La escuela del puerto - Semanario Brecha

La escuela del puerto

Inmigración, escuela y sociedad.

Niños procedentes de Angola, Argentina, Cuba, Colombia, España, Perú, Dominicana, Venezuela y Uruguay comparten aulas en la escuela Portgual / Fotos: Juan Milans

“Por ahí ser un ser humano es algo más grande que ser uruguayo”, deslizó Natalia Núñez, directora de la escuela Portugal, en la que abundan los niños extranjeros. Mientras el etnocentrismo asoma en las decisiones políticas y los estudios de opinión, la escuela muestra que puede instalar otra noción de patria, en la que la bandera que sirve es la que abriga.

Los libros de matrícula son más antiguos que la maestra directora, el periodista, la propia escuela y que cualquiera que esté leyendo esta nota. Los más viejos son de 1901. Registran el alumnado inscripto en las escuelas que, en la Ciudad Vieja, precedieron a esta, la Portugal, la de la esquina de Sarandí y Maciel.

Estaban tan bien guardados que se habían olvidado. Las maestras que se toparon con ellos supieron encontrarles destino. “El año pasado hicimos una investigación en esos libros con los gurises de quinto año”, contó Natalia Núñez, directora de la escuela, a este semanario.

“Los chiquilines leían –por ejemplo– ‘Señorita Margarita Novack, 26 años, natural del Imperio austrohúngaro, analfabeta, costurera’. Discutir con ellos las diferencias y las coincidencias con la población escolar que nos muestran los registros actuales fue una gran clase de historia”, venía recordando Núñez cuando detrás de la puerta entreabierta de la Dirección asomó un jopo.

—Decime.

—Dice mi madre que ya trajo los documentos que necesitaba
–respondió el niño existente bajo el peinado, y con esa y dos o tres frases más quedó claro que su patria era la perla del Caribe y, por la elegancia y soltura con que las pronunciaba, que su ciudad era La Habana.

Algunas cosas no han cambiado mucho en esta escuela. Desde su esquina, hacia el sur, el oeste y el norte lo que se ve es el mar.

RECORDATORIO. “El desarrollo del país está signado por el esfuerzo de personas que dejaron atrás su patria con el afán de encontrar una vida mejor”, recordó a los maestros un documento publicado en mayo por el Consejo de Educación Inicial y Primaria.

La narración de los movimientos migratorios que ha vivido el Uruguay daba cuenta de que hasta la década del 60 del siglo pasado este todavía era un país receptor de inmigrantes, que luego ese signo se invirtió, pero que en los últimos años el saldo migratorio ha vuelto a ser positivo en virtud del retorno de emigrados y de “una oleada de inmigrantes de distintas procedencias, especialmente latinoamericanos”. A consecuencia de esto hay actualmente en las escuelas montevideanas más de novecientos niños extranjeros.

De acuerdo con la ley 18.250, “el Uruguay se enorgullece de garantizar el pleno acceso a los derechos de los migrantes sin distinción”, afirmaba la circular, subrayando que para asegurar el derecho a la educación el decreto 349/009 establece que, en caso de que los hijos de los inmigrados no reúnan la documentación exigida para la inscripción, las escuelas deberán realizarla de todos modos “con carácter provisorio por el plazo de un año”.

Más allá de la inscripción, entendiendo necesaria “la sensibilización de los docentes” en la materia, el documento concluía señalando que Primaria dispuso el 25 de abril pasado la conformación de una Comisión de Migraciones.

Es que después de más de medio siglo casi sin visitas circulan algunas ideas poco hospitalarias.

TODOS DISTINTOS. “Hasta hace poco se suponía que tener un ‘grupo heterogéneo’ era algo que lamentar”, recordó la directora de la escuela Portugal. Pero, para Núñez, “no existe la homogeneidad en los seres humanos. Somos todos diversos”. Entrevistada por Radio Uruguay sobre la presencia de alumnos extranjeros, recordó que también reciben niños del interior del país, “que sufren también este proceso” y, hecha la pregunta por Brecha, añadió el número de los discapacitados.

“La educación es un derecho universal. A mí también me dejaron entrar a una escuela pública, a un liceo público, a la Universidad, así que hacer cumplir ese derecho es a la vez mi forma de devolver lo recibido”, apuntó. Las fórmulas pueden sonar obvias, pero las prácticas que el respeto de la diferencia exige no necesariamente lo son.

—Acá tratamos de no tocar timbre.

