En los últimos años ha habido en el cine documental una explosión de películas que utilizan un punto de vista subjetivo para contar historias políticas. Es como si los cineastas no pudieran hablar del mundo sin explicitar su lugar en él, y en ese gesto reflexivo garantizaran una mirada autoral sobre sus temas. Kollontai, apuntes de resistencia1 no sigue ese procedimiento, pero sin embargo encuentra su enfoque particular, único, en la posición ideológica que toma para establecer su relato de la historia: estamos frente a un cine militante.
La película comienza contando todo el proceso de lucha social que se gestó y afianzó en el Uruguay de fines de los cincuenta y en los sesenta, centrándose en las diversas organizaciones populares participantes y, sobre todo, en la Resistencia Obrero Estudiantil (Roe), que a su vez tenía uno de sus más potentes antecedentes en la Federación Anarquista Uruguaya (Fau). Luego cuenta en detalle la escalada represiva que la sociedad uruguaya transitó hacia la dictadura, culminando en el golpe de Estado de 1973. Lo hace con recursos clásicos muy bien utilizados: una serie extensa de testimonios de protagonistas cuyas voces van armando el relato, reconstrucciones ficcionales y muchísimo material de archivo intervenido en posproducción. Lo exhaustivo de la investigación y la forma en que están montados los materiales recuerda aquella premisa del cineasta Harun Farocki, que decía que una imagen no vale nada por sí misma, sino que lo importante es la relación que establece con la anterior y la que viene después. Es decir, más allá de que algunos archivos ya hayan sido muy vistos en el audiovisual nacional y en la reconstrucción histórica que suele hacerse de la época, lo novedoso e importante aquí es cómo esas imágenes logran construir un sentido completamente nuevo, que está muy lejos de la sensibilidad derrotista, arrepentida o de pretensiones de objetividad que tienen muchos otros intentos. La película se para con certeza y claridad del lado de la lucha popular y cuenta su historia con orgullo, conciencia militante y una profunda pertenencia.
El eje narrativo sobre el crecimiento de las organizaciones sociales y su resistencia a la represión lleva con fluidez la película hacia la fundación del Partido por la Victoria del Pueblo (Pvp), en la clandestinidad y en Buenos Aires, dos años después del golpe de Estado. La realidad de este colectivo, de sus métodos y su impresionante capacidad de trabajo y resiliencia, construye una épica muy diferente a la de los relatos en los que la izquierda progresista del presente ha centrado su apuesta en términos de sensibilidad cultural. Primero porque en lugar de asumir como equivocados los caminos y ejercer una autocrítica destructiva de la generación de los sesenta, la película presenta la maravilla que implicaba la creatividad, la solidaridad, la seriedad, el conocimiento, la organización y la capacidad política con las que contaba un gran sector del pueblo uruguayo. En segundo lugar, tira por la borda el relato oficial de que la dictadura (sobre todo en lo que refiere al período anterior al plebiscito del 80) había destruido toda posibilidad de organización política, y si bien asume que el 76 fue un año terrible de captura, secuestro y desaparición de compañeros del Pvp, se permite reconstruir el profundo sentido de compromiso y decisión que tuvo el final de sus vidas, otorgando su verdadera importancia histórica a ese intento independiente de seguir dando la pelea contra la instalación del modelo cultural y económico del gobierno militar. Por último, no parece casual que esta mirada venga desde Argentina, donde los organismos de derechos humanos han logrado que una gran parte de la población procese de manera muy diferente a la uruguaya su relación con el pasado reciente. La reivindicación de los métodos de lucha de la generación de los sesenta, la necesidad de rescatar sus logros y comprender la complejidad y heterogeneidad de sus ideas políticas, la apropiación militante de sus historias y símbolos como alternativas culturales a una memoria nacional que elige el olvido sistemático, son premisas que Uruguay necesita empezar a hacer propias. Bienvenido un cine que las pone sobre la mesa, las enarbola y las propicia.
- Nicolás Méndez Casariego. Argentina, 2018.