El salvadoreño Carlos Dada publicó a fines de 2023 el libro Los pliegues de la cintura (Libros del K.O.), una recopilación de crónicas escritas entre 2010 y 2021 que ayudan a entender la Centroamérica de inicios de este siglo, una región que sobrevive entre la pobreza, el narcotráfico, los autoritarismos, la violencia y la impunidad. Dada, fundador y actual director de El Faro, uno de los medios más importantes en español de la actualidad, habla en esta entrevista sobre la situación de El Salvador, la persecución de la que ese periódico ha sido víctima de parte del régimen de Nayib Bukele y de cómo el autoritarismo triunfa allí donde la democracia no logra atender las demandas más urgentes de la ciudadanía.
—Los pliegues de la cintura tiene textos escritos y publicados hace ya varios años. ¿Hubo algún proceso de revisión o de reedición para el libro?
—Hubo un proceso de limpieza mínima, pero sobre todo hubo un ejercicio de curaduría. Este libro no está concebido como una antología de crónicas mías, está concebido como el retrato de un momento que ayude a explicar este, que es el siguiente momento en Centroamérica. Como toda esta etapa autoritaria, toda esta etapa de desmantelamiento de la democracia se nos vino de sorpresa y nos está costando digerirla; haciendo una reflexión, preguntándome cómo fue que llegamos hasta aquí, dije: «Hombre, pues la mejor manera de explicarlo es mediante el paso anterior, qué pasaba antes de esto». Y eso me llevó a pensar en la idea de este libro como una colección de crónicas de ese momento anterior que ayudaran a explicar todo eso que no funcionaba cuando vivíamos en la democracia que nos habían prometido que nos iba a solucionar todo.
—Decís que lo de Nayib Bukele los tomó por sorpresa. ¿No había señales de que estaba yendo hacia un gobierno autoritario? ¿Nunca se esperaron, por ejemplo, los ataques feroces contra El Faro?
—Mira, es que no es la hostilidad contra El Faro lo que nos ha tomado por sorpresa, es el desmantelamiento fulminante de nuestra institucionalidad democrática. No es la primera vez que recibimos amenazas, no es la primera vez que un presidente públicamente nos declara la guerra. Ya lo había hecho [el entonces presidente] Mauricio Funes [2009-2014], que en todos sus programas dominicales durante su último año de gobierno nos acusaba de cualquier cosa.
Lo que hace diferente a Bukele –empiezo por lo menos importante, que son los ataques a nosotros– es que él controla todas las instituciones del Estado, que ya no hay contrapesos en El Salvador, que ya no tenemos garantías ni derecho a la legítima defensa. Esta es la gran diferencia, pero no la naturaleza de los ataques, sino la concentración de poder, que tiene que ver con lo otro, con lo que de verdad nos tomó por sorpresa. Es cierto que Bukele, si uno ve para atrás, ya mostraba algunos síntomas de su autoritarismo, de su renuencia a dialogar, de su intolerancia. Voy a hablar aquí particularmente de mí porque no puedo hablar en nombre de los salvadoreños. A mí lo que me tomó por sorpresa no fue el ejercicio político autoritario de Bukele, fue la incapacidad de nuestras instituciones democráticas de ponerle freno, de ponerle límites.
—En el prólogo del libro decís que la gente había dejado de «creer que nuevos gobernantes podrían cambiar tanto las cosas como para que alcanzaran incluso para cambiar sus vidas». Y viéndolo de afuera parecería que Bukele es un gobernante en el que la gente de El Salvador cree.
—Por supuesto, si eso no sucedía antes es porque los políticos no habían sido capaces de solucionar las cuestiones más urgentes en la vida de esta gente. Bukele les ha sacado a las pandillas de sus comunidades, que no es poca cosa, es el cambio más trascendente en las vidas de miles de salvadoreños en 30 años. Desde la firma de los acuerdos de paz [entre el gobierno y la guerrilla Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, en 1992, tras más de una década de guerra civil], nada ha transformado tanto su vida como esto. Después podemos discutir todo lo demás, pero esta es la explicación original de la popularidad de Bukele, popularidad que va avanzando en América Latina, porque América Latina está llena de gente igual que los salvadoreños, con necesidades urgentes que los políticos tradicionales no les están satisfaciendo. Y si llega alguien a decirles que les va a solucionar sus males, no importa cómo, pues no podemos exigirle a alguien que vive con esas necesidades urgentes que refrende su compromiso con la democracia. La democracia es un concepto absolutamente abstracto en la vida de las personas que tienen una pistola en la cabeza.
Ahora que un montón de poblaciones en América Latina están llegando a situaciones límite, les parecen muy atractivas las promesas de mano dura como solución a sus males. Y por eso es que la popularidad de Bukele ha trascendido los 21 mil quilómetros cuadrados que mide mi paisito. Ahora es el presidente más popular en América Latina.
—Porque además hay algo muy interesante para analizar, que no pasa solamente en El Salvador, que es la idea de que la gente está dispuesta a perder «calidad democrática» y renunciar a un montón de derechos a cambio de que le garanticen su seguridad.
