—Hay un juego deliberado con los títulos de tus películas Juana a los 12, de 2013, y esta, Arturo a los 301, de 2023. Se genera un diálogo, una continuidad entre ambos trabajos. ¿Qué incidió en tu necesidad de contar esta historia y cómo la piensas con relación a tu debut?
—En un punto, siento que ambas películas son estudios de personaje. Hablan sobre personas lidiando con incertidumbres y una especie de imposibilidad de cruzar un umbral, una reticencia a tomar nuevas responsabilidades, a crecer. Eso se refleja en su entorno, ocasiona preocupaciones. Son películas sobre gente que está llegando tarde, aferrándose a algo que no puede soltar. Con respecto a los títulos, el de Arturo a los 30, por mucho tiempo, no estaba. Creo que fue uno de los productores, Jerónimo Quevedo, que dijo: «¿Y si le pones Arturo a los 30, jaja?». No es mala [risas]. Ahí dije hagámonos cargo de que son películas que tienen estructuras parecidas: mostrás un pedazo de la vida de una persona y al final hay una humillación, seguida por un mínimo crecimiento. También reflejan un mismo mundo, se filmaron en el lugar donde yo crecí, al que no vuelvo casi nunca, salvo para hacer películas.
—Una de las varias diferencias es que en la anterior tu hermana era la protagonista, pero ahora decides ponerte frente a cámara e interpretar al protagonista. ¿Qué se pone en juego cuando tienes que dirigir y actuar a la vez?
—Había algo de poner el cuerpo. No sé por qué razón, pero siempre fue la idea. Creo que había algo mío de querer hacerlo, querer probarlo. Al mismo tiempo, al haber estado filmada en pedacitos a lo largo del tiempo, con Arturo como el único personaje que siempre estaba ahí, me parecía que no iba a encontrar otro actor que estuviera disponible tanto como yo necesitara, y que fuera tan barato como yo [risas].
—Una de las cosas que le da particularidad a la película es la forma en que se produce esta situación central –lo que ocurre con el casamiento en 2020– y luego, a partir de ahí, ocurre esta bifurcación hacia la década anterior, saltando entre fragmentos. ¿Qué trabajo de guion requirió esa estructura y qué tanto de eso se alteró en el montaje?
—Como fuimos filmando a lo largo de los años, se fue decantando solo. Hubo mucha prueba y error. La estructura original –pequeños cortos de Arturo acompañando a otros personajes– no funcionaba tanto. Es que llega un punto en que no podés recibir tanta información nueva. Era abrumador, así que fuimos reescribiendo sobre la marcha. Para cuando llegamos al momento de filmar el casamiento, ya teníamos la idea de que ese era el presente y todos los personajes de los recuerdos estaban ahí. También empezamos a usar esos trucos más baratos para causar intriga: ¿quién es esta persona?, ¿qué le va a pasar?Así, los dejábamos siempre en peligro yendo al pasado en una situación muy álgida, para que te dieran ganas de volver al presente. Pero la estructura de la película fue algo que se dio orgánicamente. Con base en el material que íbamos teniendo, decíamos: «Bueno, acá quizás conviene filmar un poquito más. Agregar otra escena que explore mejor este personaje, darle otra faceta…». Pero gran parte de la escritura fue saber qué tirar a la basura. Originalmente, era un guion inabarcable. Si bien hay muchas locaciones en la película, eran muchas más. Hubo un trabajo de desecho que fue una parte muy importante de la escritura: saber qué tirar y con qué convenía quedarse. La película se va mucho por las ramas, pero siempre se basa en que haya algo que importe.
—Muchas veces, es el trabajo con la temporalidad lo que origina la comicidad. ¿Qué relación hubo entre el montaje y el humor?
—Andrés Medina y Ana Godoy, quienes trabajaron el montaje, encontraban el punto justo para cortar donde fuera efectivo. Hay algo instintivo en eso: saber dónde dejar las situaciones y cuándo volver. Pienso en la escena del personaje de Paula Grinszpan hablando en el casamiento, en la que no se da cuenta de que está siendo un poco pesada; volvemos a ella y sigue en la misma. Ana es muy graciosa de por sí, tiene muchos chistes por minuto. Hay algo de querer hacernos reír que funciona muy bien por nuestra dinámica.
—Como en muchas de las mejores comedias, la tristeza se articula en el corazón de la historia, se accede a esa tristeza desde el humor, como una suerte de sanación. ¿Cómo es que la comedia, en este caso y en general, puede servir de modo terapéutico?
—Creo que la risa es una reacción inconsciente cuando reconocés algo como verdad. Uno se ríe de lo que entiende como cierto. Incluso uno se sorprende de aquello de lo que se ríe. Sí, hubo algo un poco terapéutico de mi parte en alivianar una mochila con «bueno, hagámoslo gracioso», ablandar a un posible espectador con la risa para entender de dónde viene todo. Hay una causa real y dolorosa de donde esto emerge; si bien es muy lindo y divertido, ambas cosas son reales: es gracioso y también es triste. Eso me gusta.
—A veces, algo es gracioso justamente por lo doloroso que es. Por ejemplo, en todos los encuentros con el ex y en el clímax frente a los miembros de la fiesta, el humor articula algo sumamente triste. Esa incomodidad, por el tono en que se muestra, es lo que nos da gracia cuando podría tratarse de una tragedia.
—Ambas situaciones tienen el factor humillación: él queda expuesto. Que toda la gente con la que creció lo vea en esa situación es algo muy fuerte. Es gracioso, pero entendés que no tendrá unos buenos días después [risas].
—Me llama la atención este interés respecto a la humillación, la intención de encontrar ahí el humor. ¿Qué te atrae de ponerte en esas situaciones?
—Es que el hecho de que el personaje esté humillado te facilita mucho. Tenés algo para actuar, y además es algo incómodo. Cuando tenés un personaje que no lee las situaciones, eso te da una razón para interpretarlo: «Ah, acá estoy siendo un tarado». No hay nada mejor para mí, como actor, que un personaje que está evadiendo lo que pasa. Es una misión de todas las escenas: hay algo que no puede ver, no puede entender y no está logrando leer, ni sabe cómo se ve desde afuera. Esa actitud es algo divertido de actuar y de ver, o, por lo menos, es el tipo de personajes que a mí me interesan: gente que no se percibe muy bien. Eso me parece precioso.
1. Arturo a los 30 podrá verse este sábado 4 y domingo 5 de noviembre a las 21.30 en las salas de Cinemateca.