Desde el título se alude al juego que el adolescente Elio (Thimothée Chalamet) establece con Oliver (Armie Hammer), estudiante estadounidense en tren de preparar su doctorado en cultura grecorromana, en suelo italiano, con el padre del primero. Ambos, en ocasiones, cuando se llaman, intercambian sus nombres a lo largo de este relato ambientado en los comienzos de la década del 80 en los bellos paisajes montañeses del norte, en medio de un cálido clima familiar en el que siempre hay lugar para los amigos. Hasta que conoce a Oliver, Elio parece sentirse atraído por las chicas, pero el entendimiento que surge con el visitante, el cual, además, se aloja en su casa, abre para él un mundo nuevo e inesperado que, al principio, lo asusta y rechaza, hasta que, dada la correspondencia que le manifiesta Oliver, acaba por aceptar con imprevista intensidad.
Para contar este romance contra la corriente que cambia la vida de Elio, el itálico Luca Guadagnino –a partir de una novela de André Aciman, adaptada por James Ivory– elige un tono deliberadamente moroso que le sirve para reflejar no sólo el buen ambiente que reina en el acogedor sitio, sino también la firmeza de los lazos familiares que aflora en los pequeños gestos de unos y otros. Todo un marco entonces para destacar la crisis que, junto a los arranques de felicidad, enfrenta el jovencito, el cual, en esos precisos momentos, se encontraba en el trance de iniciar un noviazgo con una de sus amigas de los alrededores. La descripción de dicha situación, como era de esperar, involucra, asimismo, a Oliver, quien, a pesar de ser unos años mayor que Elio, ha tratado de mantener una imagen que de ninguna manera pudiera dar lugar a que se le viera compartir lazos sentimentales con su anfitrión.
La pintura del lugar en donde transcurre la acción, con la fidelidad y la discreción del caso, incluye elocuentes referencias al verano itálico al cabo del cual se desarrolla la acción y, por supuesto, al núcleo humano –vale la pena destacar la figura de la comprensiva madre de Elio– que rodea a la pareja. Un gran mérito de Guadagnino radica en el manejo de los detalles que anteceden sin perder de vista los tonos cotidianos, la alusión al paso de las horas y los días, y el marco geográfico que circunda un asunto en el que, dada la mezcla de personajes de distinto origen, los diálogos en italiano se ven interrumpidos por frases en inglés o francés con la mayor naturalidad. A lo largo de toda la historia, el realizador, sin embargo, se las arregla siempre para dejar en claro los rasgos contradictorios de los seres humanos, rasgos que a Elio –como le sucedería al propio espectador– lo empujan a tomar decisiones y asumir actitudes que transforman su vida. Su propio padre (Michael Stuhlbarg), cerca del final, se refiere al tema con sabiduría, aportando así una reflexión a propósito de este relato de crecimiento personal que recuerda los logros alcanzados por nombres como los de Claude Autant-Lara en El trigo joven (Le blé en herbe, 1953) y Robert Mulligan en Verano del 42 (Summer of ’42, 1971). En la presente ocasión, los primores de la fotografía de Sayombhu Mukdeerprom y el desempeño de un elenco de primerísima línea, encabezado por el estupendo Chalamet, colaboran con Guadagnino para corroborar que, por más que las circunstancias varíen allá o aquí, sería muy raro encontrar en la platea a alguien que no se sienta tocado por alguno de los detalles que desgrana esta sensible película.
Call Me by Your Name. Italia/Francia/Brasil/Estados Unidos, 2017.