—Por supuesto, pero esto además es lo más natural del mundo. El problema es que nosotros, los privilegiados, los que no hemos vivido con esa pistola en la cabeza, los que podemos darnos el lujo, porque tenemos además el espacio para reflexionar sobre la democracia, nosotros también sabemos qué sucede cuando tumbas la democracia. Y nosotros sí estamos obligados a asumir esa consecuencia intelectualmente, a exigirles a los gobernantes, a las instituciones, no a exigírsela a la gente que está más desesperada. A ver, por supuesto que la democracia no funciona sin una serie de componentes. El más esencial son los demócratas. Una democracia no funciona sin demócratas. Y a lo mejor por ahí podemos encontrar las razones de por qué nuestra era democrática, o llamada democrática, no funcionó del todo bien o era disfuncional en muchos sentidos. Pero además la democracia se nutre de pluralidad de voces. La democracia se nutre de una ciudadanía crítica que les exija una rendición de cuentas a quienes ejercen el poder. Que entienda la necesidad de limitar el poder a quienes se los hemos delegado mediante elecciones. La democracia implica necesariamente límites al poder. La democracia no son solo elecciones, como nos quieren hacer creer los que no son demócratas. Ese es el último paso en un sistema de pesos y contrapesos, de límites al ejercicio del poder.
—El Faro tuvo que mudar a Costa Rica toda su sección administrativa, algunos periodistas fueron amenazados y tuvieron que irse del país para seguir trabajando. ¿Cuál es la situación de estos periodistas y de El Faro en general?
—El periódico lo sacamos [de El Salvador] hace más de un año. En primer lugar, porque este gobierno nos había abierto cuatro casos por evasión de impuestos, me había acusado a mí personalmente de lavar dinero y no teníamos cómo defendernos de estas acusaciones. Nosotros nos hemos presentado a todos los procesos, hemos apelado a todos los casos, porque los argumentos se derriban por sí mismos, pero si no hay un sistema judicial funcional, tú no puedes defenderte. Entonces, lo que pensamos fue: «Vamos a enfrentar estos procesos, pero no nos podemos arriesgar a que el régimen se apodere de El Faro mediante un embargo y utilice un espacio que nos ha costado tanto construir, que lo utilice para diseminar propaganda, para diseminar mentiras». Entonces, sacamos El Faro del alcance del régimen. Esa fue la principal razón por la cual lo sacamos de El Salvador, a pesar de que la empresa propietaria de El Faro, Trípode, que es una empresa salvadoreña, continúa en El Salvador haciendo frente a los casos abiertos.
Sobre los periodistas, dependiendo de cómo va actuando este régimen contra el periodismo, nos vemos en la necesidad de sacar gente que después, cuando las cosas cambian de alguna manera, regresan, porque nadie quiere estar fuera. Cuando nosotros descubrimos que Bukele había hecho un pacto con los líderes de las pandillas, la Asamblea Legislativa, que él controla, de inmediato aprobó una ley que preveía 15 años de prisión para periodistas o editores que publicaran cualquier cosa relacionada con pandillas que pudiera causar, literalmente decía la ley, «zozobra en la sociedad». ¿Qué causa «zozobra en la sociedad»? Eso está al criterio del juez que vea la causa. Es lo más ambiguo del mundo. Es obvio que si acusaban a algunos de nosotros por publicar investigaciones sobre pandillas, no íbamos a poder tener un juicio justo y menos ante este tipo de leyes, que son leyes mordaza. Nosotros tomamos una decisión que se resume en una frase que hemos repetido hasta el cansancio: «El silencio no es opción». Si nos están amenazando con 15 años de prisión, lo que quieren es callarnos, que no sigamos publicando los acuerdos criminales que hemos estado documentando. Decidimos que seguiríamos publicando. Para amortiguar el riesgo de que un periodista terminara 15 años en prisión, estuvimos sacando y metiendo gente a medida que íbamos publicando estas cosas sobre pandillas. Por presiones de la comunidad internacional, esa ley la derogaron hace unos meses, pero estamos en un régimen de excepción. En El Salvador llevamos dos años de régimen de excepción, que le permite a un policía detener a cualquier ciudadano sin una orden judicial de por medio. En estas condiciones hemos estado calibrando cuándo hay que sacar a un periodista, cuándo puede regresar, y así hemos estado estos años.
—¿Estar tan enfrentados al gobierno les cambió algo en términos de suscripciones y publicidad?
