A propósito de los 76 años de la Nakba: La eterna persecución perpetrada por el Estado de Israel - Semanario Brecha
A propósito de los 76 años de la Nakba

La eterna persecución perpetrada por el Estado de Israel

El éxodo que el recién creado Estado de Israel forzó entre 1947 y 1948 en la Palestina histórica fue caprichoso y feroz, como lo es el camino sinuoso de toda injusticia, con sus ganancias ilícitas, y como la objetividad del tiempo nos lo ha demostrado, sin falta, todos los días, hoy y ahora más.

El inadmisible principio de nuestra expatriación ha sido, antes y en este mismo minuto, el Génesis continuo de la catástrofe: la Nakba, impuesta hace 76 años. Todos los días, los palestinos han vivido la incesante sorpresa del horror acentuado del sionismo; nuestros civiles han padecido el sobresalto de ser perseguidos, abusados y asesinados solo porque sí, sin otra explicación que la del horror mismo. El sonido de las bombas, para el palestino, ha sido tan abundante e indiscriminado que el tiempo en nuestra tierra está regido por un adelanto de la aniquilación futura.

Así, el sionismo se creyó elegido para imponer la rutina de borrar todo espacio de convivencia. Así hizo prevalecer y hace prevalecer la deshumanización, la limpieza étnica de toda nuestra gente.

En aquel entonces (1947-1948), en la Palestina histórica, más de 750 mil civiles, de una población de 1,4 millones, de pronto fueron convertidos en refugiados de países vecinos y, peor aun, en refugiados –gracias al cinismo sionista– en su territorio de origen. Allí, en ese concepto forzado de convertir lo propio en extraño, la ideología sionista engorda.

Quienes escogieron no entender la responsabilidad y el compromiso de formar el Estado de Israel fueron los mismos sionistas, con sus proyecciones totalitarias y rutinarias para hacer desaparecer la historia como respuesta final. Así, el plan elegido desfiguró y empezó a borrar, sin detenerse, los límites geográficos de nuestro territorio, como sigue sucediendo ahora y siempre a mayor escala. Ese mismo proyecto cambió y cambia nombres históricos en Palestina por otros que pretendían y pretenden tener más valor.

Esa política, con todas sus ramificaciones, hoy es más evidente e inaceptable que nunca. El mismo proyecto lo impulsa hoy el presidente de Israel cuando decreta que ningún civil en Gaza es inocente. Los líderes israelíes pretenden banalizar la idea, alrededor del mundo, de lanzar una bomba nuclear en Gaza para nivelar todo.

Pero a su vez, esa arrogancia levanta las protestas fuera de Palestina en defensa de los derechos humanos. Cada individuo que protesta se rehúsa a ser el chivo expiatorio de dicha ideología; por eso, la gente fuera de Palestina no abandona su voz interna ni la calle. La sincronía al sentir nuestra humanidad, con la que nacimos, es inevitable. Shukran, gracias, estamos acompañados por multitudes.

Antes del 7 de octubre, Israel ya había asesinado a más de 100 mil palestinos. Antes de lo que se dice es el conflicto actual, la fuerza sionista detuvo a más de 1 millón de palestinos, incluidas mujeres, ancianos y niños; sí, niños. El proyecto agrandado de la Nakba sigue vigente.

No, no estamos de acuerdo con los hechos del 7 de octubre, para nosotros toda vida es sagrada. No estamos de acuerdo con el asesinato de ningún civil, como ningún país lo estaría. Ya es hora de que la comunidad internacional reconozca que la solución al conflicto más crítico de Oriente Medio no es el final impuesto por el sionismo.

En este aislamiento sin fin y sin una finalidad sana para el mundo, vemos que, desde entonces, los sionistas repiten sobre nuestro pueblo lo que ellos mismos afirman que nunca más se debe repetir: asesinatos en masa, robo de territorio y descarada usurpación de identidad.

La parálisis que la mentalidad israelí nos impone está en la restricción de movimiento, la detención arbitraria, los actos de terror contra niños y grupos protegidos bajo el derecho internacional.

Hoy, en este presente que todos tenemos derecho a cultivar, siguen apareciendo, después de tantas décadas, pruebas contrarias a la vida, pruebas irrefutables de los baños de sangre perpetrados en la Nakba. La evidencia más reciente de aquellas masacres, por parte del poder ocupante israelí, ha salido a la luz en la aldea de Tantura, en la playa, cerca del sur de Haifa, que hoy es otra parte más de Israel, pero que antes perteneció a la imborrable Palestina histórica. Las fosas comunes, como se puede ver, han sido la regla sionista.

