A partir del anuncio del palmarés de la 69ª edición del Festival de Cannes, al jurado presidido por el australiano George Miller no han parado de lloverle los calificativos de trasnochado, retardatario, y peores. Que se les paró el reloj hace treinta años –les dicen–, como al propio Ken Loach, quien ya ganó aquí una Palma de Oro en 2006 por El viento que acaricia el prado, premio entonces cuestionado ya como anacrónico. En este 2016, con el nuevo galardón máximo del festival a Loach, es como si se revindicase el retorno a la Edad de Piedra del cine. Así hay que considerar a Yo, Daniel Blake, un filme que mira hacia muy atrás, a las maneras de un Loach que lejos de evolucionar ha ido agrandando los elementos más discutibles de su obra –en un momento estimable– para poner el énfasis en los g...
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