“A las cosas las hacen las opiniones”, escribió hacia 1930 una joven poeta llamada Edgarda Cadenazzi (Montevideo, 1908-1991). Tenía poco más de 20 años, relaciones literarias encerradas en un pequeño círculo –sobre todo con el joven poeta Juvenal Ortiz Saralegui–, tenía una fe algo ingenua en el “arte nuevo” y una gran avidez por otros saberes que se imponían, como el psicoanálisis. Y, sin embargo, ya sabía bien que sin opiniones –es decir, sin crítica– los objetos culturales más bien son invisibles. O no son.
La frase podría trasponerse a su propia experiencia, que se agrega de modo particular a la de los escritores con obra diferida. Decimos, por ejemplo, Kafka, y automáticamente brota un mundo, así se conozcan algunas de sus líneas, muchas de las que pudieron no haber existido si Max Br...
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