Como a las nueve de la mañana (ventosa, densamente nublada) del domingo, en
el centro de Treinta y Tres hay un aire de ansiedad hiperactiva.
Frente a
la plaza, en el colegio de las monjas, donde me toca votar, hay largas colas en
cualquiera de los tres circuitos. Mi amigo Álvaro Machado, con quien sacamos
juntos la credencial en febrero de 1980, furioso con ciertas claudicaciones de
su partido (el Pvp) quemó la suya
antes de que terminase el siglo pasado: sin embargo, nunca ha dejado de pasarme
a buscar cada vez que hay elecciones, para que juntos y resignados sigamos
sorprendiendo a la presidenta de mesa con la correlatividad de nuestras
credenciales, votando lo mejor que se pueda, y yéndonos luego a hacer un asado
y tomar whisky, olvidándonos poco a poco de la ansiedad por los escrutinio...
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