier Nakache, especialistas en comedias de este tipo, es saber reunir un puñado más que generoso de personajes con rasgos reconocibles que afloran sin mayor rebuscamiento en situaciones que se integran con facilidad a una trama que abarca nada más que un breve preámbulo, la muestra de lo que sucede durante las horas estipuladas para la fiesta y la retirada del equipo en la madrugada siguiente. Y conste que hay lugar para raros ejemplares de la raza humana e incidentes de todos los colores, desde la llegada de los invitados, los agasajos que tienen lugar dentro y fuera del castillo, la cena y el baile hasta la culminación. El desarrollo de todo lo que antecede traerá consigo las idas y venidas del organizador, que incluyen una probable separación de su pareja, la atracción que una de las empleadas despierta en el cantante de la orquesta, la madre del novio –un pelmazo de marca mayor– pronta a promover nuevas complicaciones, un recién contratado que no sabe ni qué ponerse, la escasa paciencia de dos o tres encargados, y hasta el repentino descuido que puede poner en peligro los desplazamientos aéreos de un buscador de aplausos. Entre unos y otros, Toledano y Nakache no dejan de incluir algún apunte ocurrente acerca de quienes, celular mediante, sacan fotos que nadie les solicita a diestra y siniestra, así como aquella persona que confía más en la solución que le puede aportar una aplicación que en las propias vueltas de la vida que, en ocasiones, pueden traer consigo sorpresas dignas de tenerse en cuenta. Aquí y allá, sin embargo, afloran ciertos alargues que nada agregan al eje de la historia, y un par de conversaciones que se prolongan más de lo deseado. La gracia y el ritmo, al rato, por fortuna, vuelven a entrar en danza, con el apoyo de una agradable banda sonora en la que aflora la pegadiza “Can’t Take My Eyes Out of You” y, sin duda, del más que nutrido elenco cuyos figurantes brindan la impresión de haberse divertido a lo largo de una filmación para la cual cada uno parece haber aportado ocurrencias propias.