Héroe inconquistado - Semanario Brecha
Centenario del Ulises de Joyce

Héroe inconquistado

Este año se cumplieron los 100 años de Ulises, la monumental novela de James Joyce. Ya surgió con el aura de obra maestra y como uno de los hitos de la modernidad literaria, y ese estatus se prolonga en una infinidad de análisis y abordajes, en un culto que no cesa.

James Joyce retratado en 1915 por Alex Ehrenzweig. WIKIPEDIA

Para escribir esta nota lo leí por cuarta vez. Esa cantidad de lecturas no me hace más que un aspirante a aprendiz de aficionado entre los ulisólogos. Estos dieron vuelta el espeso volumen examinando, comparando, recogiendo referencias para prácticamente cada palabra. La bibliografía existente es inabarcable, pero se puede dar una idea de la cantidad de materiales que existen haciendo un recuento de algunos sitios web especializados en el tema. Para nosotros, los aficionados, la página Ulysses Guide, emprendida por Patrick Hastings, es una introducción magnífica, en una escritura muy accesible, a cada capítulo del libro y a varios otros detalles. En el otro extremo, para los estudiosos muy avanzados, el James Joyce Digital Archive incluye transcripciones de cada uno de los estadios de la escritura, publicación y revisión de cada capítulo, junto a algunas cartas en las que Joyce discutió algunos de sus aspectos. El sitio The Joyce Project contiene el texto completo, con hipervínculos en cada nombre de personaje, cada lugar real aludido (vinculándolo con fotos, dibujos, mapas y esquemas) y el posible simbolismo o implicancia interpretativa de cada detalle, aclarando las muchas referencias eruditas del texto. Para dar una idea, nomás los 248 caracteres del primer párrafo (unas cuatro líneas) se multiplican en 14.544 (unas 170 líneas) de explicaciones y comentarios. El sitio incluye también una cronología de todos los eventos mencionados en el texto, desde la muerte de Moisés en tiempos antiguos. Por su parte, Joyce’s Ulysses Concordances cuenta cuántas veces aparece cada palabra en el Ulises (the, por supuesto, es la campeona, con 14.955 incidencias; us y never empatan, ambas con 252). A su vez, cada palabra incluye un hipervínculo a sus ubicaciones en el texto.

El culto al Ulises puede lucir como una versión erudita de la afición de los fans de Harry Potter por revolverse por las minucias de Hogwarts, o de un grupo de otakus por su manga preferido. Todos los 16 de junio, en distintos lugares, se festeja el Bloomsday para celebrar las peripecias del personaje principal, Leopold Bloom, el 16 de junio de 1904. El Bloomsday es especialmente movido en Dublín, donde transcurre la acción. Allí, en 2004, se reunieron 10 mil personas para un típico desayuno irlandés. Año a año, se hacen dramatizaciones con actores vestidos en trajes eduardianos; aparte de lecturas de fragmentos de la novela, en algunas ocasiones se hacen lecturas maratónicas del libro entero, con duración de entre 30 y 36 horas. El Bloomsday se celebra también en otros países, e incluso hubo un evento global en Twitter, en 2011, en el que distintas porciones del libraco fueron condensadas en tuits de 140 caracteres. Por supuesto, en Dublín, cada lugar en el que transcurre alguna de las escenas del texto tiene una placa y hay excursiones turísticas regulares para recorrerlos; también existen dos CD editados que compendian todos los temas musicales mencionados en el libro. El Davy Byrne’s Pub, en 21 Duke Street, Dublín, debe haber hecho fortunas nomás vendiendo sándwiches de queso gorgonzola con vino borgoña, el frugal almuerzo de Bloom en ese local. Y podría seguir y seguir.

OBRA MAESTRA DESDE SIEMPRE

La obra previa de James Joyce (1882-1941) era curiosamente dispersa: un poemario (Música de cámara, 1907), un libro de cuentos (Dublineses, 1914), una novela (Retrato del artista adolescente, 1916) y una obra teatral (Exiliados, 1918). Las dos obras en prosa, Dublineses y Retrato del artista adolescente, consagraron al autor como un narrador sumamente original e innovador, con un manejo del idioma pocas veces igualado y amparado en una erudición excepcional. Unido a Nora Barnacle, su compañera de por vida, Joyce dejó Irlanda en 1905. Vivió por largos períodos en Trieste, Zúrich y París, además de otros más breves en algunas otras ciudades europeas. Pasó toda la vida peleando por la plata.

