—¿Cómo fue tu acercamiento a la escritura?
—En mi casa no había biblioteca. Mi familia tenía cierta predisposición para la política y el pensamiento crítico, pero todo muy arraigado a la cultura popular. De chico empecé a creer en la ficción porque mi abuela –esto lo trabajé en terapia para descubrirlo–, que es el personaje de mi nueva novela, era una persona fantástica en el sentido literal: es curandera, siempre se ganó la vida curando el empacho y el mal de ojo, y la gente le dejaba propina. Lo que ella me contaba era tan exagerado que el germen de mi literatura está ahí. Después, con la curiosidad adolescente, empecé a leer, sobre todo, literatura argentina, que hasta el día de hoy me sigue pareciendo la mejor de todas [risas].
—Y sí, es una literatura impresionante.
—Soy muy termo de Argentina, muy fanático de mi país. La cosmovisión de Argentina me conmueve. También me pasa con la literatura que –ahora que voy a cumplir 37 años me doy cuenta– es el único lugar en el que soy paciente, entonces la amo.
—¿Cómo que sos paciente?
—No tengo ningún tipo de ansiedad, puedo estar escribiendo o leyendo un libro diez años, 20. La literatura me produce tanta calma, tanto amor, que no tengo apuro de que salgan los libros. Disfruto mucho. Es el lugar donde más seguro, feliz y cuidado me siento. No sé bien por qué ni por quién. Por la literatura, supongo. Por la ficción, sobre todo.
—Cuando hablás de cosmovisión argentina, ¿qué querés decir?
—La cultura popular argentina es totalmente irracional. Me sigue sorprendiendo la capacidad que tenemos para construirla. Hay algo de festejo de lo masivo, pasa en muy pocos países. Creo que en Uruguay pasa parecido, por eso me gusta tanto. Una amiga española me decía que en Argentina le pasaba de ir a un cumpleaños y que la gente cantara el feliz cumpleaños golpeando la mesa, gritando, sacada. Ese gen me fascina, porque esa intensidad es para bien y para mal.
—En tu literatura la oralidad tiene un peso muy grande.
—Me interesa muchísimo el trabajo de la oralidad, no la oralidad por la oralidad. Una obra no va a ser oral simplemente porque en ella haya diálogos. Es lo que más hay que trabajar. Yo lo trabajo muchísimo. Le doy mucho valor a ser totalmente verosímil en cada conector, te diría. En la ficción la oralidad ayuda a construir los personajes, les da identidad. Y en la poesía la voz del poema revela el tipo de planeta que uno quiere construir. La mayoría de mis libros son poesía y la quiero un montón, pero la ficción narrativa es lo que más quiero. Quiero escribir la mejor novela del mundo.
—¿Cómo vivís en el cuerpo esa diferencia entre narrativa y poesía?
—Con la poesía no escribo en un momento específico: todo el tiempo voy construyendo poemitas. Por eso amo la literatura: es el único lugar donde soy paciente y ordenado. En el resto de la vida no, pero en la literatura tengo muy claro esto de: «Este poema va por acá, tiene este color. Este otro va por este otro lado. Pueden construir una serie». Después, con la narrativa, me gusta muchísimo más trabajar en la trama que terminarla. Mientras escribo, mi felicidad es intransferible.
—En Uruguay se piensa mucho antes de publicar. Hay una especie de inconsciente colectivo vinculado con la autocensura. ¿Cómo se vive eso en Argentina?
—La autocensura me parece muy bien, por un lado, y muy mal, por otro, porque más que autocensura es censura del sistema. Nadie quiere asumir que, en realidad, lo que escribís va a estar bien para la mayoría de las personas, pero tal vez no para un grupito de diez. Y ese grupito de diez es supernocivo, sobre todo cuando se trata de cultura popular. Eso pasaba en la Edad Media y pasa ahora. Yo por ahí lo sufro, pero aprendí a no hacerle más caso. Trato de contar mi mundo y tengo una máxima que es: no quiero escribir para escritores, jamás, en toda mi vida.
—Hablás de cultura popular… A esta altura del partido, ¿la literatura puede ser cultura popular?