Y ahora, de acuerdo a la ONU, los niveles insólitos de destrucción registrados  en Gaza no han sido vistos desde la Segunda Guerra Mundial. Son 50 billones de dólares los que se estiman para la reconstrucción de Gaza, y, después de siete meses, el accionar sionista parece ser total en su totalitarismo. ¿Cómo se puede destruir tanto en tan poco tiempo? Pese a todo, Netanyahu no puede seguir subestimando el poder observador y analítico de la gente, aquellos que no aceptan el teatro inútil en el que nos envían alimentos al mismo tiempo que nos matan. ¿Cuál es el negocio?

A la luz de incontables hechos como estos, tanto pasados como presentes, la obsesión sionista para asfixiarnos ha sido tóxica, circular y de nuevo evidente. Tanto es así que, ahora alrededor del mundo, judíos y no judíos mantienen firmes sus acciones de defender el derecho a la vida y no confunden ideología sionista con Estado ni mucho menos con su fe en Dios ni con la fe en la propia existencia. Hoy se suman sobrevivientes del Holocausto europeo que gritan desde su experiencia ante el genocidio del pueblo palestino: «Esto no puede volver a repetirse». También desde el mismo Israel le expresan al mundo todo que Palestina no es una idea desechable.

Aplaudimos la presencia en nuestra historia de ese reconocimiento judío de su vecino semita palestino. Saludamos, desde nuestra raíz común, a las multitudes de judíos e israelíes que se niegan a heredar ideas impuestas y a ser usados por el sionismo. Muy a pesar de la propaganda sionista, nos reconocemos en el mutuo deseo de hacer valer el derecho a existir de Palestina como Estado soberano.

¿Cómo puede una ideología, precisamente después de la Segunda Guerra Mundial y precisamente hoy, en pleno siglo XXI, convertir al ser humano en algo aislado, en un simple número, calificar a generaciones enteras de subhumanas en su propio territorio y en cualquier lugar del mundo? ¿En qué marco jurídico puede entrar esa ideología radical, extremista, por la que, en cada rincón, somos calificados –palestinos o no– de antisemitas solo porque no aceptamos disfrazar de justicia la palabra genocidio? ¿En qué marco jurídico puede caber la repetición de esa propaganda?

Así hemos vivido el éxodo diario, atravesados por esta unidireccional violencia sionista, por esta programada y repetitiva visión ciega que aspira a borrar hasta el final nuestra identidad, nuestro derecho a nacer y hasta nuestro natural derecho a morir en el terreno fértil de nuestra memoria, de nuestro hogar.

Hoy en día, son cada vez más las personas de todas las edades, razas y credos, alrededor del mundo, que han elegido la independencia al ver hacia atrás, más allá del pasado más reciente. Y, con cada día que pasa, las muchedumbres que protestan por una Palestina libre –por, al fin y al cabo, la dignidad del ser humano– lo hacen desde su derecho de conocer la autenticidad de los hechos.

Lo primero que siempre salta a la vista, ya desde ese pasado remoto, es la oscuridad de las leyes promulgadas en Israel para hacer del robo de territorio y vidas una exclusiva figura legal. La fábrica de leyes hechas a la medida del proyecto sionista resulta en un claro delirio de superioridad ante el otro, ante el vecino anterior a 1948, con el que comparte la misma raíz semita.

Saludamos, con hondo agradecimiento, a todas esas personas de distintos credos, edades y razas que con su creciente e indetenible solidaridad rechazan el genocidio en nuestro hogar y la idea de que el genocidio sea aceptado y obedecido por el mundo.

La urgencia de la convivencia es nuestra prioridad, y esa urgencia, por cierto, no es reciente. La urgencia por nuestra soberanía tampoco es reciente, la urgencia por respirar no es una metáfora.

En Cisjordania también se extienden los ataques contra los palestinos. La quema loca y radical de cientos de árboles de olivo va emparejada con la matanza de 497 palestinos desde enero. Allí no está Hamás a cargo, allí está el poder ocupante israelí que a todos nos preocupa y nos ocupa.

*   Nadya Rasheed es embajadora de Palestina en Uruguay.

Artículos relacionados

El papel que el sionismo cristiano jugará en el gobierno de Trump

Con la cruz y con Israel

Edward Said y Yeshayahu Leibowitz anticiparon la hecatombe en Gaza

Responsabilidad internacional o terror permanente

Edición 2031 Suscriptores
El uso de civiles palestinos en las operaciones militares de Israel

El viejo truco de los escudos humanos