—¿Por qué?

—Y porque no somos perros… Bueno, acá obviamente hay horarios, pero si yo toco un timbre y la maestra está en un momento crucial de su actividad, le corto todo. La maestra y el grupo tienen que poder manejar su propio tiempo. El recreo es un espacio necesario de descanso, pero puede ser que todos no lo tengamos a la misma vez.

Tampoco todos los niños están todo el tiempo en condiciones de sujetarse a la disciplina común. “Una de las estrategias que usamos es el ‘Spa de Ceci’. Ceci es la profesora de danza. El año pasado teníamos una niña preciosa, pero que venía mal. Ceci entonces dijo que se la quería llevar un rato al salón de danza. Luego volvió con ella peinada, con las uñas cortadas, la carita limpia. Era otra. Ahí nos dimos cuenta de que ese espacio era importante. Y desde el año pasado lo instituimos. Cuando Ceci tiene un ratito viene y nos pregunta: ‘¿Quién sentís que está para el spa?’. No necesariamente tienen que ser niños que se porten mal. Son esos niños que uno siente que están pasando por algo complicado. Con ella escuchan música, leen cuentos, conversan, se cortan las uñas. Siempre vuelven caminando con ella ‘en sintonía’, es decir, acompasados y en disposición a acompasarse al ritmo del grupo.”

Parece natural que una institución dirigida con este espíritu busque solucionar sus diferendos en forma democrática. “Ahora a las 11 tenemos una reunión de delegados. Dos niños por clase. Una semana se reúnen los delegados y a la semana siguiente hacemos asamblea general. Los delegados de sexto son los que llevan el acta. La idea es que cuando estos gurises lleguen al liceo, a la fábrica o la Universidad sepan cómo tienen que hacer para argumentar, para votar, para pasar a un cuarto intermedio”, explicó la directora.

Este año uno de los motivos de debate han sido los conflictos en el recreo. Un grupo trajo la moción de dividirlo, los chicos, por un lado, los grandes, por otro. Otros entendían que no. Decían que si se trataba de convivir, no se podían separar. “Fue un temón”, enfatizó Núñez. “El tiempo se nos iba, así que se resolvió discutirlo en cada clase y a la semana siguiente los delegados trajeron las posiciones de sus grupos”. Lo que resolvieron fue idear distintos juegos que les permitieran organizar el espacio sin pecharse, y eso está funcionando.

La dinámica asamblearia involucra también a padres y maestros. La Comisión de Fomento de la Portugal en realidad es una asamblea que rara vez reúne menos de sesenta personas. “Todos tienen que poder ser, también los padres y los maestros, aunque a veces no entendamos por qué es que el otro está pensando así. Sobre eso hicimos algo reinteresante con Leandro, el antropólogo. Lo hicimos con los niños y luego con los adultos. Había lentes de celofán de distintos colores. Cada uno tenía que ponerse los suyos y seguir el trayecto marcado por unas flechas. La cosa es que todos iban a parar a distintos sitios porque las flechas eran de distinto color, lo que hacía que no todas las flechas fueran visibles para todos”, contó.

HIMNO A LA LENTEJA. “Cantamos el himno en el estadio o en la escuela. Históricamente la escuela es una de las fuerzas constructoras de la nacionalidad, por eso esperaba encontrar ahí problemas para tratar la diferencia”, respondió Leandro Piñeyro, integrante del Núcleo de Estudios Migratorios de la Facultad de Humanidades, cuando Brecha le preguntó qué hacía un antropólogo en Primaria.

Su proyecto, abundó, tiene “dos patas”: “Una es indagar acerca de cómo viven los niños el fenómeno de la inmigración, tanto los que llegan como los que los reciben. La otra pata, más pedagógica si se quiere, es aprovechar el método construido por la antropología para vivenciar la diferencia desde un lugar respetuoso. La inmigración hace la diferencia muy visible, entonces la idea es trabajar sobre cómo la vivimos y la tratamos y también lo que esa diferencia nos devuelve”.

Su cuestionario, sin embargo, debió esperar. “Los niños inmigrantes me decían que lo que sienten cuando llegan es que los otros niños están siempre entrevistándolos.”

—¿Y por qué cosas les preguntan?

—Aparecen interrogantes sobre cómo son sus familias, sobre todo si vinieron todos juntos. Y siempre aparecen preguntas por la comida.

