Cuando, después de manejar cuatro horas desde Conklin por unos 320 quilómetros, Payton Gendron llegó el sábado frente al Mercado Tops Friendly, en Búfalo, llevaba consigo un equipo cuidadosamente seleccionado, adquirido con tiempo y financiado con recursos hasta ahora no aclarados. También fue cuidadosa su selección del sitio: ese distrito postal tiene el porcentaje de población negra más alto en el entorno de la casa de Gendron. La balacera alcanzó a 13 personas, de las cuales diez murieron. Once de las víctimas son negras.
El equipo incluyó un rifle Bushmaster XM-15 de segunda mano, comprado legalmente en una armería de Endicott, Nueva York. El rifle es conocido como del tipo AR-15 y es comúnmente mal descrito como un rifle de asalto o un arma militar. AR no significa assault rifle, sino Armalite Rifle, por el nombre de la compañía que creó esa clase de armas. El mismo tipo de arma se usó en otras matanzas, incluida la de la Escuela Elemental Sandy Hook, en Connecticut, donde un atacante mató a 26 personas en 2012. En un documento largo que las autoridades describen como manifiesto, Gendron indicó: «Hay pocas armas que sean de uso más fácil y más efectivas para matar que las armas de fuego, especialmente el Bushmaster XM-15 que usaré». El documento incluye una fotografía del arma, sobre la que el sospechoso dice: «El temido rifle de asalto 15 de grado militar, que será mi arma principal en este ataque».
Un rifle de asalto o grado militar es el que da la opción de disparo individual o disparo en ráfagas, y ese tipo de armas difícilmente puede adquirirse en Estados Unidos. El rifle de tipo AR es semiautomático (hay que jalar el gatillo para cada disparo) y la legislación de Nueva York limita los cargadores a diez balas. En su manifiesto, Gendron apuntó que hizo una modificación, ilegal en el estado, que permite que el rifle acepte cargadores de mayor capacidad, comúnmente de unas 30 balas. No se ha informado todavía cómo ni dónde el joven adquirió esos cargadores, que, gracias a la diversidad de legislaciones sobre armas de fuego de los estados, pueden comprarse en el vecino estado de Pensilvania por unos 60 dólares.
Gendron pagó 960 dólares por el Bushmaster XM-15, una bandolera para portarlo y algunas cajas de munición. El Bushmaster dispara munición .223 Remington, conocida también como 5.56×45 de la OTAN. Esas balas cuestan entre 75 centavos de dólar –en la versión barata con casquillo de acero que ofrece la firma rusa Tula– y 1,50 dólares por munición con casquillo de bronce.
La Policía indicó que en el vehículo de Gendron había una escopeta y otro rifle, pero no brindó más detalles sobre estas armas. Gendron llevó, asimismo, un casco de tipo militar, elegido, según escribió, porque detiene la mayor variedad de balas, y un chaleco blindado, seleccionado porque también protege contra varios tipos de balas, especialmente las de las armas cortas que con más probabilidad usaría la Policía para detenerlo. El casco puede comprarse por precios que van desde los 400 hasta los 1.800 dólares y el chaleco puede adquirirse por precios que van desde los 350 hasta los 1.200 dólares. El atacante añadió al casco una cámara, con la que transmitió su ataque en vivo y en directo, vía Internet. No se han dado detalles de la cámara, pero esos instrumentos pueden comprarse por un par de cientos de dólares. Los pantalones de fajina con colores de camuflaje y las botas de combate que usó pueden comprarse por menos de 200 dólares.
El diario The Wall Street Journal se tomó el trabajo de contactar a las firmas Franklin Armory, de Nevada, dueña de la fábrica de Bushmaster; Gentex Corporation, que fabrica en Zeeland, Michigan, los cascos de combate, y RMA Armament, de Centreville, Iowa, que produce los chalecos antibalas como el que usó Gendron, para conocer su opinión sobre el ataque en Búfalo. Ninguna de las firmas respondió.