Ulises fue escrito entre 1914 y 1921. A partir de 1918, varios de sus capítulos empezaron a aparecer en la revista literaria estadounidense The Little Review. Esos adelantos causaron expectativa, pero también escándalo, porque el libro contiene referencias sexuales muy explícitas, es muy franco con respecto a las fantasías y no tiene pudor alguno para mencionar la caca, el pichí y las flatulencias. En el episodio conocido como «Nausicaa», Bloom se masturba en la playa mientras mira a lo lejos a una muchacha que, percibiendo su mirada, siente un disfrute exhibicionista y lo atiza mostrándole la pierna. «Nausicaa» terminó provocando la censura de Ulises, imputado por obscenidad, en Estados Unidos y en Inglaterra. Como suele ocurrir, la censura, si bien cercenó el potencial de lucro del lanzamiento, encendió aún más la curiosidad sobre la novela. El libro terminó siendo editado en París por Sylvia Beach, propietaria de la librería Shakespeare & Company, centro de difusión de literatura anglófona en la capital francesa. Joyce era un frecuentador asiduo y, según recuerdos de Beach, la barra de jóvenes literatos habituales del local, incluido Hemingway, lo trataba como a un dios. Dado el tamaño del libro y la enorme complejidad de tipearlo y revisarlo, la edición costó carísima, y solo se pudieron hacer 1.000 ejemplares. Buena parte de estos fueron comprados por especuladores. Un ejemplar de esa edición se estima actualmente en 100 mil dólares y, al momento de escribir este artículo, hay uno en el sitio de remates Biblio, firmado por Joyce, a 1.250.000 dólares. Un marido escandalizado tiró a la estufa el ejemplar que la esposa había comprado, y me puedo imaginar a sus descendientes clavando agujas en el retrato de ese imbécil por la plata que se perdieron. Siguieron pronto otras ediciones, pirateos, contrabandos, requisas, quemas de ejemplares. En 1934, el libro fue liberado en Estados Unidos; en Irlanda lo sería recién en la década de 1960.

INTENTOS DE DESCRIPCIÓN

Ulises es el nombre latino de Odiseo, el personaje principal de la Odisea de Homero. En ese poema épico, luego de la guerra de Troya, Odiseo, rey de la isla de Ítaca, emprende el regreso. El viaje se complica de múltiples maneras con naufragios, monstruos y hechiceras. Mientras tanto, Penélope, la esposa de Odiseo, resiste los avances de una serie de pretendientes a su lecho y a su trono. Telémaco, el hijo veinteañero de ambos, viaja para intentar obtener noticias del padre. Cuando Odiseo regresa, luego de 20 años de ausencia, se junta con Telémaco y ambos diezman a todos los pretendientes en un showdown glorioso. El rey se reúne con la reina y todo indica que serán felices para siempre.

En Ulises, toda esa épica está traída a lo prosaico. En la Dublín de 1904, Leopold Bloom, el protagonista, es un publicista de 38 años. Desde el traumático fallecimiento de su bebito de 11 días hace diez años (la duración de la guerra de Troya), no tiene sexo con su esposa, Molly. Los diez años del viaje de Odiseo aquí son un día en la vida de Bloom, que se relata desde que se va de casa en la mañana del 16 de junio hasta que regresa en la madrugada del 17. Los distintos puntos del Mediterráneo recorridos por el héroe homérico se concentran, en la novela joyceana, en la ciudad de Dublín. Telémaco aquí es Stephen Dedalus, alterego de Joyce, quien, como él, tenía 22 años en junio de 1904. Amigo del padre de Stephen, Bloom tiene sentimientos protectores, paternales, hacia el joven, y va a su rescate al enterarse de que el muchacho está haciendo macanas, alcoholizado, en la zona prostibularia de la ciudad. El breve encuentro entre ambos en la madrugada funciona como el clímax de la novela. El procedimiento intertextual es continuo: si en la Odisea el héroe desciende a los infiernos, en Ulises Bloom comparece al entierro de un conocido; si Odiseo pelea contra el cíclope, Bloom padece el bullying de un borracho pesado en un pub. La visita de la diosa Atenea a Telémaco en la casa real de Ítaca es, ahora, la llegada de una vieja vendedora de leche a la torre donde reside Stephen. El venerable y sabio Néstor es, en Joyce, un mediocre director de escuela que imparte consejos banales. Mientras Penélope aguardaba fiel a su marido, Molly Bloom aprovecha la ausencia de Leopold para acostarse con otro.