“Este año la primera jornada de escuela abierta fue la Fiesta del Sabor”, había contado la directora. “Tuvimos el gusto de comer papas rellenas. El equipo peruano las cocinó para toda la escuela. Fue una bolsa entera. Quisimos convencerlos de comprar la papa en cubitos, pero no hubo caso. Las cocinaron con cáscara, las pelaron e hicieron su masa. Las madres de Angola hicieron un buñuelo, pero con levadura. No utilizaban una cuchara. Hacían el buñuelo con una sola mano y con la misma mano lo ponían en el aceite. Las demás nos hacíamos cruces, pero nadie se quemó. La gente de Portugal hizo aletria, como un arroz con leche, pero de cabellos de ángel. Dulce… Creímos que no iba a funcionar, pero a los gurises les encantó y ahí apareció la anécdota de alguna maestra cuya abuela le hacía ese postre. Dándole la otra vuelta a la cosa, vimos que todos veníamos de la harina”, había observado Núñez.

Pero la comida también enseña de distancias. El más pequeño de los angolanos, que tiene 3 años, no estaba comiendo. No es alumno de la escuela, sino del jardín número 218, que funciona en el mismo local y usa el mismo comedor. Suman cuatrocientos niños así que los docentes trajinan lo suyo para que se cumplan los cuatro turnos en que se dividen para usarlo. Núñez se sentó frente al chiquito que iba por el tercer día sin comer y fracasó en sus intentos de convencerlo, hasta que él decidió señalarle las lentejas que traía el guiso. Núñez pidió un plato que sólo contuviese estas y ante el plato el niño terminó de explicarse: corrió hacia un costado los dos platos de guiso servidos, empujó el de lentejas hacia el medio de la mesa, tomó en el cuenco de su mano un puñado de lentejas y las ofreció a la docente, que aceptó gustosa la ofrenda. Entonces sí comió. “El niño no tenía ningún problema. Ninguna dificultad para manejar los cubiertos. Viene de una cultura de comer con la mano, todos del mismo sitio y convidar primero al invitado. Así como yo entendí que la historia venía por ese lado, él fue entendiendo paulatinamente que acá se come diferente, que hay otros gustos, otros colores. Y ahora come perfecto. Ojalá que en su casa sigan compartiendo la comida como él hacía.”

Núñez insiste en que la inmigración cambia al receptor. “Ayer llegó un niño de Venezuela. Los padres estaban muy angustiados. Están hace 15 días. Todavía no tienen trabajo y las escuelas que habían recorrido no tenían lugar. Viven en una pensión, hacinados en un cuarto, compartiendo el baño. Esas son las cosas que te indignan. Están cobrando 600 pesos por día por una pieza y si no tenés los 600 del día, te fuiste y te tiran las cosas para afuera. Mientras hablábamos con la mamá, llevé al niño al que sería su salón y lo presenté a la maestra. Entonces un niño uruguayo y otro venezolano lo invitaron a conocer la escuela. Habrán pasado media hora en eso y luego, al despedirse, todos sus futuros compañeros vinieron a darle un abrazo, el que es autista también. Abrazos fuertes que parecían decir ‘tranquilo, mañana vas a tener la leche, el almuerzo, la merienda, un lugar calentito y estos compañeros que te quieren’. Y a estos padres, que están en esta tensión, los vas a aflojar. El gurí no va a estar atrás de cada trámite. Va a estar en una escuela siete horas y media, descubriendo una cultura diferente y sintiéndose recibido. Y en función de ese sentir es que él va a devolver. Porque mañana le va a tocar a él decirle a otro: ‘Vení, te voy a mostrar la escuela’.”

DETRÁS DEL PERFIL BAJO. Como Núñez deja ver, afuera de la escuela es otra cosa. “Nuestra ley de migraciones es una ley modélica”, apreció en diálogo con el semanario la antropóloga Pilar Uriarte, que hace casi una década se doctoró con una tesis acerca de emigraciones clandestinas desde África occidental hacia América del Sur y es quien supervisa el proyecto de Piñeyro. “Se aprobó en 2008, el último año que hubo un saldo migratorio negativo –continuó Uriarte–, sin embargo, la primera vez que se puso en juego, cuando el primer flujo fuerte que fue el de los dominicanos, se instauró la visa. Es decir que la primera vez que hay gente que efectivamente quiere que se reconozcan sus derechos, se impone una restricción administrativa.”

—El argumento de la resolución era que había que impedir la trata.