—La literatura es la cultura popular por excelencia, el grado cero de la humanidad. Lo que sucede es que la gente que escribe y lee –en gran parte, no digo que toda– cree que es especial. Y para mí es especial un tipo que hace una pared y construye una casa. Vos y yo somos dos imbéciles al lado de ese tipo. Cuando le quieren hacer creer a la gente que estar dentro de la literatura y tener una sensibilidad para crear ficción o poesía te hace especial, no lo comparto. A partir de ahí se construye el concepto que defiendo: quiero que la literatura sea popular. La academia tiene que apoyar cada vez más a los movimientos populares, y los movimientos populares acercarse cada vez más a la academia. Porque tampoco comparto esa estupidez de «la universidad de la calle». Eso es humo. Hay que sentar el culo, leer un montón y trabajar, y a partir de ahí contribuir para que la literatura sea popular. Igual, esta respuesta que te acabo de dar es la más peronista del mundo.
—¿Hay una literatura específicamente peronista? Me refiero a su carácter popular, no a una literatura sobre Perón o el peronismo.
—Entiendo, pero no me gustaría catalogarla así. Vos sabés el amor que le tengo al fútbol. Creo que es el movimiento popular más trascendental de la humanidad, por lo menos del siglo XX para acá. Entonces, cuando hay un personaje futbolero en una novela, dicen que es literatura futbolera. Y eso me rompe las pelotas, porque si pongo un personaje que es artista plástico, no es literatura artística; si pongo un peluquero, no es literatura de peluqueros. Por eso no catalogaría un tipo de literatura como peronista. Yo soy peronista, siento de un modo, me sale escribir así. Aunque el otro día un amigo me dijo: «Che, ¿te diste cuenta de que en tus ocho libros están los nombres Cristina, Evita y Perón?». Y es cierto. No lo podía creer.
—¿Qué relación tenés con Uruguay?
—Amo su literatura y su música. Y las personas que me han hecho más feliz futbolísticamente son uruguayas [risas]. Saber que Enzo Francescoli es uruguayo es algo que me hace creer en un país de cuajo. Y después me gusta muchísimo Mario Levrero. Es un escritor que quiero mucho. Y a Felisberto Hernández lo leí de chico. Me marcó para siempre, porque me hacía sentir eso de no entender, y no entender es maravilloso. Uruguay tiene algo de eso en general: se entiende todo y no se entiende nada. Debo reconocer que me pone un poco mal el exceso de melancolía. Montevideo me fascina y me da un toque de miedo.
—Y ahora, en invierno, ni te digo.
—Me convierto en un tango y desaparezco. Me da terror. Pero cuando lo veo de afuera, me conmueve muchísimo. Uruguay me parece un país ultrasensible.
—¿De qué trata Me hace ilusión?
—La novela tiene dos tramas paralelas: una en el pasado y una en el presente. Las dos están escritas en primera persona. Las escribe Pedro Landa, el protagonista, que está en el País Vasco, sufriendo un desamor y juntando los euros para volverse a su pueblo, Arrecifes. Y estando allá decide contar un secreto de su infancia. Entonces, es un capítulo y un capítulo: por un lado, narra cómo la está pasando en España y, por otro, lo que le pasa en la infancia. Esa trama del pasado es una trama de realismo mágico puro, boom latinoamericano estricto [risas]. Es la historia de amor entre mi abuela Pichona y el Gauchito Gil.
—¡Son amantes!
—Sí, son amantes. Y en medio de esa trama se trasluce una especie de tensión policial. Tiene unas 160 páginas. Me animé al desafío del realismo mágico. Mi abuela es un personaje muy difícil. Si no lo trabajaba desde ahí, iba a quedar inverosímil.
—Nuestra generación está manifestando la necesidad de rearmar el relato de los noventa.
—Totalmente. La infancia del protagonista sucede durante esa década. Es una contradicción enorme. Yo extraño mi infancia más que cualquier amor. En mi casa no había un mango, a mi viejo lo echaban del laburo a cada rato, la Policía era lo peor, y, sin embargo, fue el momento más feliz de mi vida. Hay algo ahí que nos hace falta contar. Latinoamérica es una magia constante, ¿no? Para bien y para mal.
—Un bardo absoluto.
—Pero digno, muy digno. Porque nosotros somos así porque en Europa los jugadores salen 150 millones de dólares. No es casualidad. No es que somos unos tarados y ellos son mejores: ellos nos robaron todo, nos tuvimos que hacer de cero. Estoy más sudaca que nunca; no sé qué me pasa.
1. Leandro Gabilondo presentará Me hace ilusión el sábado 23 de julio a las 20.00 en Amazonia Libros/Macoco Café: Maldonado 1775.