Que la fuerza desengañe - Semanario Brecha

Que la fuerza desengañe

Lo raro de esta nota es que usted ya tiene decidido si va a ver la última película de Star Wars o no. Los fanáticos de Star Wars sabemos perfectamente que no podemos no ir a ver este nuevo episodio y entonces nos resignamos a pagar la entrada y tener la esperanza de encontrar un poco de eso que nos fascinó la primera vez: unos efectos especiales aquí, algún conocido giro narrativo por allá y nada de inventos extraños. Ah, la nostalgia y el refrito cultural: un aroma de época.

Las semanas previas al estreno de Star Wars: Episodio VIII. Los últimos Jedi (infeliz pluralización del título original: “The Last Jedi”), entradas de blogs y portales de noticias se llenaron con las teorías más disparatadas sobre lo que sucedería en esta nueva entrega de la saga, algo parecido a lo que ocurrió por ejemplo con Game of Thrones. Gente que aseguraba haber tenido acceso a material inédito y que aparentemente desvelaba los secretos de una trama celosamente guardada por Disney. Esta fiebre por “spoilear” la película realmente carece de sentido, cualquier fan de Star Wars sabe (o debería saber) que a estas alturas, luego de nueve largometrajes, una serie animada, decenas de novelas y un largo rosario de videojuegos, poco importa el argumento; lo que vale es el golpe emocional que logre alcanzar la película. En esto los estudios Disney han tenido una larga historia de éxitos y a la hora de realizar esta nueva trilogía poco parece haberles costado tomar la decisión de borrar toda la historia posterior al episodio VI, desarrollada sobre todo en novelas y cómics oficiales, y popularmente conocida como el “universo expandido” de Star Wars. Nota: Queda confirmado que los animalitos tiernos y los pequeños gags son lo mejor que saben hacer en Disney, lección bien aprendida de los estudios Pixar.

Las sorpresas, sin embargo, abundan. Atrevida y desafiante en varios sentidos, Los últimos Jedi despliega un uso descontracturado del humor en algunos de los momentos más tensos de la película y deja un aroma a parodia en la que los actores parecen estar a punto de quebrar la cuarta pared y hacerle una guiñada al público; difícil de tragar para un espectador conservador. De hecho, el mismo día del estreno surgió una petición en el sitio change.org para remover esta entrega del canon oficial de la saga debido a que se habría pervertido el espíritu original de la franquicia.

Pero los felices momentos de “perversión” son escasos. En una industria mainstream predecible, Los últimos Jedi se atreve a buscar un camino nuevo entre fans que lo único que parecen desear es vivir lo mismo una y otra vez; en la que la gran mayoría de los desaciertos están justamente en los momentos de apego a la saga original. En definitiva, los amagues de la película al avanzar hacia una historia realmente propia son constantes y los paralelismos entre ambas trilogías, que van desde un determinado montaje hasta diálogos o entornos enteros siempre ligeramente alterados, no hacen más que alimentar la sensación de remake/parodia, y en todo caso nos obligan a pensar hasta dónde homenajeamos con la imitación o a partir de cuándo bastardeamos con la parodia, y viceversa. Si bien se dijo hasta el cansancio que los episodios I, II y III fueron una traición al espíritu original de la saga, en aquella oportunidad Lucas se arriesgó a explorar otro tipo de drama, más doloroso y políticamente más complejo que en la trilogía original. El episodio VII, El despertar de la fuerza, había oscilado entre un espacio fresco y original para los nuevos actores y un liso y llano refrito de las primeras películas, en el que Han Solo o la princesa Leia aparecían casi como un recuerdo molesto para aquellos, que ya demostraban valer por sí solos como para dirigir sus propias historias. En este sentido Los últimos Jedi aprovecha más los nuevos rostros (algo que los firmantes de la antedicha petición no parecen querer perdonarle al gigante del entretenimiento).

Era esperable el magnífico uso de efectos especiales que, lejos de acalambrar, continúa con la sobriedad y sencillez impuesta por J J Abrams en El despertar de la fuerza, y abandona definitivamente el estilo épico de los primeros tres episodios, en los que las batallas parecían más bien la guerra de Troya con espadas láser. Esta sobriedad le devolvió a la saga una fragilidad que recae en el rostro del actor y ya no tanto en el universo computarizado que lo rodea.

Dentro de la adictiva y poco justa dualidad basura/cine de autor, está más que claro en dónde cae este último episodio de Star Wars. Como dijo Elvio Gandolfo acerca de un olvidado best seller: “Como basura, es excelente”.

Star Wars: Episodio VIII. Los últimos Jedi, Estados Unidos, 2017.

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