—El problema es que la mayoría de las investigaciones y la mayor parte de las organizaciones internacionales que tratan el tema dicen que cuanto mayor es la cantidad de requerimientos administrativos que se imponen, más vulnerables resultan las personas que quieren emigrar.

No es la única inconsecuencia en la materia.“Desde el punto de vista programático o filosófico nos parece una barbaridad lo que se estaba haciendo con los niños”, declaró el 21 de junio el canciller de la República al consultársele su opinión sobre la separación y confinamiento de los hijos de los indocumentados que intentaban entrar a Estados Unidos. “Ya es muy difícil para los migrantes estar en las condiciones que están y si a eso le agrega el desgarro que significa la separación de sus hijos, la situación debe de volverse insoportable”, sentenció Nin Novoa.

Pero a principios de mayo una madre dominicana residente en Uruguay desde hacía cuatro años denunció que las autoridades migratorias uruguayas habían atentado también contra el derecho a la reunificación familiar que la ley de migración uruguaya y tantos instrumentos internacionales amparan.

“Yo no me puedo quejar del país, porque en el país a mí no me han tratado mal –declaraba la mujer a Telenoche, sino que ese funcionario tenía que saber que eran niños, que no podía devolvérmelos (a República Dominicana) a la una de la madrugada, cansados, después de un vuelo de doce horas y pico, aquí al Uruguay, como que ellos eran gente peligrosa, ese es mi dolor nada más”. En los pasajes para sus dos hijos había gastado cuanto había conseguido ahorrar. Inmigraciones mandó a los adolescentes para atrás porque la visa les daba 60 días para entrar al país y ellos llegaron el día 61.

La denuncia de la madre y la acción de algunas organizaciones de la sociedad civil lograron, en este caso, revertir la “barbaridad”. Pero estas ambigüedades en quienes deberían hacer valer la ley ocurren al mismo tiempo que los estudios de opinión muestran que buena parte de los uruguayos tampoco asumen lo que significa.

Las tres veces en que entre 2006 y 2015 se preguntó a los uruguayos sobre si “cuando hay escasez de trabajo los empresarios deben dar prioridad a la población nativa sobre los inmigrantes”, siete de cada diez respondieron que sí. Y la misma proporción dijo esperar que los extranjeros que llegan “estén dispuestos a adoptar las costumbres y el modo de vida” del país.

En la Encuesta Nacional de Actitudes de la Población Nativa hacia Inmigrantes Extranjeros y Retornados publicada en diciembre del año pasado, que es de donde salen estos datos,1 figura uno, tal vez más perturbador: seis de cada diez encuestados cree que ante situaciones de desempleo la prioridad debe darse “a los uruguayos que siempre vivieron en Uruguay por sobre los que alguna vez vivieron en el exterior”.

Al mismo tiempo, también es cierto que ocho de cada diez se dijeron favorables, “en general”, al retorno de los idos y que la misma proporción acordó con la igualdad entre inmigrantes y nativos que la ley establece, mientras la pregunta se mantuvo en el nivel de lo abstracto.

El asunto puede pensarse como una contradicción moral, e invocarse a la oriental cola de paja del ensayo de Mario Benedetti para zaherir el orgullo patrio. Sin embargo, también puede verse como una tesitura indecisa, aún maleable, fundada muchas veces en informaciones erróneas (como la atribución de una dimensión disparatada a la inmigración siria y dominicana que la encuesta también documenta). Después de todo, las respuestas se hacen más hospitalarias a medida que se avanza en el nivel educativo. Pero es probable que el antídoto contra el etnocentrismo que la educación puede proveer no requiera títulos de posgrado.

“Cuando se dice, como se dice, ‘dominicano rata’, es porque existe una construcción que jerarquiza un lugar de nacimiento frente a otro, que sostiene que es mejor ser uruguayo que no serlo”, había observado Uriarte.

Piñeyro, que trabaja hace año y medio en la escuela y participa de sus actividades cotidianas, en paseos y campamentos, está sorprendido por algo: “En los insultos nunca apareció la nacionalidad. Nunca. Ni siquiera en momentos en que los gurises estaban realmente muy enojados. No lo manejan, ni siquiera como posibilidad. Capaz que alguien me dice que esto es una sutileza, pero a mí me pareció interesante”.

  1. Martín Koolhaas, Victoria Prieto y Sofía Robaina, Los uruguayos ante la inmigración, Programa de Población, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar, Montevideo, diciembre de 2017. Disponible en internet.

 

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