La llamada fatal - Semanario Brecha

La llamada fatal

Den Skyldige. Gustav Möller, Dinamarca, 2018.

Jakob Cedergren en La culpa / Foto: difusión, s/d de autor

Un policía, luego de verse involucrado en circunstancias desafortunadas, es sancionado con cumplir su turno atendiendo el teléfono en una central de emergencias. En un comienzo, recibe de mala gana un par de llamadas menores y, al parecer, sin importancia, hasta que le toca atender una que no podría ser más inquietante: desde un auto en movimiento, una mujer secuestrada implora por su ayuda.

Así se dispara este thriller, tomando exclusivamente la perspectiva de este personaje, un hombre común al que le toca responsabilizarse de un problema mayor. La acción se desarrolla prácticamente en tiempo real y se circunscribe a apenas un par de habitaciones, las dos salas en las que los operadores reciben las llamadas. Así, lo que ocurre por fuera de estas salas se construye con base en las descripciones y los sonidos que pueden oírse a través del tubo, al punto de que esas imágenes son únicamente plasmadas en la mente del espectador. Una Copenhague nocturna y lluviosa, una niña ensangrentada, una camioneta y un cúmulo de papeles tirados son varios de los cuadros vívidos que se van construyendo gracias a este sobresaliente artificio. Los cambios de registro del excelente actor Jakob Cedergren, el logrado libreto y los sonidos en off son piezas fundamentales para construir una atmósfera recargada y electrizante.

Se trata de la ópera prima del director danés Gustav Möller, quien, para su investigación, se empapó del trabajo en las centrales telefónicas de la policía e incluso recreó al detalle varias de las llamadas reales de las que obtuvo registro. Apuntalada, así, en una superficie realista, la anécdota es inquietante, en el mejor sentido de la palabra, ya que, al tiempo que plantea una premisa atractiva, involucra y obliga al espectador al posicionamiento moral, volviéndolo partícipe de las decisiones tomadas bajo presión (a veces, muy atropelladamente y sin seguir protocolos de rigor) por el protagonista. Asimismo, en los momentos claves en que el personaje queda en silencio y a la espera de que otros uniformados hagan su trabajo, nos volvemos testigos de su impotencia. Cuando ellos persiguen al sospechoso o ingresan a la escena del crimen, e incluso cuando él, apremiado por el tiempo, debe discutir con alguna colega poco cooperativa, comprendemos y hasta compartimos su desesperación.

Asimismo, es sumamente interesante el perfil del protagonista: normalmente, se vería en ese papel a un personaje implacablemente efectivo, calculador, brillante e intachable. Sin embargo, desde el comienzo se lo presenta como un sujeto poco simpático, que atiende con cierto desgano y hasta con desdén a sus interlocutores. Más adelante, se vuelve exasperante su absoluta incapacidad para delegar la tarea en personas más idóneas (o, al menos, para trabajar en equipo junto con otros), lo que lo lleva a cometer errores garrafales, uno atrás de otro. Es también sumamente atractiva la idea del involucramiento in crescendo del protagonista en el caso, en un comienzo, por un tema de responsabilidad moral y, más adelante, quizá, por un intento de enmendar esos errores. Y el espectador no tendrá otra opción que quedarse prendado a su causa, expectante, hasta los títulos finales.

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