NO HAY PEOR CIEGO
En junio de 2015, un joven inspirado por las nociones de supremacía blanca y nacionalismo, convencido de que está en marcha el genocidio de la raza blanca en Estados Unidos, mató a nueve personas, todas ellas negras, en una iglesia metodista de Carolina del Sur. En agosto de 2017, centenares de supremacistas blancos marcharon en Charlottesville, Virginia, portando antorchas y coreando: «Los judíos no nos reemplazarán». Uno de ellos arremetió con un automóvil contra manifestantes antirracistas y mató a una mujer. En octubre de 2018, un hombre blanco inspirado por la teoría conspirativa del genocidio de los blancos mató a 11 personas en la sinagoga Tree of Life, de Pittsburgh, Pensilvania. En agosto de 2019, un supremacista blanco convencido de que hay en marcha una invasión de inmigrantes latinos mató a 13 personas e hirió a otras 23 en una tienda Walmart de El Paso, Texas.
El informe más reciente del FBI sobre los llamados crímenes de odio mostró que en 2020 estos ataques aumentaron un 14 por ciento, el mayor incremento desde 2001. El 61,8 por ciento de estos crímenes estuvo motivado por el odio hacia la raza, el grupo étnico o el origen nacional de las víctimas; un 20 por ciento, por el odio a la orientación sexual de las víctimas, y un 13,3 por ciento, por la animadversión a la religión de las víctimas.
Como ya es rutina en Estados Unidos, tras el ataque en Búfalo y el ritual de condolencias, oraciones, ofrendas florales y anuncios de investigación, quienes se dicen gente de izquierda –liberales, demócratas y progresistas– repitieron sus demandas por el control de las armas de fuego y quienes se identifican como gente de derecha –conservadores, republicanos y tradicionalistas– insistieron en la inviolabilidad de la sacrosanta Segunda Enmienda de la Constitución y en el argumento de que estos incidentes son casos inconexos, resultado del desbarajuste mental del individuo involucrado.
Mientras tanto, en los últimos años, nociones como la del gran reemplazo, el genocidio de los blancos y la invasión migrante han pasado de los márgenes paranoicos que existen en el espectro político de todos los países al centro del debate público y de la habladera cotidiana de los propagandistas que pasan por conductores de los programas de debate de los medios. El proceso se ha acelerado con el ímpetu que le da Donald Trump, quien, a su vez, se nutre de las aprensiones de un segmento minoritario pero sustancial de la población blanca atemorizado por el cambio demográfico y angustiado por la sensación de que se les pierde su país.
El otrora conocido como Partido Republicano está siendo copado, de forma gradual pero sostenida, por el fenómeno del trumpismo, que se extiende más allá de la lealtad al expresidente y la facilidad con la que se doblegan ante él algunos políticos convencionales. En este trámite, las ideas que otrora se consideraban extremistas ahora se usan a diario, y lo que fuera centro ahora es izquierda y lo que fuera derecha ahora es centro.
LAS CONDICIONES SUBJETIVAS
La Oficina del Censo calcula que para 2045 los blancos dejarán de ser la mayoría en Estados Unidos y pasarán a ser meramente la minoría más numerosa. La idea del gran reemplazo se sustenta en esa cifra y ve en la creciente diversidad demográfica un complot que involucra a los judíos, los liberales, los comunistas, los homosexuales, la globalización y quienes trafican niños para explotarlos sexualmente, quienes, mancomunados, buscan oprimir a los blancos. La diversidad temida incluye las múltiples identidades de género, la proliferación de mezquitas y la percepción de que un relajamiento de la moralidad ha permitido que el aborto sea legal, que las familias se disgreguen y que disminuya el vigor militar y la preponderancia de Estados Unidos en el mundo.
