La impunidad documentada - Semanario Brecha
Con Virginia Martínez

La impunidad documentada

De cara al 20 de mayo, el Sitio de Memoria, ex-SID, de la Institución Nacional de Derechos Humanos, presentó el audiovisual Mentiras armadas.1 El material narra una de las operaciones políticas más audaces de la dictadura, un montaje determinado por el contexto internacional y elaborado con complicidad mediática: el operativo en el chalet Susy de Shangrilá. Brecha conversó con la realizadora audiovisual Virginia Martínez, coordinadora del Sitio de Memoria y una de las responsables de la investigación.2

Héctor Piastri

l 27 de junio se cumplen tres años de la inauguración del Sitio de Memoria, en el ex-SID. ¿Qué tienen planificado?

—Luego de haberse inaugurado con una muestra abierta al público, la Comisión Nacional Honoraria de Sitios de Memoria lo declaró formalmente un sitio. La pandemia impidió que se colocara una placa, algo que en general se hace para señalizar. La idea es colocarla ahora, sin invitación abierta, y agregar una pequeña instalación en el frente de la casa, en el patio.

Hasta la pandemia, el trabajo del sitio tuvo una línea de investigación y difusión, con las visitas del público y los recorridos. No poder sostener la presencialidad generó una oportunidad para darle una nueva orientación al trabajo: desarrollar materiales audiovisuales y la web, que abre posibilidades de profundización para investigadores y profesores que tienen que preparar clases en Montevideo y el interior. A raíz de eso, surgió hacer una visita guiada, a través de un video de 20 minutos, que emula el recorrido presencial, y elaborar Mentiras armadas. Este año vamos a empezar a trabajar en otro video. Lo deseado es que esta línea de trabajo, en breve, se enlace con la presencialidad.

—¿Sobre qué se enfocará el nuevo audiovisual?

—Sobre cultura y dictadura en Uruguay. La idea es trabajar sobre la producción cultural durante la dictadura, abarcar las condiciones de producción y también algunos rasgos de hacia dónde apuntaba el proyecto del Estado autoritario. Hay gente que tiene reticencia a este tipo de cosas, porque decir que la dictadura tenía un proyecto cultural podría significar elevar al régimen y porque sería atribuirle un rasgo de cultura a lo militar, cuando, en general, lo militar se asocia a la anticultura. Pero, de hecho, todo Estado tiene una política de memoria, una forma de relacionarse con su pasado, un proyecto de cultura, que es un proyecto de identidad nacional en el que plantea ciertos valores de exaltación.

—El Año de la Orientalidad, en 1975, fue un proyecto cultural en sí mismo.

—El Año de la Orientalidad, un conjunto de nuevos valores morales, los festivales en el interior, el folclore, la reivindicación de figuras históricas, la idea de la nación y sus tradiciones, esa nación como un elemento vivo y de comunión entre las Fuerzas Armadas y el pueblo, la exaltación de Artigas, etcétera. Pero también nos gustaría indagar en las condiciones de trabajo, las censuras, los escapes al régimen. Es una idea que, de alguna forma, retomamos; en 2019, para el Día del Patrimonio, nos quedó trunca la intención de trabajar la producción musical en dictadura. De alguna forma, el camino lo abrió Mentiras armadas, porque ahí vimos que había un campo que no está muy trabajado y permite vincular los abordajes sobre la memoria no solo con el aspecto represivo hacia la militancia, sino con el Estado actuando en la sociedad, en un campo que, para las dictaduras latinoamericanas, era superimportante: el cultural, el ideológico, sobre todo por la definición que se tenía del enemigo, de cómo actuaba.

—La realización de Mentiras armadas desde el sitio del ex-SID se justifica fácilmente, ya que parte del operativo se desarrolló allí. En términos históricos, ¿cómo se justifica la decisión de abordar la cultura?