Joyce eligió 1904 porque fue el último año en que residió en Dublín, escenario de todos sus relatos de ficción. La velada del 16 para el 17 de junio fue la de su primera salida con Nora, que tuvo como momento cumbre una paja que ella le hizo en la madrugada: ese gran evento de su vida personal fue homenajeado con la fecha elegida para el Bloomsday. La última visita de Joyce a Dublín se dio en 1912; pensando en eso, resulta asombroso el detallismo de su reconstrucción de cada calle, cada local, cada recoveco de esa ciudad que, simultáneamente, amaba y despreciaba. Es posible mapear y cronometrar en forma verosímil cada una de las actividades y trayectos de Leopold y Stephen, y no son solo ellos: están también las varias decenas de personajes con quienes se cruzan, todo apoyado en un esquema riguroso que da cuenta de los desplazamientos de todos por la ciudad durante las aproximadamente 19 horas en las que se extiende el relato, cuidando la coherencia de quién contó a quién que vio tal cosa en qué lugar y a qué hora. En el capítulo 1, a las 8.15 horas, Stephen contempla determinada nube curiosa en el cielo. En el capítulo 4, en otro punto de la ciudad, pero también por la mañana temprano, Leopold alza la vista y observa la misma nube.

Una vez que la novela da cuenta no solo de lo que hacen y dicen los personajes, sino también de qué piensan, fantasean y recuerdan, hay mucho de la acción que remite a momentos del pasado, y aquí entra un juego de compatibilidades aún más amplio, que involucra las biografías bastante detalladas que Joyce inventó para cada uno o tomó prestado de sus prosas anteriores, una vez que Ulises conforma un universo común con Dublineses y con Retrato del artista adolescente, texto en el que acompañamos la vida de Stephen Dedalus desde la infancia hasta su veintena. Los personajes ficticios, además, se entreveran con algunas personas que efectivamente existieron y que aparecen con sus nombres reales de acuerdo a qué era de sus vidas en 1904.

Ese relato hiperrealista se superpone a todo un juego formal. Son 18 capítulos dispuestos en tres partes. En la primera parte (tres capítulos), seguimos a Stephen desde que se despierta a las 8 de la mañana hasta el mediodía. En la segunda (12 capítulos), volvemos a las 8 de la mañana y ahora seguimos las peripecias de Leopold hasta la medianoche, con algunas derivaciones en las que agarramos, aquí y allá, lo que está pasando al mismo tiempo con Stephen y, eventualmente, con otras personas. La esperada reunión de los dos protagonistas se da al final de esa parte. Los tres capítulos finales dan cuenta del rato que pasaron juntos madrugada adentro; luego Stephen se va y Leopold se echa a dormir. Curiosamente, el capítulo final está centrado en Molly, en un típico gesto joyceano de concluir por el costado.

Si bien los capítulos no están titulados ni numerados, se estableció el hábito de designarlos por los episodios del poema homérico a los que corresponden, por eso escribí, más arriba, sobre «Nausicaa». Pero, además de la referencia al episodio de la Odisea y de su traslación prosaica en la novela, cada capítulo tiene una personalidad pautada por determinados colores, cierta técnica literaria, referencias a determinada ciencia o arte, determinado significado, determinado órgano del cuerpo y un conjunto de símbolos. Sabemos todo eso gracias a las explicaciones que Joyce brindó en cartas a algunos amigos y que no tuvo problema en que se difundieran.

Los primeros capítulos lucen más o menos normales al ojo. Son relatos bastante lisos, de una veintena de páginas cada uno, en los que párrafos de extensión habitual se encuentran salpicados con algunos diálogos, la cita de unos pocos versos de algún poema o la transcripción de una carta, es decir, con la apariencia de una ficción común. Si entramos al texto mismo, encontramos que la narración objetiva, en segunda persona, se alterna, sin la mediación de explicaciones, con «imágenes mentales» de los personajes, que transgreden la prosa académica con frases incompletas, a veces agramaticales, asociaciones de ideas y palabras inventadas. A partir del capítulo 7, hecho de episodios breves encabezados con titulares de estilo periodístico, empiezan los cambios más radicales. En el capítulo 9 aparece un sistema de partitura de un canto gregoriano (medieval). El capítulo 10, punto central de la novela, es como una miniatura de la novela entera: está integrado por 18 episodios breves y, en cada uno, acompañamos a un personaje distinto, en una especie de modelo de funcionamiento de la ciudad en el que algunos personajes ven de lejos eventos que, luego, en algún episodio subsiguiente, seguiremos en detalle desde adentro. En la coda, el desfile del virrey por Dublín pasa por delante de la casi totalidad de los personajes que acompañamos en el capítulo.