Uno de los componentes de este cóctel ideológico es el etnocentrismo, que define a Estados Unidos como una nación blanca de raíces europeas. Claro, de ciertas raíces europeas: la anglosajona y la nórdica. Otro componente es una interpretación peculiar de la profesión cristiana, que contribuye al etnonacionalismo: el país fue fundado por –y pertenece a– los blancos cristianos y hay una conspiración manipulada por los judíos para librarse de ellos, combinando la baja tasa de natalidad de los blancos y la introducción de inmigrantes que tienen más hijos. Un ingrediente adicional es la ideología que en Estados Unidos llaman libertaria, que en los últimos años se ha propagado con fuerza por América Latina: una defensa acérrima del capitalismo con matices entre la desconfianza, el temor, el repudio y el odio al Estado, especialmente al encarnado por el gobierno federal.
Encuestas recientes muestran que, entre los republicanos, Trump sigue siendo muy popular y tiene el respaldo para, si así lo quiere, ser candidato presidencial en 2024. Pero muchos extremistas de derecha, incluido el sospechoso en la matanza de Búfalo, no confían demasiado siquiera en este segmento asustado del electorado, que envejece, y están prestos para la acción directa, el gesto monumental, la chispa que incendie la pradera. Estos extremistas creen, usando la vieja jerga comunista, que están dadas las condiciones objetivas para una guerra civil y que todo depende de las condiciones subjetivas y la determinación de los valientes.
Los votantes republicanos que todavía creen que su partido existe se rehúsan a ver esa realidad. Repudian a los responsables de las matanzas y los consideran enfermos mentales, al tiempo que quienes incitan a la división y lucran políticamente con el temor siguen ganando terreno entre los escombros del Partido Republicano. El truco central del trumpismo es fomentar el descontento, algo en común con los movimientos nacionalistas, supremacistas y populistas de otras partes del mundo. Trump recorre Estados Unidos sin molestarse en ofrecer soluciones a los problemas del país. Su gestión es más simple: todos los problemas son culpa de alguien: de los demócratas, de los liberales, de los inmigrantes, de los musulmanes. Es una fórmula bien probada: Adolf Hitler no creó un partido político, sino que se apropió de uno existente, y la política del miedo ante la supuesta amenaza judía le redituó éxitos aun cuando en 1933 los judíos eran menos del 0,75 por ciento de la población de Alemania.
CONTAGIO
En julio de 2011, un extremista de derecha detonó en Oslo una bomba que mató a ocho personas y se dirigió a la isla de Utoya, donde mató a otras 69, en su mayoría miembros de la Juventud del Partido Laborista. En marzo de 2019, un extremista islamófobo adepto a las teorías del gran reemplazo y el genocidio de los blancos mató a 51 personas en ataques contra dos mezquitas en Christchurch, Nueva Zelanda. El atacante transmitió en vivo, por Internet, parte de su asalto y publicó un manifiesto en el que cita como inspiración al atacante de Utoya y de la iglesia metodista de Carolina del Sur. En su propio manifiesto, el atacante de Búfalo cuenta cómo descubrió en Internet un video de 17 minutos de la matanza en Christchurch, varias veces cita literalmente el panfleto del atacante de Nueva Zelanda e, incluso, plagia secciones enteras que hacen referencia al genocidio de los blancos y revelan una obsesión con las tasas decrecientes de natalidad en Occidente.
En una entrevista con Nexstar Media Wire, Jon Lewis, un académico en el Programa sobre Extremismo de la Universidad George Washington, opinó que los individuos que cometen estos actos de racismo violento buscan no solo que se les recuerde, sino también que otras personas que comparten sus ideas copien el acto violento. «Quieren que alguien diga: “¿Sabes qué? Si este tipo puede hacerlo con un par de miles de dólares y un mapa hacia el mercadito, sin una instrucción militar real, entonces yo también puedo hacerlo”», dijo. «La meta de estos tipos es la violencia y a menudo no son muy selectivos acerca de quién la usa. Solo quieren más violencia, porque, en sus mentes, esta provoca más violencia y ellos esperan ser quienes hacen el acto más violento, para así poner en marcha lo que ven como el colapso de todo el sistema», agregó.