—El SID [Servicio de Información de Defensa] es un lugar que no solo hay que verlo como un organismo ejecutor de políticas represivas, también fue un organismo en el que se pensaron estrategias de información y contrainformación. En un Estado que consideraba que los medios eran un agente en el que la subversión se infiltraba para tratar de pasar mensajes «antipaís», el SID cumplía un rol muy importante. Su departamento de psicopolítica estaba pensado para hacer acciones en pos de ganar la comunicación masiva y la opinión pública, aunque este es un concepto más de la democracia, ya que opinión pública no había. Pero para ganar las cabezas y establecer un nuevo sentido común, tuvo un rol fundamental. De hecho, la dictadura tuvo un proyecto de ley de medios y la definición que daba sobre ellos se parece mucho a lo que el SID pensaba sobre la comunicación. En esa ley, la Dinarp [Dirección Nacional de Relaciones Públicas] era un organismo rector de toda la comunicación pública, con una pata más censora y otra de producción de mensajes. No hay nada que esté al margen de la información y la contrainformación en un campo tan sensible como es el de crear mensajes e imponerlos.

—¿Por qué te parece que se ha investigado poco sobre el lugar de la prensa en la dictadura?

—En general, los llamados estudios culturales que tienen que ver con los medios de comunicación en Uruguay –como el que coordina Gerardo Albistur–3, no solamente sobre la dictadura, sino en general, no tienen el vigor que han tenido otros campos, como el de lo políti-co-institucional o el de las militancias. Hay una obra muy interesante de Daniel Álvarez Ferretjans, que es una historia de la prensa uruguaya desde la colonia hasta la era de Internet, y es un trabajo que quedó en solitario durante mucho tiempo, aunque ahora hay algunos estudios nuevos. Con Mentiras armadas trabajamos un operativo específico, el del chalet Susy, pero también hubo otras operaciones mediáticas, muchas: el montaje de una conspiración armada en San Javier, en 1980; el montaje en Treinta y Tres con los jóvenes comunistas, asociando su ideología con la promiscuidad sexual, principalmente a través de la estigmatización de las muchachas jóvenes; el montaje del descubrimiento de un aparato militar del Partido Comunista, a partir de esa primera oleada represiva en 1975, que termina con una exposición en el Subte abierta al público e inaugurada por Bordaberry, donde se muestra todo el material incautado, y con una conferencia de prensa de comunistas arrepentidos, entre otras. Lo del chalet Susy es la operación más audaz. Y está bueno reconocer los parentescos con otras de la región, porque la dictadura chilena hizo aparecer militantes miristas, secuestrados y desaparecidos, como asesinados por sus propios compañeros en Argentina. Son acciones de psicopolítica, que en la lucha contra la subversión se desarrollaron en toda la región. Pero hay aspectos que merecen ser más estudiados, porque hablamos de una constelación de actores, entre los que está la prensa, los exhibidores de cine que pasaban los informativos de la Dinarp, los canales de televisión y las agencias de publicidad que pensaron esos mensajes.

—¿Cuál es el origen metodológico de Mentiras armadas?

—La idea inicial fue que la producción no tuviera solo un corte testimonial, sino que se contextualizara. ¿Cuáles son los ejes que pueden ayudar a entender, devolver este hecho al contexto? ¿Cómo es posible que una operación de este tipo se instalara como verdadera en la sociedad? Ahí está el rol de la comunicación organizada. En el sitio, como parte de la muestra, exhibimos el video con la conferencia de prensa en la que el mayor José Nino Gavazzo, jefe del operativo, muestra las armas incautadas y hace caminar a los detenidos esposados, hace que den una vuelta a la casa y se suban a un camión. Cuando les mostramos el video a los estudiantes de secundaria, saltan en seguida y dicen que eso es trucho, que es un montaje, perciben que le falta verosimilitud al material, perciben el artificio. Para mí, lo más importante es lo que el material permite trabajar. ¿Cómo una nota de ese tipo, con esas características, se pasa en cadena de radio y televisión sin chistar y se transforma en una verdad blindada? También se vincula con lo de Enrique Rodríguez Larreta, y así lo trabajamos en las visitas. Porque pocos meses después del montaje en el chalet aparece el Informe Rodríguez Larreta, que es completísimo, con los nombres de los ejecutores, las víctimas, el modus operandi del Plan Cóndor, pero esas dos verdades circularon de manera independiente y no se juntaron durante mucho tiempo: la verdad oficial del operativo (que era una mentira) y la verdad del Informe Rodríguez Larreta. Muy poca gente tuvo idea de ello.

1. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=1MHOpXYF6Aw&t=10s.

2. Véase «La construcción del  miedo», Brecha, 9-X-20. Disponible en https://brecha.com.uy/la-construccion-del-miedo/.

3. Véase «Páginas marcadas», Brecha, 27-XI-20. Disponible en https://brecha.com.uy/paginas-marcadas/.

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