En el capítulo 11, vinculado a la música, el lenguaje colapsa en párrafos brevísimos de una o dos líneas, onomatopeyas y una gramática desarticulada pero recargada de juegos sonoros: «Chips, picking chips off rocky thumbnail, chips. Horrid!», que en la traducción quedó como «Astillas picoteando astillas de la pétrea uña del pulgar, astillas». El capítulo 13 está integrado por unos párrafos larguísimos alternados con otros de una sola línea, algunos de ellos con un solo monosílabo, generando intervalos abruptos en el bloque masivo de letras. El capítulo 15 luce como un texto teatral, con los nombres de quienes hablan, sus parlamentos y las indicaciones escénicas. Con casi 200 páginas, rompe toda proporción con el resto del libro. El capítulo 17 tiene formato de preguntas y respuestas, y el último es una chorrera de palabras sin signos de puntuación y solo seis saltos de párrafo.

A veces el texto plantea ciertas dificultades básicas de comprensión. Por ejemplo, las intervenciones mentales suelen ser, en un intento de emulación del pensamiento, fragmentarias, y uno necesita mucha atención (o múltiples lecturas del libro) para ir agarrando, de esos retazos de ideas y opiniones, el recuerdo de algún episodio del pasado de un personaje, o la manifestación de alguna obsesión o rasgo de personalidad. Nada nos asegura qué son esas intervenciones, y quedan márgenes de duda, más o menos discutibles, sobre qué personaje es quien está pensando. El dispositivo narrativo es inestable y con frecuencia transfiere tareas a algún personaje: el capítulo 12 está narrado por un frecuentador no identificado del pub, en un lenguaje terraja y con expresión de opiniones prejuiciosas, y el 18 es como el flujo de pensamiento de Molly en la cama luego de que Leopold se acostó a su lado. A veces un pasaje, sin estar narrado por un personaje, empatiza con su personalidad, como ocurre con Gertie, la jovencita de «Nausicaa». El episodio asume un lenguaje y preocupaciones característicos de las condescendientes revistas femeninas de entonces, con sus consejos prácticos para la belleza o las tareas domésticas alternados con banalidades. En la obra de teatro que es el capítulo 15, los fragmentos en los que tenemos un relato más o menos verosímil de lo que puede estar sucediendo transitan, sin aviso, hacia momentos de absurdo en los que aparecen personas que ya murieron o que claramente no podrían estar ahí. Las campanas dicen «ding dong» y también hablan unas guirnaldas y una catarata. Una prostituta de pronto se masculiniza y ejerce un dominio sádico sobre un Leopold feminizado.

El establecimiento de un principio formal nunca es liso o continuo. Los procedimientos siempre interfieren unos sobre los otros y se requiere esfuerzo intelectual para discernirlos. El capítulo «Las rocas errantes», el del resumen de los 18 episodios, tiene unas interpolaciones inexplicables de unas secciones en las otras, especies de flashforwards o flashbacks de cosas que aparecen en otras de las secciones. En «Cíclope» (capítulo 12), la narrativa del frecuentador del pub está intervenida por interpolaciones paródicas que evocan, respectivamente, narrativa medieval, religiosidad hindú, lenguaje jurídico, crónica de casamiento pituco, crónica de evento religioso. Entre los personajes frecuentadores de un entierro están Grandjoker Pokethnakertscheff, el conde Karamelopoulos y un alemán cuyo cargo es nationalgymnasiummuseumsanatoriumysuspensoriumsordinarioprivatdocentgeneralhistoriaspecialprofesordoctor (traducción mía), entre una serie de enumeraciones sin sentido y manifestaciones de un humor entre archirrefinado y sumamente pueril.

Quizá el capítulo que tiene más niveles estructurales sea el 14, que transcurre en la maternidad en la que una amiga de Bloom está teniendo un parto difícil. Mientras Leopold charla con amigos en la sala de espera, la narrativa, bajo pretexto de emular el desarrollo de un embrión, conforma una especie de historia de la literatura, aludiendo de distintas maneras a la idea de fertilidad. El capítulo empieza con una imitación de encantamiento pagano prehistórico, pasa por parodias de textos medievales, Milton, Defoe, Swift, Sterne, Dickens y otros, y termina en una prosa informal en slang irlandés.

ALGUNAS IMPLICANCIAS

«Puse tantos enigmas y acertijos que voy a mantener a los profesores ocupados durante siglos discutiendo qué quise decir», comentó el propio Joyce. La mera maraña de referencias culturales, el esfuerzo requerido para decodificar el texto, entender qué se está relatando, cómo avanza la historia, la cantidad de correlaciones poéticas o intelectuales que es posible hacer contribuyen a la sensación de un libro-mundo en el que la amplitud estilística es una fuerza centrífuga en constante conflicto con la tendencia centrípeta de los rasgos estructurales. La complejidad del texto es una parte del juego de abordar Ulises, y pongo el verbo abordar porque ningún acercamiento mínimamente provechoso puede quedar contenido en el mero acto de leer. Hay que disfrutar de meterse en esa maraña, perderse y asumir que perderse es la prerrogativa para ir distinguiendo, con empeño, algunas de sus múltiples salidas.

