Como algunas de sus otras películas –con asuntos tan variados como los que ocupan La conquista del honor, Sully y 15.17 Tren a París–, la realización número 38 de Clint Eastwood está basada en hechos reales. Todas ellas tratan del heroísmo, ya sea casual o fruto impensado de una personalidad particular pero ligada a las virtudes consideradas “americanas”. Richard Jewell fue el guardia de seguridad que, durante un espectáculo musical que se desarrollaba en el marco de los Juegos Olímpicos de Atlanta, en julio de 1996, descubrió una mochila sospechosa y alertó a la policía y a quienes conducían el show. Una bomba casera explotó muy poco después, lo que causó la muerte de una persona y heridas en más de cien. Pero la cantidad de víctimas hubiera sido infinitamente mayor sin la oportuna intervención de Jewell, quien automáticamente fue convertido en héroe por la prensa y la población. El caso es que esa gloria duró un par de días, porque de héroe pasó a ser el sospechoso principal, según el razonamiento del Fbi, y casi a enemigo público número uno, dado que el agente encargado de conducir la investigación le dio el dato a una periodista poco escrupulosa, que logró así el artículo de su vida.
Se sabe: la mitología del héroe forma parte del “sueño americano”. Héroes los del May-flower, héroes los que conquistaron el oeste, héroes los de la Guerra de Secesión y los de todas las otras guerras en que participaron soldados estadounidenses, héroes los policías que corren a los ladrones y los astronautas que llegan a la Luna. A tal punto forma parte que los cerebros de los servicios llamados “de inteligencia” descubrieron que el deseo de ser un héroe, o ser tomado como tal, puede estar en la raíz de los crímenes terroristas. Esa es la base en la que el Fbi sustenta sus sospechas sobre Jewell. Y esa mitología que se muerde la cola es lo que, seguramente, tentó al veterano Eastwood a recrear la historia de ese hombre que soñó, vivió y padeció, todo junto, los efectos de ese sueño redentor de todas las pequeñeces.
Y Jewell es un hombre pequeño, no de tamaño (es gordísimo), pero sí de cerebro. Es como un niño en un cuerpo inflado (impresionante Paul Walter Hauser) que cumple meticulosamente sus tareas, siempre con el propósito de llegar a formar parte de la policía, siempre pensando en estar “del lado de los buenos”, protegido por su madre (Kathy Bates), con la que aún vive, a los 33 años. El filme presenta de entrada al personaje en un par de secuencias –una en la que entabla una relación con un sorprendido abogado (Sam Rockwell), otra en la que su celo profesional exaspera al rector de una universidad–, de modo que, a diferencia del Fbi, el espectador está seguro de la inocencia de Jewell y queda pronto para sufrir con él el acoso del circo mediático y de los agentes. Con ese estilo clásico y sobrio que ha llegado a manejar a la perfección –casi sin primeros planos, con una iluminación, si se perdona el oxímoron, ensombrecida–, Eastwood desarrolla la historia de manera lineal, con algún mínimo flashback correspondiente a sueños del protagonista, con un humor en sordina que aliviana un relato en esencia amargo y una atención especial en el diseño de los caracteres que hace jugar en la pantalla. Jewell y su estolidez se roban las escenas, pero, asimismo, la madre, el abogado y su secretaria, la periodista (Olivia Wilde), el agente empeñado en hundirlo (Jon Hamm) y otros personajes con intervenciones menores tienen su perfil, su definición precisa en los sucesos de la trama.
Es una trama que, sin énfasis, simplemente mostrando, apuesta por la inocencia frente a la soberbia (la de creer que se sabe todo, el Fbi; la de creer que se puede todo, la prensa). Con casi 90 años, Clint Eastwood se mantiene no sólo como el último clásico del cine norteño, sino también como un enigma particular: ¿qué hace en la convención republicana quien filmó cosas como Cartas desde Iwo Jima y Gran Torino? Ya sé, el mismo dilema con John Ford. Lo que pasa es que preferimos los relatos que “cierran”. Como en las películas de Eastwood y John Ford.
1. El caso de Richard Jewell. Clint Eastwood, Estados Unidos, 2019.