—Nos cambió muchísimo. Ha sido un golpe importante para nosotros, por la parte comercial. Porque aquí sí fue un éxito rotundo el esquema de amenazas y de ataques contra nosotros. Ningún anunciante se quiere ya anunciar en El Faro. ¿Quién quiere arriesgar su empresa por poner un anuncio? En eso han sido muy exitosos. El proceso de traslado a Costa Rica no ha sido gratuito. Nos ha costado muchos recursos, el pago de abogados… Hemos recibido algún apoyo para compensar esos gastos, pero seguimos gastando mucho en eso, en las salidas de periodistas. En términos económicos nos ha golpeado bastante. ¿En qué otros términos nos ha afectado? Bueno, 22 miembros de El Faro fuimos infectados con el malware Pegasus [entre 2020 y 2021]. Cuando hicimos eso público [a inicios de 2022], te imaginas que todas nuestras fuentes desaparecieron de la noche a la mañana. Y para un trabajo periodístico como el que hacemos nosotros, las fuentes son vitales, entonces hemos tenido que entrar en un proceso poco a poco de reestructuración de vías de comunicación con la fuente, de volver a ganar su confianza, porque nadie quiere hablar con un periodista al que lo están escuchando. Y como periodista no está bien tampoco saber que podés poner en riesgo a una fuente.
—El texto «Roque en Saturno», parte de Los pliegues…, habla de la juventud después de los acuerdos de paz, estos muchachos de clase media alta, siempre armados, que colaboraban con o integraban los escuadrones de la muerte. A raíz de eso pensaba en estas decenas de miles de pandilleros que están en las cárceles y que son mayormente jóvenes, seguramente jóvenes pobres. ¿Qué alternativa está dando el gobierno a los jóvenes de El Salvador hoy? Porque entiendo también que pertenecer a una pandilla era como una alternativa en términos de identidad, en términos de sobrevivencia.
—Creo que has dado en el punto clave. Hasta ahora el gobierno de Bukele ha lidiado con las pandillas de dos maneras: durante los primeros dos años, mediante un pacto que lo llevó a liberar, a escondidas, a los principales líderes pandilleros del país, que ahora han sido recapturados por el FBI en México y que debían 40 años de prisión. Después, cuando el pacto se rompió, por la vía represiva. Esas son las soluciones que ha dado Bukele al fenómeno. Han sido exitosas momentáneamente, sobre todo en réditos políticos, y la verdad es que, como te decía al principio, no es poca cosa para una comunidad que ha vivido bajo el yugo de las pandillas que de repente ya no estén, que ya no les extorsionen, que ya no les violen a sus hijas. Esto es fundamental y no se puede minimizar. ¿Es esto una solución? ¿Ha sido una solución temporal para sacarlos de las comunidades? ¿Es una solución permanente? No puedo predecir el futuro, pero lo dudo mucho, justo por lo que estás diciendo. Monseñor [Óscar Arnulfo] Romero solía decir que la violencia no se solucionará si no se solucionan las causas de esa violencia. Nosotros llevamos muchos años cubriendo el tema de las pandillas y, cuando escuchás los testimonios de muchos pandilleros, en realidad, pues no había muchos otros caminos que les dieran alguna agencia en la vida a todos estos jóvenes. Es la parte más triste de nuestras realidades: aquí son las pandillas, en Honduras es el narcotráfico, hay un montón de jóvenes en esos lugares que habitan en la periferia de las corrientes económicas mundiales y que sus únicas posibilidades de romper con la tradición familiar de vivir esclavizados trabajando en una bananera son el narcotráfico o la migración. Si no les damos otra oportunidad, si el Estado sigue sin tener más presencia en su vida que mediante las botas y la represión, pues es muy difícil esperar que los jóvenes que siguen viviendo en El Salvador se conviertan en otra cosa.
«Los partidos tradicionales traicionaron a la democracia»
—Los partidos tradicionales, ARENA (Alianza Republicana Nacionalista) y el FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional), que gobernaron El Salvador entre 1992 y 2019, cuando Bukele llegó a la presidencia, votaron muy mal en las últimas elecciones. ¿Han hecho algún tipo de autocrítica o están pensando en una estrategia para volver a posicionarse como oposición y tener chance de poder triunfar dentro de cinco años?
—Los partidos tradicionales son los únicos que no saben que están muertos. Son los únicos que no se han dado cuenta. Ni siquiera después de las elecciones pasadas. Para empezar, son directamente responsables de esta situación. Ellos son los que traicionaron a la democracia. Ellos son los que demostraron que, de izquierda o de derecha, ambos tenían la misma capacidad para la corrupción. Ambos. Y construyeron una burbuja en la que se peleaban en la arena política, pero estaban absolutamente desconectados de la población. Ellos son directamente responsables de esto. El fenómeno Bukele se explica en no menor parte por la frustración de la gente hacia los partidos tradicionales. Hacia su incapacidad, su negligencia, su corrupción. Esto es lo que les abre el camino a los Bukele, a los Milei. Y Bukele logró articular esos deseos literalmente de venganza de la gente contra estos políticos que los habían traicionado. Bukele logró articular eso diciendo: «Yo soy el que se va a vengar de ellos en nombre de ustedes». Ha sido muy hábil en eso. Ha sido muy hábil para mantener el dedo acusador sobre la corrupción de los gobiernos anteriores y con ese mismo dedo tapar la suya.
Si en algo es probablemente el mejor de todos los presidentes de América Latina –diría, sin duda, el mejor– es en su comunicación política. Y esto es lo que le ha permitido, a pesar de toda la corrupción documentada, acusarnos de mentirosos, aunque ahí están los documentos. Y la gente le cree.