Pero no se trata de un mero juego, tomando juego en su acepción más estéril. Hay algo profundamente humano sosteniendo el libro. Luego de transitar los primeros tres capítulos dedicados a Stephen, con su arrogancia, su erudición, sus elucubraciones sobre Shakespeare, de pronto desembocamos en el personaje de Bloom, que es una persona mucho más directa, corpórea, social, amable. Dista de ser un erudito, pero su mente interrogante y vívida se pasa coleccionando datos, buscando las explicaciones de las cosas, pensando soluciones para sí mismo y para el mundo. Una vez que se trata de una cultura asimilada por mera curiosidad en textos de divulgación, comete pequeños errores que pueden pasar inadvertidos para las muchas personas menos ilustradas que él. En esos pequeños equívocos podemos adivinar en Joyce una combinación de ironía sobradora y humilde envidia frente a alguien mucho menos refinado que él –Stephen–, pero probablemente mucho más cercano a la felicidad y, sin dudas, más agradable de tener cerca. Pese a sus relaciones cordiales con todos, es el depositario de comentarios negativos y agresiones debido a que es el hijo de un inmigrante judío húngaro, y la novela da cuenta del creciente antisemitismo que cundía en Europa. Bloom cree en la posibilidad de trascender las identidades y formar una civilización basada en la cooperación mutua según principios éticos y democráticos, pero se topa con el catolicismo conservador y el nacionalismo acérrimo potenciado por la sumisión del país a Inglaterra. Su muy controlada y flemática humillación frente a la relación extramarital de Molly nunca se traduce en odio o afán de venganza.

Ese hombre, sencillo y bien dispuesto, con sus muchos desperfectos, sus dolores, sus dificultades, es a quien Joyce aborda como si fuera un héroe. Su saga de una jornada por una Dublín muy prosaica es, a su manera, una épica. Quizá no sea solo su caso, sino el de cualquier persona, porque la vida de cualquier ser humano, bien observada en toda su complejidad, implica una riqueza inaudita, es como la energía de un átomo. Los pensamientos de los personajes joyceanos, como los de cualquier persona, alternan entre cuestiones trascendentes y otras insignificantes, entre el intento de conceptualización y juegos mentales pueriles, asociaciones absurdas, trabajo, recuerdos, deseos inconfesables, digresiones. Ulises nivela con irreverencia la alta cultura erudita, las referencias mitológicas y teológicas con canciones populares soeces; lo existencial, ecuménico o nacional se equipara con lo estrictamente personal de tres individuos socialmente insignificantes: un joven estudiante sin un mango, un publicista sin demasiada jerarquía, un ama de casa que contribuye a los ingresos familiares con una carrera muy menor como cantante.

De todos modos, Bloom no es cualquier persona. Su disposición especial, su optimismo, su curiosidad son rasgos especiales. En el capítulo «Sirenas», Leopold está en el hotel Ormond y, con cierta incomodidad, ve acercarse a Boylan, quien pasa por ahí justo antes de dirigirse a la casa de los Bloom para acostarse con Molly. Como es sabido que es un mujeriego, alguien anuncia: «Vean al héroe conquistador que llega». La narración comenta: «Entre el carruaje y la ventana, cautelosamente iba Bloom, héroe inconquistado». Es decir, no será un ganador, pero sí es un resiliente, alguien que insiste, interior y exteriormente, en su libertad e independencia, y eso de por sí es una actitud heroica. Unconquered hero: qué expresión más bella.

De la misma manera, Ulises es un texto inconquistado. Frente a la hiperconsciencia característica de la modernidad, de la arbitrariedad de las premisas estéticas, de los criterios de belleza, de las asunciones con respecto a qué es digno de ser plasmado en un texto literario y qué no, Joyce compuso su libro-mundo sin hipocresías, con un sentido de observación de las personas, de la ciudad, de la existencia que solo puede tomarse como un acto de amor, por más que esté carcomido, en varios puntos, por una distancia cínica. Es una de esas incursiones prodigiosas y radicalmente ambiciosas características de las primeras décadas del siglo XX, como las sinfonías de Mahler o la exacta contemporánea (1922) ópera Wozzeck de Alban Berg. Obras-mundo, monumentos a la capacidad humana de componer, de construir y, al mismo tiempo, de abrirse a la infinita diversidad de la cultura.

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